Warfare: Alex Garland te mete en el infierno de la guerra como nunca antes lo habías visto
Alex Garland y Ray Mendoza recrean un combate real en Irak con un realismo brutal, sin héroes ni gloria. Warfare es cine bélico sin concesiones. Esta noticia ha sido publicada por Cinemascomics.com

Si Salvar al soldado Ryan te dejó sin aliento o Come and See te rompió por dentro, prepárate para Warfare, la nueva película codirigida por Alex Garland y Ray Mendoza que nos lanza sin previo aviso en medio del caos y la brutalidad de un combate real. Y recalco lo de «real» porque no estamos ante una dramatización típica de Hollywood. Aquí no hay grandes discursos heroicos, ni arcos narrativos de redención. Warfare es polvo, sangre, ruido ensordecedor, cuerpos destrozados y una pregunta que no se responde: ¿Por qué?
Una experiencia cruda e inmersiva
Basada en una operación real llevada a cabo por un pelotón de Navy SEALs en Ramadi en 2006, la película no busca entretener ni glorificar la violencia. Garland, que ya nos había estremecido con Civil War, y Mendoza, ex SEAL y testigo directo de los hechos, reconstruyen los eventos con una precisión casi documental. La historia nos sitúa en tiempo casi real dentro de una casa iraquí tomada por los soldados como punto de vigilancia. Y una vez ahí, la tensión es constante. No hay banda sonora. No hay respiro.
Lo que hay es una sucesión de decisiones tácticas, gritos de dolor imposibles de olvidar (Joseph Quinn en su momento más desgarrador), y un diseño sonoro absolutamente descomunal. Desde el silencio sordo tras una explosión hasta el estruendo desquiciante de un ataque sorpresa, cada sonido te obliga a permanecer alerta, incómodo, atrapado.
Actores comprometidos al límite
El reparto está compuesto por talentos emergentes de primer nivel: Will Poulter como un comandante que se desmorona con cada decisión, D’Pharaoh Woon-A-Tai dando vida a Mendoza con sobriedad y presión interna, Cosmo Jarvis como el veterano lacónico, Kit Connor como el joven inexperto… Todos perfectamente ensamblados para formar un retrato colectivo más potente que cualquier desarrollo individual.
La relación entre ellos, más que las balas o las explosiones, es el alma de Warfare. En medio de la monotonía de la espera o la locura del combate, el vínculo entre estos hombres se convierte en un personaje más. Pero lo que hace más impactante este vínculo es que jamás se verbaliza. No lo necesitamos. Lo vemos. Lo sentimos.
Sin respuestas, solo heridas
A diferencia de The Hurt Locker o American Sniper, Warfare no tiene un punto de vista político claro. No hay contextualización ni juicio moral sobre la guerra de Irak. Y eso es lo que más duele. Porque lo que muestra no es el «por qué» de la guerra, sino el «cómo». El precio. El daño. El sinsentido.
Cuando una de las civiles iraquíes mira al soldado americano y le pregunta «¿Por qué?», no hay respuesta. Y ahí está todo. La película te lanza esa pregunta como un puñetazo, y no te ofrece salida emocional. Sólo puedes mirar. Tragar. Aguantar.
Técnica impecable, mensaje devastador
Visualmente, Warfare está a la altura de los grandes referentes del cine bélico. Desde el asfixiante humo que cubre la huida final hasta los detalles más mínimos —como soldados orinando en botellas o temblando tras una explosión—, cada encuadre está diseñado para transmitir autenticidad. No hay adornos, ni heroísmo. Lo que hay es trauma.
Incluso en su forma más cinematográfica —el vuelo rasante de un caza como muestra de fuerza, por ejemplo—, la película se niega a convertirse en espectáculo. No hay catarsis. Solo la huida desesperada hacia un final inevitable y profundamente amargo.
Imprescindible, pero no para todos
Warfare no es una película fácil. Ni entretenida. Ni lo pretende. Es un ejercicio brutal de empatía y de desmitificación de la guerra. Y, por eso mismo, es una de las películas bélicas más importantes que he visto en los últimos años. No sé si la vería dos veces. Pero sé que no la olvidaré jamás.
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