Lourdes Hernández (Russian Red) debuta en el teatro: “La obra trata sobre esta mujer casada que soy yo y que habla todo el rato de sus amantes”
La cantante y actriz protagoniza la pieza 'Anoche en la azotea', escrita por ella misma y que se estrena este mes en Réplika Teatro de Madrid'Un sublime error', Jan Lauwers y Gonzalo Cunill dan una lección teatral entre la vida y la muerte La cantante llega a este momento vital reinventada y sin complejos. Russian Red, es decir, Lourdes Hernández, estrena obra de teatro como actriz y creadora. Una pieza sobre un personaje que es su doble, una encarnación de sí misma con quien esta artista dialoga, se pelea y se busca. La cantante, sin tapujos, habla con este periódico de cómo la obra es la conquista de un espacio, de una nueva Lourdes que ya ha alcanzado los cuarenta, casada, más madura, pero decidida a no dejarse someter ni como persona —“aunque esté casada no voy a renunciar a seguir enamorándome”— ni como artista: “Necesitaba metamorfosearme”. A Russian Red le hemos visto crecer desde aquella maqueta que explotó en redes en 2006 y aquel primer disco, I love your glasses (Eureka). Un ascenso meteórico. Su primer trabajo ya fue disco de oro, luego llegarían grandes conciertos, temas para películas de Javier Fresser o Julio Medem, nuevos álbumes como Fuerteventura (2011) e importantes premios como el MTV a la mejor artista española, que la colocaron en boca de todos. En 2013, la artista decidió emigrar, coger distancia e irse a vivir durante diez años a Los Ángeles. En España todo se había enrarecido y politizado. La derecha la enarbolaba como artista propia, algo que Esperanza Aguirre quiso institucionalizar otorgándole la medalla de la Comunidad de Madrid. Pero pocos saben quién es Lourdes Hernández González y cómo, lejos de ambientes tan patrios como cutres, en Los Ángeles consiguió comenzar a reinventarse. Allí abrió un garito interdisciplinar en una antigua iglesia, The Ruby Street, se focalizó en su persona, siguió estudiando y se casó con su compañero de vida hasta hoy. La artista Russian Red Ahora, ya en Madrid desde hace tres años y mientras presenta su nuevo disco Volverme a enamorar con cuatro fechas a lo largo de cuatro meses en el Café Berlín de la capital (entradas agotadas), Lourdes sorprende a propios y extraños estrenando su primera pieza teatro. Lo hace en el templo del teatro experimental madrileño, el Teatro Replika. Serán solo tres funciones. La pieza se llama Anoche en la azotea. Una obra entre la performance y el teatro autobiográfico en el que Lourdes se ha hecho acompañar del artista argentino Andrés Reisinger. Parece estar viviendo un momento de metamorfosis, reinventándose, ¿es así? Es algo que comenzó cuando decidí irme Los Ángeles. Allí me dediqué a investigar muchas formas de expresión diferentes. No estaba interesada en profesionalizarme, pero sí que hice mucha improvisación, clown, danza, tomé clases de ópera, de piano… Me dediqué a buscar formas de expresión distintas. Hace tres años volvió a España, sacó nuevo disco, lo presenta en directo en varias fechas y esta semana estrena obra de teatro… La obra y los conciertos son proyectos distintos, pero tienen que ver. Los conciertos están basados en la improvisación musical y actoral. En los conciertos me permito improvisar mucho, cabrearme en escena, reír. Yo que he sido siempre una persona absolutamente coartada en el escenario porque me daba vergüenza todo, que siempre tuve la sensación de no saber cómo moverme, veo que ahora todo se ha recolocado. ¿Disfruta más? Estoy con un ansia de escenario tremenda, canalizando muchas cosas. Cuando me bajo del escenario me quedo una semana trastocada por el desnudo existencial que hago, pero por otro lado no quiero estar haciendo otra cosa que no sea esto. Este año no estoy ganando un duro, pero me da igual, me siento millonaria. Pero ¿qué diferencia hay entre Russian Red y Lourdes Hernández? Russian Red es la cantante, Lourdes no es Russ

La cantante y actriz protagoniza la pieza 'Anoche en la azotea', escrita por ella misma y que se estrena este mes en Réplika Teatro de Madrid
'Un sublime error', Jan Lauwers y Gonzalo Cunill dan una lección teatral entre la vida y la muerte
La cantante llega a este momento vital reinventada y sin complejos. Russian Red, es decir, Lourdes Hernández, estrena obra de teatro como actriz y creadora. Una pieza sobre un personaje que es su doble, una encarnación de sí misma con quien esta artista dialoga, se pelea y se busca. La cantante, sin tapujos, habla con este periódico de cómo la obra es la conquista de un espacio, de una nueva Lourdes que ya ha alcanzado los cuarenta, casada, más madura, pero decidida a no dejarse someter ni como persona —“aunque esté casada no voy a renunciar a seguir enamorándome”— ni como artista: “Necesitaba metamorfosearme”.
A Russian Red le hemos visto crecer desde aquella maqueta que explotó en redes en 2006 y aquel primer disco, I love your glasses (Eureka). Un ascenso meteórico. Su primer trabajo ya fue disco de oro, luego llegarían grandes conciertos, temas para películas de Javier Fresser o Julio Medem, nuevos álbumes como Fuerteventura (2011) e importantes premios como el MTV a la mejor artista española, que la colocaron en boca de todos. En 2013, la artista decidió emigrar, coger distancia e irse a vivir durante diez años a Los Ángeles. En España todo se había enrarecido y politizado. La derecha la enarbolaba como artista propia, algo que Esperanza Aguirre quiso institucionalizar otorgándole la medalla de la Comunidad de Madrid.
Pero pocos saben quién es Lourdes Hernández González y cómo, lejos de ambientes tan patrios como cutres, en Los Ángeles consiguió comenzar a reinventarse. Allí abrió un garito interdisciplinar en una antigua iglesia, The Ruby Street, se focalizó en su persona, siguió estudiando y se casó con su compañero de vida hasta hoy.
Ahora, ya en Madrid desde hace tres años y mientras presenta su nuevo disco Volverme a enamorar con cuatro fechas a lo largo de cuatro meses en el Café Berlín de la capital (entradas agotadas), Lourdes sorprende a propios y extraños estrenando su primera pieza teatro. Lo hace en el templo del teatro experimental madrileño, el Teatro Replika. Serán solo tres funciones. La pieza se llama Anoche en la azotea. Una obra entre la performance y el teatro autobiográfico en el que Lourdes se ha hecho acompañar del artista argentino Andrés Reisinger.
Parece estar viviendo un momento de metamorfosis, reinventándose, ¿es así?
Es algo que comenzó cuando decidí irme Los Ángeles. Allí me dediqué a investigar muchas formas de expresión diferentes. No estaba interesada en profesionalizarme, pero sí que hice mucha improvisación, clown, danza, tomé clases de ópera, de piano… Me dediqué a buscar formas de expresión distintas.
Hace tres años volvió a España, sacó nuevo disco, lo presenta en directo en varias fechas y esta semana estrena obra de teatro…
La obra y los conciertos son proyectos distintos, pero tienen que ver. Los conciertos están basados en la improvisación musical y actoral. En los conciertos me permito improvisar mucho, cabrearme en escena, reír. Yo que he sido siempre una persona absolutamente coartada en el escenario porque me daba vergüenza todo, que siempre tuve la sensación de no saber cómo moverme, veo que ahora todo se ha recolocado.
¿Disfruta más?
Estoy con un ansia de escenario tremenda, canalizando muchas cosas. Cuando me bajo del escenario me quedo una semana trastocada por el desnudo existencial que hago, pero por otro lado no quiero estar haciendo otra cosa que no sea esto. Este año no estoy ganando un duro, pero me da igual, me siento millonaria.
Pero ¿qué diferencia hay entre Russian Red y Lourdes Hernández?
Russian Red es la cantante, Lourdes no es Russian Red. Lo que estoy intentando hacer a través de todas estas performances, ya sea en el Café Berlín o ya en la obra Anoche en la azotea, es metamorfosear. Siento encima un gran peso que viene del pasado que tiene muy poco que ver con la persona que soy hoy. En esencia sigo siendo una romántica empedernida, lo que pasa es que no es lo mismo a los 20 que a los 40. Necesitaba cambiar los puntos de apoyo.
Comencemos por el principio, ¿cómo nace Anoche en la azotea?
La pieza nace de querer expandir al sentir que el disco se me había quedado corto y necesitaba seguir investigando sobre qué quiere decir enamorarse, quería investigar qué me pasa a mí con el deseo, entender por qué me tengo que conectar a una fuente de vida para hacer canciones, por qué para cantar la cantante necesita estar enamorada.
¿Qué es estar enamorada?
Estar enamorada no es estar 30 años con alguien. Es otra cosa. Para mí estar enamorada tiene que ver con esa fase absolutamente efervescente del desconocimiento y de la conquista, del yo me veo a través de ti, y tú te ves a través de mí… Es un espejismo en el que afloran aspectos de mi personalidad distintas. El enamoramiento no tiene por qué estar consumado, pero si encima lo consumas, pues menuda fiesta.
¿Se enamora mucho?
Me enamoro todo el rato. Es mi droga. Pero el conflicto también llega cuando te preguntas si enamorarse tiene fecha de caducidad, si se puede mantener el deseo y el enamoramiento a largo plazo.
¿No hay amor para siempre?
Creo que hay relaciones que sí que están para hacer la vida con esa persona. Y es muy bonito tener una relación a largo plazo. Pero también hay que tener claro que si haces la vida en paz con esa persona: ¿qué deseo va a caber ahí? El deseo viene cuando hay una imposibilidad, cuando existe un problema de no poder verse, de no poder estar juntos. Hay relaciones que están para compartir la vida y hay relaciones para el deseo. Y no entiendo por qué una tiene que ser excluyente de la otra.
¿Cuando habla del enamoramiento está unido a una idea de amor romántico?
Es la misma cosa. El romanticismo es el enamoramiento. El romanticismo es esa manera de estar en la vida, creer en algo un poco imposible, alimentar esa idea de lo improbable.
¿Son malos tiempos para la lírica? Es decir, ¿el amor romántico vive malos tiempos con respecto a otras épocas?
Qué va, de hecho, siento que el romanticismo está de vuelta.
María Velasco decía en su última obra que “el desamor era el germen de su generación”. Una generación que es también la suya, ¿está de acuerdo?
No estoy de acuerdo. Estoy en el lado opuesto. No he dejado nunca de enamorarme. Siempre estoy preguntándome cuándo me voy a volver a enamorar. Pero ahora, que estoy casada, que no vengan a decirme que no me puedo volver a enamorar.
¿Lo está?
Claro, siempre. La verdad es que en el momento en el que decidí que me abría, no deja de entrar aire fresco en mi relación y no dejo de conocer a gente que me interesa y de la que me enamoro.
¿Cuándo pasó la apertura de la que habla?
Hace tres años cuando me volví a España. Era como si le hubiera dado al pause a Madrid y me sentía como si volviera a tener 27 años de nuevo y estuviera soltera en Madrid. En ese momento mi chico no estaba y pensé cómo era posible poder sentirme de una manera en la que no me había sentido hace tanto tiempo y que era, exactamente, la manera que necesitaba. La obra trata sobre esta mujer casada que soy yo y que habla todo el rato de sus amantes. Y de la grandísima fortuna que es poder permitirse una vida así.
Lo que está diciendo, si la entiendo bien, es que sigue con su marido, pero que desde hace algunos años ha establecido una relación abierta, ¿no?
Sí, pero no estoy afirmando que sea para todo el mundo tampoco. No vengo a hacer una apología del amor abierto. Es una movida muy sofisticada que cuesta tiempo y trabajo. No estoy recomendando nada. A mí, ni me viene ni me va lo que la gente haga con su vida. Además, esa apertura nunca la haría al principio de una relación. Es después de muchos años juntos que te preguntas si la vida romántica que tienes con tu pareja está destinada a acabar ahí. La pregunta es: ¿Y si no fuera así?
¿Y la obra cómo nace?, ¿por qué decide llevar esto a un escenario?
Yo tenía un texto que iba a publicar, un texto que venía de unas notas de voz que había ido grabando durante estos dos últimos años de mi vida. Cuando me puse a darle forma pensé que no era eso. No me gusta ser escritora. Mi fuerte no está ahí, en ese trabajo tedioso de soledad con el ordenador. Había conocido a Andrés Reisinger, el director de la obra, por Instagram y había visto su trabajo, unos escenarios en 3D muy bonitos, inspiradores. Cuando lo conocí pensé que era un ilusionista de nueva generación, como un mago, realmente es un artista con un perfil muy particular, hace arte digital, diseña muebles y tiene piezas de videoarte muy filosóficas… Quedamos y decidimos trabajar juntos.
¿Cómo ha sido el proceso de creación?
Largo, nos hemos pasado un mes hablando, otro mes seleccionando las partes del texto, otro haciendo ejercicios de improvisación basados en el texto, otro de ejercicios de concentración y atención… Ha sido un proceso de ensueño, muy cuidado en el cual el texto se ha ido transformado en otra cosa. La obra se ha convertido en una cosa más abstracta. Y eso me gusta.
¿Podría explicar eso mejor?
El texto ahora es subtexto. Y lo que pasa es escénico. Entra el tiempo, a veces no parece pasar nada, pero cuando dejas que se asiente lo que parecía no decir nada, comienza a hablar.
¿Y cómo es el personaje que va surgiendo en ese nuevo espacio?
Es un personaje que lo quiere todo, incluso las cosas que no quiere. Eso ha dado un transitar entre las escenas muy frenético, no por velocidad, sino porque ves que es un personaje que no se asienta, que no acaba nunca, que nunca llega a entenderse. Sabe que sus decisiones no la definen por completo porque al mismo tiempo piensa lo contrario. Es un personaje en contradicción.
¿Le gustaría girar con la obra?
Ojalá. No ha habido un afán de hacer promoción porque es un ejercicio de experimentación. Pero si de repente hay alguien que entiende la obra y que tiene una idea que nos sirva a nosotros para seguir investigando, pues estupendo.