Gaviotas en el puerto de Madrid

Naveguemos atrás en el tiempo. En los ochenta del siglo XVI, Felipe II se hace con Portugal. Con Portugal y sus dominios, claro. Y a Felipe II, no por casualidad, en las cortes de Tomar le llega una propuesta de esas que podríamos denominar como “utopías del humanismo renacentista”. Atendiendo al hecho de que Madrid,... Leer más La entrada Gaviotas en el puerto de Madrid aparece primero en Zenda.

May 10, 2025 - 23:34
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Gaviotas en el puerto de Madrid

¿Por qué hace unos años llegaron las gaviotas a Madrid? Bueno, los que saben del asunto afirman que plegaron alas en la capital huyendo de los rigores invernales en sus habituales domicilios costeros. A decir verdad, no lo tengo claro. Del mismo modo, se dice que están pululando en la Villa y Corte agasajadas por el agua y la comida. Hombre… ¡A ver si ahora va a resultar que nuestro litoral es el desierto de Atacama! No sé, no sé. Tengo una teoría que me cuadra mucho más sin ser yo “gaviólogo”: han venido atraídas por el patrimonio marítimo de la ciudad. Y no hablo del Museo Naval, ni del Archivo Histórico de la Armada. Tampoco de los monumentos a don Álvaro de Bazán, Jorge Juan o Blas de Lezo. No, no. Pero, ¿veis cómo hay mucho mar en Madrid? De hecho, Felipe IV organizaba un auténtico Cirque du Soleil en El Retiro, emulando los grandes choques navales de sus flotas, y hasta en la Casa de Campo se han probado ingenios sumergibles. ¡Ah! No menos notable es que en Madrid hayan nacido pesos pesados de la Armada, como Gabriel de Aristizábal, o grandes pintores dedicados a retratar las gestas de nuestra Marina como, por ejemplo, Antonio Brugada. En fin, no sigo porque me conozco. De lo que voy a hablaros es de cuando Madrid estuvo a un tris de tener y disfrutar un puerto. ¡Uno verdadero! ¡Uno de mar! Y creo que esa es la razón por la cual han vuelto las gaviotas a Madrid.

"Lisboa y Madrid habrían de quedar unidas y la capital sería un gran puerto de Indias, emulando el eje Sanlúcar-Sevilla"

Naveguemos atrás en el tiempo. En los ochenta del siglo XVI, Felipe II se hace con Portugal. Con Portugal y sus dominios, claro. Y a Felipe II, no por casualidad, en las cortes de Tomar le llega una propuesta de esas que podríamos denominar como “utopías del humanismo renacentista”. Atendiendo al hecho de que Madrid, a pesar de su envidiable posición geográfica, era la única gran capital de la Cristiandad sin salida al mar o sin una gran vía fluvial que la atravesara, un ingeniero italiano, Juan Bautista Antonelli, que trabajaba para la Monarquía levantando fortificaciones en el Caribe y el sur de América, le propuso al rey hacer navegable el Manzanares, uniendo dicho río con el Jarama y el Tajo. De tal manera, Lisboa y Madrid habrían de quedar unidas y la capital sería un gran puerto de Indias, emulando el eje Sanlúcar-Sevilla. Imagino que lo de renegociar el monopolio indiano de la ciudad hispalense lo tenía Felipe estudiado con el mejor bufete de la Villa, que no era sino el Consejo de Ministros, con sede en el Real Alcázar.

Retrato de Felipe II de Antonio Moro

Antonelli, eufórico por la acogida que el rey había mostrado al proyecto, se puso a trabajar para dar cuerpo a su gran aspiración y apuntalar la utilidad pública de su propuesta. El plan pasaba por hacer del Manzanares prácticamente un gran estuario, en atención a los buenos resultados que los ingenios hidráulicos de Juanelo Turriano estaban demostrando en Toledo. En vista de ello, se crearía un circuito de esclusas que desde la localidad de Arganda del Rey propiciasen mucho más caudal a este nuestro aprendiz de río —que decía con sorna Quevedo—. El propio Turriano veía con buenos ojos el planteamiento, y el espaldarazo definitivo lo dio el aprobado de otro prohombre de ciencia: Juan de Herrera.

"La propuesta preveía un dragado que basculaba entre los dos metros y medio en el Tajo, tres cuarenta en el Jarama y cuatro metros en el Manzanares"

A mediados de 1582, con Felipe II dejando caer la idea en el Consejo Real de Castilla, el italiano ya tenía un sumario bien mullido de legajos y planos, en los cuales figuraban los instrumentos diseñados para frenar las corrientes del Tajo en puntos tales como Abrantes, Talavera de la Reina y Aranjuez. También, y como es natural, se desplegaba el corpus documental de las canalizaciones que se habrían de hacer a lo largo de tres cuencas: obras hidrográficas comprendidas en un tramo de 211 kilómetros de un total de 732, sólo entre Lisboa y la ribereña ciudad arancetana. Por si fuera poco, y aquí tenemos a la madre del cordero, la propuesta preveía un dragado que basculaba entre los dos metros y medio en el Tajo, tres cuarenta en el Jarama y cuatro metros en el Manzanares hasta el mismísimo puente de Toledo —que no existía aún—. ¿Razón? El calado de las naves destinadas a llevar el comercio ultramarino a las riberas de la pradera más chulapa y verbenera de este mundo. Falúas, galeotas, fustas, fragatillas, bergantines, carabelas y carracas de aparejo latino, con desplazamiento de hasta 350 toneladas y 33 metros desde la roda al codaste. Poquita broma. Lo que aquí os cuento, y que os parece una quimera, se lo contó el propio Antonelli al rey a bordo de una espléndida chalana —bowrider, que dirían los instagrammers—, en la que ambos navegaron surcando la vega baja del Manzanares hacia la localidad a la que un capitán segoviano, de nombre Guillermo, le puso su apellido: Rivas.

Lavanderas en el Manzanares, de Manuel Rodríguez de Guzmán

Máquinas para llevar el proyecto a cabo había, eso desde luego. Voluntad también. Pero el dinero se lo terminó llevando la Empresa de Inglaterra. Isabel, Drake… ya sabéis, una jaqueca. Madrid se quedó sin puerto, aunque los herederos de la casa de Austria, e incluso más tarde los Borbones —aunque esta vez por Guadarrama—, no cejaron en su empeño de reemprender y llevar a término la incansable vocación marítima de Madrid y el deseo argonáutico de Felipe y Antonelli. Con todo, las gaviotas se quedan en Madrid.

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