Olía a pólvora y victoria. Atrás quedaban los latigazos de la tormenta eléctrica que había estremecido Madrid. Las Ventas, con el ruedo en perfecto estado al retirar la lona, se vestía de Dos de Mayo, de memoria y sangre, de honor y gloria. Como la que rozó Álvaro Lorenzo en la fecha de su vida. Importantísima, de las que golpean a los carteles de las figuras. Por inteligencia y poso, por madurez y esa manera de ahondar en un día clave desde la hora en que supo que sustituiría a Rafael de Julia. Se le notaba en su rostro, herrado con la responsabilidad, con el ‘ahora o nunca’, tras verse apartado de las ferias. Un billete para ellas sacó Lorenzo:...
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