El martillo de la codicia
El subastador fue de verdad una pesadilla de Joan Samson. Se iba a quedar en novela ejemplar, pero se constituyó en un estado mental. Si bien no cuajó en Quijote, sí escribió casi trescientas páginas que superarían con creces a las diez primeras que constituían un primer esbozo del relato. Además, Samson tenía un marido... Leer más La entrada El martillo de la codicia aparece primero en Zenda.

¿Cuántas veces nos hemos sorprendido preguntándonos qué sucedería si fuésemos capaces de escribir una novela a partir del último sueño o de la última pesadilla que hubiésemos tenido? El reto siempre es sugerente. Joan Samson (Pensilvania, 1937) lo consiguió con su primera y última novela, El subastador, donde un pueblo empezaría a pudrirse —no hay mejor verbo ahora que ese— desde que llegó a él Perly Dunsmore, un hombre que se dedicaba a subastar y que lo haría no solo con los bienes que le “regalan” los habitantes de Harlowe, sino con los chiquillos más desgraciados del pueblo, con los huérfanos, los desatendidos y los hijos de putas, que son todos aquellos que se encuentra en peores condiciones que los demás niños de Harlowe, el pueblo donde todo va a suceder. Quién pudiera llamar a la policía para denunciar tan pérfida actitud, aunque se preguntarán a cierta altura de la novela: ¡pero qué policía, si está corrupta!
El subastador fue de verdad una pesadilla de Joan Samson. Se iba a quedar en novela ejemplar, pero se constituyó en un estado mental. Si bien no cuajó en Quijote, sí escribió casi trescientas páginas que superarían con creces a las diez primeras que constituían un primer esbozo del relato. Además, Samson tenía un marido escritor, que le insinuó que esas diez primeras páginas contenían un estampón de la América vaciada. Así que, si bien no le salió un Quijote, Samson escribió una ópera prima muy digna donde, eligiendo a un narrador polímata, dio vida a un grupo de rudos granjeros que tuvieron que soportar a un subastador con labia y extremadamente persuasivo y compinche del sucio beneficio.
Reconozcamos que el comienzo el El subastador es confuso: profusión de personajes, descripción del contexto en que se desenvuelven, el ámbito rural americano, la América profunda, un asesinato no resuelto aparece en las primeras páginas, recargas con más y profundas etopeyas, prosoprografías y singulares retratos de hombres y mujeres abocados a perder la tranquilidad de lo que proporciona el campo, un lugar agradable. El subastador se llama Perly Dunsmore y hará tándem con un policía avieso apellidado Gore. Gore, ni más ni menos. La anfibología con la que la escritora quizás quiso jugar con gore tiene cierta lógica narrativa. Porque lo gore producirá estrés.
Delimitada con maestría la personalidad del subastador y de los principales personajes, la historia empieza y entra en juego con las opiniones que los habitantes de Harlowe se hacen sobre sobre Dunsmore. Por ejemplo, uno de los protagonistas se percatará de una de sus cualidades, saber hablar bien, y verá en esta, en el pico de oro y labia del subastador, el origen de la tragedia que se les avecina. Samson, además de la caracterización de la familia de granjeros protagonistas (John, Mim, la Yaya, madre de John e Hildie, hija de Mim y de John), utilizará a su narrador para desplegar ironía a lo largo de las páginas, lo que permitirá desestresar la situación clímax a la que se llega cuando Gore y Dunsmore visitan a las familias de granjeros con el fin de que les entreguen enseres y bienes para subastar. Esa válvula de escape narrativo funciona bastante bien a lo largo de todos los capítulos: ¿Algo que puedas contarnos sin necesidad de escucharte durante dos días seguidos? (John a Gore); las vacas también habrían tenido que vivir de la caridad pública (John a la Yaya).
Lo rural está omnipresente, con la carga connotativa que ese adjetivo nos ofrece: incultura, pobreza, alelamiento, primitivismo y cierta bascosidad mental, incluso crueldad, si me lo permiten, como ese episodio donde aparecerá un perro vomitando sangre encima de un carro y que, sin duda, establecerá un fino vínculo con lo que nos ofrecía Los santos inocentes de Delibes, a pesar de que una de las intenciones de la autora fuera exponer los sólidos valores de la gente del campo, a pesar de estar sometidos y oprimidos. Así que las intenciones aviesas del subastador encuentran en ese ambiente el ecosistema perfecto para zambullirse a su antojo y crueldad. Además, este tipo de imágenes viscerales refuerzan la atmósfera de decadencia y violencia implícita (aunque la novela tiende más al horror psicológico que al físico). La opresión que ejercerá Dunsmore se sentirá como una herida que supura en la comunidad.
El valor del tiempo subraya la idiosincrasia de las subastas norteamericanas, donde lo mejor de lo antiguo se encuentra con lo mejor de lo nuevo. Además, Samson es muy habilidosa cuando escribe sobre las escenas que rodean el desarrollo de una subasta: por su viveza, habilidad y capacidad para suspender el tonema final de la narración en su punto más álgido, y así, suspendido, no le quedará más opción al lector que pasar la página en un milisegundo; quiere seguir leyendo.
Pero hay que reconocer que lo prodigioso de El subastador es el estado mental al que se ven abocados sus personajes, y en cierta medida el lector. Porque está sucediendo: “Es que llegó un subastador, señor. Un forastero. Primero recorrió medio pueblo y logró que la gente le entregara sus pertenencias de toda la vida para venderlas en su subastas y luego hubo un montón de accidentes, a todos los que no veían las cosas a su manera. Y ahora quiere tierra y niños vivos”. La psicosis va permeando las mentes de los habitantes de Harlowe sin saber muy qué hacer. Una psicosis, permítanme la comparación, muy similar a la desplegada en la saga Blackwater, de Michael McDowell, y donde la única pasión de la vida de los habitantes de Harlowe será el miedo.
No obstante, y a pesar de que el libro me arrancó recién comenzado el segundo tercio, ningún lector podrá imaginar lo que le deparará este clásico de la ficción estadounidense moderna. Y en eso, precisamente, consiste la maestría narrativa de la escritora, en hacer desembocar el torrente de escenas que nos provoca la lectura en el momento justo y exacto.
Por último, y desde mi punto de vista, sobra el epílogo que han incluido: por curioso y estrambótico, donde se compara, por ejemplo, al subastador Dunsmore con Trump, aunque se subraya, eso sí, y ahí estamos de acuerdo, el carácter visionario que tiene la novela. La autora consiguió particularizar magistralmente aquella pesadilla que tuvo con un subastador y una familia de granjeros, y lo hizo culminando una novela de terror psicológico donde el martillo de un subastador golpeó, sobre todo, sobre los cimientos de la confianza humana.
—————————————
Autor: Joan Samson. Título: El subastador. Traducción: Joan Josep Mussarra. Editorial: Minotauro. Venta: Todos tus libros.
La entrada El martillo de la codicia aparece primero en Zenda.