Fumata negra en la Maestranza . Un hilillo de humo renegrido, como los pitones de Espiguita –ese toro sexto que en lugar de divisa traía la llave de la Puerta del Príncipe colgando del morrillo–, asomaba sobre las banderas del Vaticano del toreo durante el crepúsculo de la tarde. No hubo quorum: con dos sufragios a su favor, faltó un tercero que convalidase la que había sido su tarde más maciza y rotunda en la Maestranz a. Las puertas de la gloria ya estaban entreabiertas tras su incontestable golpe de autoridad cuando despeñó con la espada una Puerta del Príncipe que nadie hubiese puesto en duda. Suya fue la tarde, intratable sobre los demás y dictatorial sobre la categoría de...
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