Fanny y El Caos

El terror, los discursos apocalípticos, el clamor de que sucedía un milagro se extendieron por la región. Pero como muchas veces ocurre, el pensamiento curioso de un científico y un poco de serendipia pusieron los puntos sobre las íes: las “gotas de sangre” se podían transferir de la forma eucarística a otros alimentos e incluso... Leer más La entrada Fanny y El Caos aparece primero en Zenda.

Feb 12, 2025 - 02:29
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Fanny y El Caos

Unas misteriosas gotas de sangre aparecieron inexplicablemente en las formas consagradas de una iglesia de Padua. Corrían los primeros años del siglo XIX.

El terror, los discursos apocalípticos, el clamor de que sucedía un milagro se extendieron por la región. Pero como muchas veces ocurre, el pensamiento curioso de un científico y un poco de serendipia pusieron los puntos sobre las íes: las “gotas de sangre” se podían transferir de la forma eucarística a otros alimentos e incluso podían aparecer sobre un buen plato de polenta.

Y al fin, se determinó que era un hongo y que no tenía nada de milagroso. Se equivocaron: era una bacteria, Serratia marcensces. En ese momento la microbiología aún no había nacido y el descubrimiento tendría que esperar muchos años. Hasta mi llegada, casi una centuria después. Aunque mi nombre sea tan desconocido como el de quien inventó la rueda o consiguió en el Neolítico prender el fuego y mantenerlo vivo, gracias mi hallazgo se dio el gran paso frente al mayor azote de la humanidad desde sus comienzos: las enfermedades infecciosas. Conmigo nació la medicina moderna que tú conoces. La de los antibióticos, las PCR y la vacuna de la COVID.

"Ser mujer y científica en el siglo XIX encerró en unas anodinas palabras, desapercibidas en medio de un párrafo, una técnica que cambiaría el curso de la humanidad"

Seguro que estás pensando que me llamo Koch o Pasteur. No. Mi nombre, Fanny Hesse, se silenció. Ser mujer y científica en el siglo XIX encerró en unas anodinas palabras, desapercibidas en medio de un párrafo, una técnica que cambiaría el curso de la humanidad.

Te preguntarás cómo acabó una muchacha nacida justo a la mitad de esa centuria en un laboratorio, ya que la educación de una señorita se realizaba en sofisticados colegios, donde se formaba a las niñas para ser damas elegantes y buenas amas de casa. De hecho, me gradué, en un internado de Suiza, en temas tan relacionados con la Microbiología como “Economía doméstica” y un poquito de francés, idioma muy chic en la época.

La vida quiso llevarme por otros caminos, y en una de esas encrucijadas me casé con Walter Hesse, uno de los alumnos de Koch. Poco a poco, me convertí en imprescindible en algunas tareas del laboratorio. Además, como nieta de un afamado pintor, desempeñé mi papel de ilustradora científica, pergeñando imágenes que, más que artísticas, dibujaban con precisión aspectos de las bacterias que constituían nuestro trabajo, pero en el campo del microscopio solo se distinguía una revoltina de pequeñas partículas que se agitaban enloquecidas. Era imposible distinguir unas de otras y aún menos clasificarlas.

Milagro de los corporales de Daroca

Si no había sido sencillo catalogar los grandes mamíferos, las aves o los peces, empeño de sesudos científicos durante todo el siglo XVIII para avanzar en el conocimiento de la naturaleza, mucho más difícil era encasillar a todos esos microorganismos que se movían como pececillos en el portaobjetos. Tan complicado les pareció que metieron a todos en un mismo cajón de sastre. Le llamaron “El Caos”.

"Schroeter, otro gran olvidado, comenzó a jugar con los colores de las bacterias, con nuestra vieja amiga Serratia, tan roja ella"

Ahora el mundo sonríe con suficiencia cuando en los libros antiguos se habla de los miasmas o de los malos aires o de la ira de los dioses. Pero hasta entonces se ignoraban las causas del tabardillo, el cólico miserere o el garrotillo. Fue en aquel momento cuando se empezó a sospechar que los que originaban las enfermedades eran esos pequeños seres caóticos. Había que organizarlos convenientemente y distinguir unos de otros para saber qué enfermedad causaba cada uno de ellos.

¿Cómo distinguir unas de otras en el maremágnum opaco de un tubo de crecimiento líquido? Imposible, había que obligarlas a crecer en un medio sólido, donde esos acúmulos de millones de gérmenes, desarrollados desde una única célula, formaran colonias como las gotas rojas que tanto revuelo habían ocasionado hacía casi un siglo. Schroeter, otro gran olvidado, comenzó a jugar con los colores de las bacterias, con nuestra vieja amiga Serratia, tan roja ella, y con otras doradas o de un pálido color verde y olor a miel. Así, jugueteando con las tonalidades, pudo distinguir diferentes especies de microorganismos extendiéndolos sobre algunos medios como patata, clara coagulada de huevo, pasta de almidón, carne… Lo que sería un platillo combinado.

Agar-agar

Porque todo pasaba por conseguir que las bacterias de cada cultivo fueran de la misma especie y observar qué características podían definirlas, para poder clasificarlas, Sin este requisito no podían identificarse como agente causal de una enfermedad. Como ayudante de Koch, mi marido traía a casa, a nuestro pequeño laboratorio, tubitos de caldo llenos de bacterias que diluíamos una y otra vez, en un trabajo ímprobo y agotador, para conseguir que en el último hubiera una única especie de bacteria antes de transferirlo a un medio sólido.

"Curiosamente, yo preparaba gelatina para mis amigas bacterias y riquísimos postres de frambuesa, nuestro favorito, para mis hijos. Pero a mis dulces les ponía agar-agar"

Yo cocinaba para mis diminutas amigas y les servía cualquiera de los menús del día en unas minúsculas cajitas redondas de cristal, que un avispado colaborador de Koch había diseñado: las famosas placas de Petri, que llevan su nombre y que han perdurado hasta este siglo XXI, como imagen de la Microbiología en los emoticonos de WhatsApp.

La patata parecía ser uno de sus platillos favoritos, pero no a todos les acababa de gustar. Algunos no crecían.

Y mientras, los grandes popes, Koch y Pasteur, estudiaban sofisticados y complejos caminos para llegar a clasificarlas; las dos grandes escuelas bacteriológicas de Europa mantenían una carrera parecida a la que han tenido los laboratorios actuales con la vacuna del coronavirus.

Y de pronto apareció la gelatina, ese postre que tanto gusta a los niños y a los microrganismos. Parecía que todo estaba ya conseguido: en su superficie se podían ver distintos tipos de bacterias… siempre que no fueran las que causaban enfermedades en el hombre, claro, porque justo a la temperatura humana esa sustancia era… un medio líquido.

"Y un día, que debió ser histórico pero que fue uno cualquiera, se me ocurrió que el agar-agar de mis postres era exactamente así"

Curiosamente, yo preparaba gelatina para mis amigas bacterias y riquísimos postres de frambuesa, nuestro favorito, para mis hijos. Pero a mis dulces les ponía agar-agar, un alga de Java que unos amigos holandeses habían transmitido a mi madre y que utilizaba mi familia en la cocina desde hacía años.

El jefe, Koch, lo tenía claro: necesitábamos un sustrato sólido a 37ºC, transparente, inerte, que pudiera esterilizarse y al que se pudiera añadir elementos nutritivos. Y un día, que debió ser histórico pero que fue uno cualquiera, se me ocurrió que el agar-agar de mis postres era exactamente así. Al experimentar con él comprendí que era el medio perfecto. La solución definitiva.

Serratia marcescens

Mi marido comunicó a Koch mi hallazgo. Y el gran maestro de la bacteriología lo utilizó a partir de entonces, pero nunca reconoció mi autoría.

"Sin mi hallazgo no se habría aislado el bacilo de la tuberculosis, ni los miles de bacterias y hongos que se han conocido posteriormente"

No hubo ningún documento, ninguna publicación, ningún agradecimiento. Yo seguí en nuestro pequeño laboratorio, escribiendo sobre nuestras investigaciones e ilustrándolas con mis dibujos.

Todos los estudios posteriores se hicieron con agar-agar. Sin mi hallazgo no se habría aislado el bacilo de la tuberculosis, ni los miles de bacterias y hongos que se han conocido posteriormente, incluido el Penicilium notatum, que dio lugar a la penicilina, el primer antibiótico conocido. Y con agar se comenzaron las investigaciones sobre biología molecular que han conducido a esa técnica tan de moda ahora: la PCR.

Pasteur, Koch, Petri, con el emoticono de su cajita incluido, forman parte de la historia de la Microbiología.

Pero yo, Angelina Fanny Hesse, sólo soy parte de la sombra del microscopio.

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