Juan Gallego y Javier Gallego tratan la salud mental en un cómic que expone “la plaga” de los bulos y la tiranía del éxito
Los hermanos, que ya trabajaron juntos en la mirada a los refugiados del Mediterráneo que supone ‘Como si nunca hubieran sido’ (2018), presentan un segundo proyecto con el que ponen el foco en los rincones más oscuros de la menteAdelanto exclusivo - Lee en primicia las primeras páginas de ‘La plaga’ El tiempo nos ha convertido a todos en completos desconocidos. La persona con la que salías de fiesta ahora prefiere planes más tranquilos, aquella con la que ibas al gimnasio invierte el dinero en otro tipo de rutina y la que te acompañaba a la cafetería antes de ir a trabajar se ha tenido que mudar a otra ciudad. El tiempo puede llegar a ser tan escurridizo que, tan rápido como llega y se va una ráfaga de viento, ese hermano, amigo, primo o compañero se transforma en una persona de la que no sabes nada en absoluto. Preocuparte por quien tienes al lado pasa por mirar más allá de su exterior: consiste en adentrarte dentro de su ser, hacer fluir la comunicación y cuidar el vínculo que os mantiene unidos. Esta mirada hacia al otro, que paradójicamente se ha vuelto un reto en una sociedad que creer sentirse permanentemente conectada con los demás a través de internet, es la que amplían los hermanos Juan Gallego y Javier Gallego en La plaga (Reservoir Books, 2025), una novela gráfica que sigue la metódica y monótona existencia de Pedro, un arquitecto deprimido. En una época dominada por las nuevas tecnologías, en la que las falsas sonrisas y las vidas de ensueño inundan las redes, detenerse a prestar atención a la mente de la persona a la que queremos —así como a la nuestra propia— es algo tan complicado como insólito. Los rincones más oscuros de la mente pueden llevar a alguien a engañarse, obcecarse o simplemente derrumbarse. La vida que Pedro tiene en su cabeza, en blanco y negro, es muy diferente a la que su entorno ha creado para él, teñida de color. Pero ¿a qué alcance está su mundo interior? Según Javier Gallego, director del pódcast Carne Cruda y colaborador de elDiario.es, “vivimos en una sociedad muy atomizada, donde a veces no sabes lo que le ocurre al vecino” porque “estamos separados del resto de personas en soledades muy compartidas”. Para él, este es uno de los grandes problemas actuales: la falta de acompañamiento, la soledad generalizada. La plaga retuerce ese sentimiento cada vez más común y pone en el centro de la historia la importancia de la salud mental. “Cuando uno se aísla, corta todos los lazos y conexiones con el exterior. Si no has creado una buena red de apoyo e incluso si la rechazas, la gente no detecta que tienes un problema de salud mental”, comenta el periodista. Este aislamiento es el que rodea al personaje de la obra, para el que el dibujante Juan Gallego prefiere no buscar culpables: “No siempre hay un bueno y un malo, en realidad las cosas pasan por un cúmulo de circunstancias. Las relaciones sociales funcionan así. En este caso, el protagonista pasa por una enfermedad que le hace tender a alejarse de todos y rechazarlos”. Su hermano Javier opta por apuntar razones sistemáticas, señalando “la precariedad, la inquietud y la incertidumbre” que generan “ansiedad, soledad y aislamiento”. “La propia pobreza provoca muchas veces un rechazo social”, alega, agregando que estas causas sistemáticas llevan a la gente a no atreverse a vivir. En una de las conversaciones más significativas de la obra, una compañera de trabajo de Pedro le dice que “no se puede vivir otra vida”. Este, apesadumbrado, le responde: “Pero es que no sé cómo vivir la mía”. Los “cánones de realización” tan presentes en el día a día crean pesimismo al ser inalcanzables, una realidad a la que se refiere Javier Gallego como otro factor clave: “Se nos exige tanto estar bien, dar siempre nuestra mejor cara y la mejor versión de uno mismo, que es muy difícil llegar a estas expectativas y, cuando no se llega, da la sensación de que es imposible ser una persona de éxito. Al no alcanzar ese baremo, uno se siente inferior, desarrolla un complejo de inferioridad y puede desencadenar depresión”.

Los hermanos, que ya trabajaron juntos en la mirada a los refugiados del Mediterráneo que supone ‘Como si nunca hubieran sido’ (2018), presentan un segundo proyecto con el que ponen el foco en los rincones más oscuros de la mente
Adelanto exclusivo - Lee en primicia las primeras páginas de ‘La plaga’
El tiempo nos ha convertido a todos en completos desconocidos. La persona con la que salías de fiesta ahora prefiere planes más tranquilos, aquella con la que ibas al gimnasio invierte el dinero en otro tipo de rutina y la que te acompañaba a la cafetería antes de ir a trabajar se ha tenido que mudar a otra ciudad. El tiempo puede llegar a ser tan escurridizo que, tan rápido como llega y se va una ráfaga de viento, ese hermano, amigo, primo o compañero se transforma en una persona de la que no sabes nada en absoluto.
Preocuparte por quien tienes al lado pasa por mirar más allá de su exterior: consiste en adentrarte dentro de su ser, hacer fluir la comunicación y cuidar el vínculo que os mantiene unidos. Esta mirada hacia al otro, que paradójicamente se ha vuelto un reto en una sociedad que creer sentirse permanentemente conectada con los demás a través de internet, es la que amplían los hermanos Juan Gallego y Javier Gallego en La plaga (Reservoir Books, 2025), una novela gráfica que sigue la metódica y monótona existencia de Pedro, un arquitecto deprimido.
En una época dominada por las nuevas tecnologías, en la que las falsas sonrisas y las vidas de ensueño inundan las redes, detenerse a prestar atención a la mente de la persona a la que queremos —así como a la nuestra propia— es algo tan complicado como insólito. Los rincones más oscuros de la mente pueden llevar a alguien a engañarse, obcecarse o simplemente derrumbarse. La vida que Pedro tiene en su cabeza, en blanco y negro, es muy diferente a la que su entorno ha creado para él, teñida de color. Pero ¿a qué alcance está su mundo interior?
Según Javier Gallego, director del pódcast Carne Cruda y colaborador de elDiario.es, “vivimos en una sociedad muy atomizada, donde a veces no sabes lo que le ocurre al vecino” porque “estamos separados del resto de personas en soledades muy compartidas”. Para él, este es uno de los grandes problemas actuales: la falta de acompañamiento, la soledad generalizada. La plaga retuerce ese sentimiento cada vez más común y pone en el centro de la historia la importancia de la salud mental. “Cuando uno se aísla, corta todos los lazos y conexiones con el exterior. Si no has creado una buena red de apoyo e incluso si la rechazas, la gente no detecta que tienes un problema de salud mental”, comenta el periodista.
Este aislamiento es el que rodea al personaje de la obra, para el que el dibujante Juan Gallego prefiere no buscar culpables: “No siempre hay un bueno y un malo, en realidad las cosas pasan por un cúmulo de circunstancias. Las relaciones sociales funcionan así. En este caso, el protagonista pasa por una enfermedad que le hace tender a alejarse de todos y rechazarlos”. Su hermano Javier opta por apuntar razones sistemáticas, señalando “la precariedad, la inquietud y la incertidumbre” que generan “ansiedad, soledad y aislamiento”. “La propia pobreza provoca muchas veces un rechazo social”, alega, agregando que estas causas sistemáticas llevan a la gente a no atreverse a vivir.
En una de las conversaciones más significativas de la obra, una compañera de trabajo de Pedro le dice que “no se puede vivir otra vida”. Este, apesadumbrado, le responde: “Pero es que no sé cómo vivir la mía”. Los “cánones de realización” tan presentes en el día a día crean pesimismo al ser inalcanzables, una realidad a la que se refiere Javier Gallego como otro factor clave: “Se nos exige tanto estar bien, dar siempre nuestra mejor cara y la mejor versión de uno mismo, que es muy difícil llegar a estas expectativas y, cuando no se llega, da la sensación de que es imposible ser una persona de éxito. Al no alcanzar ese baremo, uno se siente inferior, desarrolla un complejo de inferioridad y puede desencadenar depresión”.
Esto, que le sucede al personaje de La plaga aun sin redes sociales, se hace más patente en un momento en el que Instagram es tu carta de presentación al mundo. “Estamos tan hiperconectados que [internet] nos obliga a proyectar una imagen de éxito”, dice Javier Gallego, “donde, si no participas, no puedes formar parte de conversaciones o te sientes excluido”. “Nos hemos convertido en una especie de productos escaparate donde tenemos que estar vendiendo nuestra propia cara, nuestra propia vida y hasta nuestro propio ocio, lo que hace que tengamos que estar dando constantemente productos a la máquina para que la máquina nos valide. Y claro, hay gente que se siente inválida”, cuenta el autor. Lo califica como la “tiranía del éxito”, que responde a una falsa “maquinaria publicitaria”.
Los hermanos Gallego se embarcan en su segundo proyecto juntos tras el aclamado cómic Como si nunca hubieran sido (Reservoir Books, 2018), en el que exponen la “plaga” que supone la falta de empatía hacia los naufragios en el Mediterráneo. En esta ocasión, la plaga vuelve a pasar por un capitalismo que no entiende tanto de ayudas como sí de decidir tu vida, metaforizado a través de unos gusanos que, según palabras del personaje principal, “no era solo que estuvieran devorando” su “comida”, sino que “habían conseguido invadir también” su “cabeza”. La plaga pasa por “esa frustración que sientes si quieres hacer algo y no te atreves a intentarlo”, comenta Juan, agregando que “ese miedo es muy consustancial al ser humano y puede generar un gran trauma”.
“Hay cosas que dices: 'Lo tengo que intentar. Probablemente me vaya a estallar, pero tengo que probar'. Puede que no llegues a donde querías, pero tienes que intentarlo. Para mí, es propio de la naturaleza humana”, alega Juan Gallego. Su hermano Javier, por otro lado, añade que se hace “muy difícil” cuando “tienes que dar de comer a tu familia, pagar una hipoteca y mantenerte, sobrevivir y pensar en vivir”. “Los sueños y las utopías son siempre burguesas”, subraya el escritor, resaltando la “falta de tiempo” de la “clase obrera” y denunciando que “se le está quitando la posibilidad de soñar”. El protagonista de la obra dice así en uno de los pasajes: “Desde pequeño me gusta dibujar lugares que no existen. [...], supongo que el mundo real nunca ha sido suficiente”.
Esta falta de ensoñación y aumento de pesimismo con respecto al mundo que nos rodea se justifican, en parte, por una sociedad cada vez más plagada de bulos. “Es curioso que sea una de las cosas que ha traído internet y su nueva capacidad de comunicación”, dice Juan, “sobre todo porque es muy difícil atajar estos bulos, que tienen una facilidad para caer en terreno abonado que resulta deprimente”. Javier señala que en el cómic “se ve el efecto devastador que puede tener una mentira social en la vida particular del protagonista”, una “buena metáfora de lo que está sucediendo ahora mismo”: “Hay muchos bulos muy interesados y la manipulación tiene unos intereses detrás, a veces económicamente financiados y que sirven a determinadas ideologías”.
Sin embargo, no es el único de los problemas modernos. “Prefiero el dibujo a mano”, cavila el personaje de Pedro durante la novela gráfica. “Te enseña a controlar tu cuerpo. Te obliga a digerirlo. A concentrarte. Te da equilibrio, dirección, orden. La mano piensa, te hace pensar”. En contraste, declara que “el ordenador piensa por ti, hace por ti”, lo que deriva en que alguien se vuelva “perezoso” y “torpe”. Con el auge de una inteligencia artificial a estas alturas imparable, Juan Gallego vive de cerca la incertidumbre como dibujante. “A los ilustradores se les está robando no solo el trabajo, sino el estilo y la marca personal”, cuenta a este periódico. Recientemente se viralizaron en internet imágenes estilo Ghibli hechas con IA.
La inteligencia artificial no me interesa porque el disfrute radica en el hacer, no en conseguir una imagen muy bonita. Yo dibujo y pinto porque me lo paso bien, y disfruto con los problemas que me generan las imágenes en el proceso. El resultado final no es lo que me genera satisfacción.
“Habría que regularla porque es una tecnología que ha venido para quedarse, pero es realmente difícil”, confiesa Juan. “La inteligencia artificial no me interesa porque, para mí, el disfrute radica en el hacer, no en conseguir al final una imagen muy bonita. Yo dibujo y pinto porque me lo paso bien, y disfruto con los problemas que me generan las imágenes en el proceso. El resultado final no es lo que me genera satisfacción”, añade el dibujante de La plaga. Su hermano Javier lamenta que “en este sistema ultracapitalista, la defensa de los derechos de autor” vaya “muy por detrás de la maquinaria de hacer dinero” y, aunque la IA puede ser útil, “el problema es que se quiere utilizar para un fin económico que pasa por encima de los fines éticos y morales”.
Por muy difícil que sea entrar en la mente de alguien, hablar de temas tabúes o combatir las plagas que nos rodean, la salud mental es un tema que cada vez se trata más en el arte y que poco a poco va ocupando el lugar necesario en las conversaciones. Tal vez por ello sea injusto pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor, una reflexión que constantemente ciega al personaje de la obra, que considera que toda su vida es “un intento de encontrar el camino de vuelta”, sumido en la tristeza por una felicidad que “no regresó jamás”. Javier Gallego apunta que la “metamorfosis” de Pedro es la “representación de un mundo burocratizado en el que el ser humano se siente pequeño”, de alguien que se refugia en las pastillas porque “se siente como un gusano absorbido por el mundo”.
Pero la falsa melancolía no puede ni debe acabar con la esperanza. “El protagonista tiene un pensamiento conservador, no se atreve y no le gusta el cambio”, dice Juan Gallego, que señala que precisamente el cambio “es la manera de decidir si seguimos como estamos o si arreglamos las cosas que están mal”: “En ese sentido tengo un pensamiento más progresista. Todo lo demás es una romantización de lo que ya ha pasado”. Su hermano concluye que “estamos en un momento en el que hay una nostalgia política muy peligrosa, incluso en la izquierda, porque aunque es importante conservar valores como la naturaleza, el planeta y los derechos humanos”, no podemos echar de menos “un pasado que en realidad cercenaba los derechos de las mayorías y que solo mantenía los privilegios de una minoría”.