La luna de la tarde
Es una luna antigua, de esférica palidez, que flota en los añiles de un cielo que no sabe si es o no el final del invierno. No lo sabe pero lo está deglutiendo en su estómago invisible. Hay fajas de nubes grises. Hacia ellas ha volado el regreso de las grullas, bocina triangular multiplicada en... Leer más La entrada La luna de la tarde aparece primero en Zenda.

Amanece la luna de la tarde. No es el crepúsculo todavía. El sol no se ha puesto en el oeste y se vislumbra detrás de la vanguardia borrascosa. Vendrá una lluvia que no nos dejará levantar la cabeza hacia las nubes y que arrojará todas las flores de los almendros al suelo. Vendrá la tierra con su olor de flor y podredumbre. Pero ahora mismo, la luna está llena en el Este sobre la línea verde del sembrado, el verde intenso de una luz interna que la misma luna activó.
La luna antigua vigila los pájaros del páramo. El alcaudón otea a su víctima desde la punta de una rama de un arbusto en el camino. Es un pajarillo que canta distraído y acaba de renovar el plumaje. Mi paso le levanta el vuelo y así salva la vida. Quizá, aunque se haya librado por el momento, le cace el gavilán que acaba de trazar una curva en el cielo o el cernícalo que se ha levantado hacia el cénit para maniobrar desde su visión de altura.
El cernícalo viene de los almiares acumulados sobre el barbecho en pirámides de paja, donde ha hecho el nido con su pareja, inconsciente de que, solo una semana más tarde, vendrán los camiones para llevarse su refugio a un almacén. Entre tanto, cae en picado sobre el pequeño volantón.
La luna observa todo lo que sucede con una lentitud intensa. Tarda en elevarse, tanto como se dio prisa esta mañana en ocultarse, amarilla, al amanecer. Ahora parece una luna japonesa, que sabe de acuarelas y que prefiere el arte a la astrología.
Camino hacia ella sin esforzarme en mantener el rumbo, pues es el propio sendero el que me encauza. Y yo, que he elegido alejarme de los centros de riqueza, me siento el hombre más rico del mundo.
Me acuerdo entonces de un viejo poema oriental:
Siempre supe que iba a coger este camino.
Pero ayer mismo no sabía
que lo haría justo hoy.
Que por fin me atrevería, parafraseo, ante la colosal habitante que me alumbra y que me enfoca.
Voy hacia el gran foco que empieza a proyectar mi sombra en los metros sucesivos de tierra que dejo atrás. Veo quién fui, veo las sombras de mí que se acumulan en el pasado y que se alfombran sobre los pasos que ya se han cumplido.
Veo a un hombre caminar mientras me sigo elevando en el horizonte.
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