#ZNSeries – Adolescencia, de Stephen Graham y Jack Thorne
En Zona Negativa no queríamos perder la oportunidad de hablar del último fenómeno de Netflix, Adolescencia, serie británica escrita por Jack Thorne y Stephen Graham y rodada en virtuoso plano secuencia por Philip Batantini.



Género: Drama, thriller
Creador Stephen Graham, Jack Thorne
Reparto: Stephen Graham, Owen Cooper, Christine Tremarco, Ashley Walters, Erin Doherty, Amelie Pease, Faye Marsay, Mark Stanley, Jo Hartley, Austin Haynes, Claudius Peters
Producción: It’s All Made Up Productions, Plan B Entertainment, Warp Films.
Canal: Netflix
Vivimos en la época de mayor sobreproducción de la historia del medio audiovisual desde su creación misma. Las plataformas de streaming y su insaciable ansia por mantener la maquinaria del consumo en funcionamiento, y la pandemia del COVID 19 con el consiguiente confinamiento a nivel global, han dado pie a que la cantidad de películas y series ofrecidas por el vídeo de pago por visión sea a día de hoy tan descomunal que desde hace años impiden al espectador consumir ni el 25% de lo que productores, guionistas, directores y programadores ofrecen a sus suscriptores. Dentro de estas plataformas, la que más material de producción propia contiene en su catálogo es Netflix. La desproporcionada oferta del titán estadounidense incita a que la mayor parte de su producción sea «comida rápida» de consumo apresurado y olvido inmediato. Las obras más reseñables de la compañía creada por Reed Hastings y Marc Randolph, sobre todo en lo concerniente a series, se suelen dividir en brutales éxitos de reproducción que llegan a millones de espectadores o piezas de culto que no consiguen una visualización tan notoria, pero sí el respeto y las alabanzas de la crítica y parte del público. Aunque en ocasiones llega al catálogo de la plataforma un producto que milita en estas dos vertientes, como el de la obra que nos ocupa en esta entrada.
Adolescencia es una miniserie británica creada por el guionista Jack Thorne y el actor Stephen Graham, a los que se debe sumar el realizador Philip Batantini, con las compañías It’s All Made Up Productions, Plan B Entertainment y Warp Films detrás de su desarrollo y producción de la ya citada Netflix. De su equipo creativo cabe mencionar que su co creador, guionista y protagonista ya trabajó a las órdenes del director en la película Hierve (Boiling Point, 2021) y con su colaborador a la escritura en la serie The Virtues (2019), por lo tanto los tres son viejos conocidos, estrechos compañeros y, seguramente, amigos. De la ya mencionada cinta sobre el mundo de la cocina, estrenada antes de la exitosa The Bear, cabe mencionar el leit motiv conceptual, visual y narrativo que hereda de ella Adolescencia, el muy comentado, para bien o para mal, recurso del plano secuencia. Cada uno de los cuatro episodios de los que consta la ficción de Netflix está rodado en un único plano sin cortes o trucaje alguno, decisión que ha hecho correr ríos de tinta digital, a favor y en contra, con respecto a la propuesta de Grahamn, Thorne y Batantini y a la que dedicaremos un apartado en esta entrada.
Adolescencia se divide en cuatro episodios bien diferenciados. En el primero asistimos a cómo un grupo de asalto de la policía de Inglaterra, comandado por los inspectores Luke Bascombe (Ashley Walters) y Misha Frank (Faye Marsay), irrumpe en la casa de la familia Miller para detener a Jamie (Owen Cooper) el hijo pequeño acusado del asesinato de una compañera de colegio ante la atónita mirada y la incredulidad de su padre, Eddie (Stephen Graham), su madre, Manda (Christine Temarco) y su hermana, Lisa (Amélie Pease). En el segundo los dos inspectores visitan el colegio de Jamie y, entre otros alumnos y algún profesor, hablan con Adam (Amari Bacchus), hijo de Bascombe. En el tercero, cuyos hechos se desarrollan siete meses después, somos testigos de la última sesión de terapia de Jamie con la psicóloga Briony Ariston (Erin Doherty). Por último, en el cuarto, seguimos a los Miller durante el cumpleaños de Eddie en un día que tornará en tortuoso por una serie de hechos relacionados, directa e indirectamente, con el supuesto crimen de Jamie.
La idea de Adolescencia nace después de que Stephen Graham se encontrara en la prensa con dos casos diferentes, los de Ava White y Elianne Andam, unas chicas británicas asesinadas con arma blanca por dos adolescentes varones. El actor se asoció con su colaborador, el guionista Jack Thorne, para abordar el proyecto como un retrato sobre la furia masculina arraigada en los adolescentes y el influjo que en muchos de ellos ejercen los discursos de extrema derecha de celebridades como Andrew Tate, al que se hace mención explícita en el segundo episodio de la serie, que pueblan internet con un ideario misógino, machista e intolerante que cala profundamente en niños cuyas personalidades a sus edades se antojan maleables e influenciables, siendo receptores de una oleada de odio que normalizan y toman como propio. El movimiento incel y su presencia en la red tiene notable peso en la ficción que nos ocupa, pero sus guionistas van más allá, apelando en última instancia al concepto social de lo que es la masculinidad.
Antes de profundizar en los temas que aborda Adolescencia debemos hacernos la misma pregunta que todos los espectadores y representantes de la prensa especializada se han hecho desde el estreno de la ficción. ¿Era necesario que la serie de Netflix se rodara en plano secuencia?. ¿Esta decisión técnica y narrativa hace de Adolescencia un mejor producto?. ¿Dicho alarde audiovisual potencia el discurso planteado por sus máximos responsables o es solo una decisión caprichosa que lo devora en pos del virtuosismo estilístico?. Para el que suscribe la respuesta la ofrece ya el primer episodio, pero en caso de que no sea suficiente recomendamos al espectador tener una visión global de la serie visionándola en su conjunto. Sí, que Adolescencia esté rodada en planos secuencia es, no solo todo un logro digno de elogio por parte de su equipo, sino una elección de sus creadores para potenciar todos los hallazgos narrativos, interpretativos y audiovisuales puestos en escena por Philip Batantini para que la experiencia de enfrentarse a ella se antoje difícilmente olvidable.
Podríamos recurrir a lugares comunes y tópicos manidos indivisibles al recurso del plano secuencia, como que su ejecución permite una inmersión mucho más activa y orgánica para el espectador al experimentar los hechos de estas cuatro horas en la vida de la familia Miller y los inspectores que investigan el caso de Jamie en tiempo real. 240 minutos en los que vemos un núcleo familiar de clase obrera desmoronarse por un hecho trágico imposible de asimilar viniendo de un niño de trece años aparentemente normal. Pero más allá de la inmediatez del aquí y el ahora la ausencia de montaje agudiza el instinto de sus autores, ya que deben elegir durante un plano sin cortes a qué personaje es más interesante que siga la cámara para continuar desarrollando una historia coral que se revela como un fresco en el que fuerzas de la ley, ordenamiento jurídico, educadores, alumnos y padres cobran relevancia capital al verse implicados, de manera directa o indirecta, en un crimen que conmociona a toda una comunidad.
Evidentemente, esta decisión por parte de Graham, Thorne y Batantini limita el desarrollo argumental de Adolescencia y el retrato que plantea exponer de cara al espectador con respecto al crimen que supuestamente ha cometido su joven protagonista, ya que la ausencia de montaje anula cualquier posibilidad de que más de una subtrama discurra en paralelo, de manera que la carga dramática recae en los inspectores Bascombe y Frank primero y en Jamie y los Miller después. Otro hallazgo de la ficción, poco usual en este tipo de producciones, es la decisión de centrar la historia en la familia del ejecutor y no en la de la ejecutada, que es lo habitual en los relatos sobre crímenes y crónica negra, ya que es más sencillo empatizar con los parientes de la víctima, que con los del asesino, ya que, contra todo pronóstico, llegan a encontrarse en una situación personal y social mucho más compleja como un clan hecho añicos.
Cada uno de los episodios de Adolescencia cobra entidad propia y tiene una misión clara a la hora de ofrecer una visión lo más amplia posible sobre el trágico hecho que bascula su trama central. En el primero de ellos Thorne, Graham y Batantini asientan las bases conceptuales de una historia que durante sus primeros pasos transmite impotencia y confusión, sobre todo con el asalto policial a la casa de los Miller. En este capítulo los autores nos ofrecen el primer pasaje que justifica el uso del plano ininterrumpido, ese cacheo al que los agentes someten a Jamie desnudándolo en busca de heridas o marcas en el que solo vemos en primerísimo plano la cara de incomodidad de Eddie que, indudablemente, se encuentra mucho más violentado que su propio hijo. El momento en el que ambos roles ven el vídeo que supuestamente confirma a Jamie como el asesino de Katie es el primer punto de carga dramática de la serie, que encontrará su culminación en la última entrega.
El segundo episodio, el que se desarrolla en el instituto, no solo es el más complejo en cuanto su realización con decenas de figurantes interactuando los unos con los otros en pantalla, sino que es el que más y mejor profundiza en la lectura social de Adolescencia. Los alumnos haciendo mofa con el crimen, la amiga de Katie explotando violentamente por la muerte de su amiga, esa profesora cándida e ingenua totalmente desconectada de la realidad en la que se mueven los escolares y, sobre todo, la conversación de Bascombe con su hijo transmiten un mensaje desolador, la incomunicación entre adultos y adolescentes y el enorme salto generacional que los separa. Adam explicando los códigos con los que él y sus amigos se comunican en las redes sociales y el ciberbullying al que unos someten a otros son la prueba cristalina de que la generación Z, la criada con un dispositivo digital en sus manos, pareciera vivir en una dimensión paralela que a las personas de mediana edad les resulta tan ajena como realmente desconcertante.
El tercer capítulo, unánimemente considerado como el mejor de la producción, es un descomunal tour de force entre Jamie y su psiquiatra en una sola localización, una sala en la que tiene lugar la última sesión entre los dos personajes. En esta hora de metraje se lleva a cabo al escalpelo el mejor y más completo análisis psicológico del rol protagonista, lo que pareciera ser una víctima desvalida y confusa torna con solo un par de gestos en una figura amenazante, bordeando la sociopatía, en lo que puede considerarse una master class de interpretación por parte de unos descomunales Owen Cooper y Erin Doherty, especialmente reseñable la labor del primero si tenemos en cuenta que este es su primer trabajo y que no contaba con más de catorce años cuando rodó la serie. El dúo de intérpretes se ha llevado todas las alabanzas por su entrega y el handicap que supone mantener ese nivel de energía durante sesenta minutos sin cortes, ayudados por un guion exquisito a la hora de abordar de manera realista la sesión desde un punto de vista psicoanalítico.
Hay quien dice que el cuarto episodio es el menos redondo de la ficción e incluso que su existencia podría ser innecesaria. Un servidor no puede estar en más desacuerdo, ya que no solo me parece el mejor de los cuatro, sino el más desolador y triste. En esta cuarta hora somos testigos privilegiados del infructuoso y fracasado intento de los Miller por intentar llevar una vida normal durante el cumpleaños del padre de familia. No solo el rechazo social en forma de insultos o pintadas resquebrajan esa normalidad que nunca volverá a ser tal, es que hablamos del capítulo en el que la presencia de Jamie sobrevuela con más fuerza la narración sin aparecer físicamente en ningún momento, ya que solo llegamos a escuchar su voz. Esa conversación en la camioneta entre marido, mujer e hija hablando de cómo los dos primeros se conocieron en el arranque del episodio encuentra su reflejo deformado con la llamada de teléfono que termina por dilapidar cualquier intento de que esa familia pueda volver una tranquilidad que les ha sido robada a manos de su hijo pequeño, ya casi un desconocido, una voz convertida en el constante recuerdo de qué han podido hacer mal Eddie y Manda con respecto a la educación de Jamie.
Cuando Adolescencia baja el telón, con un pasaje final por el que a Christine Tremarco, Amélie Pease, y sobre todo a un Stephen Graham que no es de este mundo, deberían ganar todos los premios de interpretación; este último y sus dos colaboradores no ofrecen respuestas, de hecho abren más interrogantes. Solo quedan dos padres derrotados, incapaces de asimilar que la situación en la que se encuentran es aterradora, ya que han perdido a su hijo, pero no en un plano físico (algo que podría gestionarse de manera mucho más orgánica, como suponemos lo están haciendo, con todo el dolor imaginable, la familia de Katie Leonard) sino en el moral. Eddie se abre en canal por primera vez en la serie, afirma que juró no corresponder a los malos tratos de su padre negándose el legarlos a sus hijos, lamentando si esos partidos de fútbol en los que Jamie no estaba a la altura y él sentía vergüenza por las burlas que le proferían fueron la causa primigenia de que cometiera el acto inenarrable por el que ha sido condenado.
En el último pasaje, la habitación del niño, esa en la que sus progenitores creían que estaba a salvo, está coronada por el set up de Jamie, un ordenador como gargantuesco emisor de odio que sirvió de catalizador para que un adolescente alienado se empapara del odio de una horda de misóginos que no dejan de ser el resultado de la masculinidad tóxica a la que nos aboca una sociedad que señala a los «hombres débiles» para dejar en evidencia lo que no es una virilidad hegemónica que somete a las mujeres o las cosifican hasta convertirlas e una idealización que no se corresponde con la realidad. Stephen Graham, Jack Thorne y Philip Batantini han facturado una pieza audiovisual excelsa, con una enorme carga social que ya se encuentra entre lo mejor de la producción propia de Netflix y dando lugar a algunos de los mejores trabajos recientes de divulgación en la red, como este superlativo análisis que Jordi Maquiavelo dedicó a la serie en su canal de Youtube.
Adolescencia me ha tocado tan profundamente, de tantas maneras y formas, como para poner la mano en el fuego con respecto a que no se va a estrenar este 2025 otra serie que la supere en cuanto a calidad, trasfondo, profundidad dramática y visionado obligatorio para padres e hijos y, sobre todo, que me haga estremecerme como lo hace ese final con un padre compungido pidiendo perdón a su hijo ausente que jamás volverá a ser mismo con todo lo terrible que supondrá, una vez cumpla su condena, su reinserción social para él y los suyos. Tengo un sobrino con la misma edad que el personaje de Jamie, un niño estudioso, responsable y empático por el que daría la vida misma y me causa terror pensar que pueda tomar como suyo el discurso de algún descerebrado con millones de seguidores que le haga creer que por el simple hecho de ser un hombre tiene derecho a someter o vejar a una mujer vendiendo como valores tradicionales el odio, la intolerancia y la violencia.