Los ladrones no son siempre gente honrada, Jardiel
Antes de pasar al meollo de la cuestión, me apresuro a aclarar lo que entiendo yo por una “mariblanca”. Ese es el nombre que fray Bugeo Montesinos, autor de La Carajicomedia, (1519), le dio a una moza que trabajaba en un mesón de Salamanca, “al paso de la Vega, y es mujer muy retraída de... Leer más La entrada Los ladrones no son siempre gente honrada, Jardiel aparece primero en Zenda.

Lo del exministro que cuando viajaba incluía en su séquito a una “mariblanca” se queda pequeño si lo comparamos con lo del general francés Kellerman, del ejército de Napoleón, magnífico ladrón de obras de arte que robaba por la razón de la fuerza. Me refiero, claro, al general, no a Napoleón, que estaba ajeno a las tropelías de sus generales invasores. Kellerman, general gobernador de Castilla, cayó en la trampa en la que caen muchos poderosos, pues ya se sabe que el poder hace que afloren los instintos más primarios de los hombres débiles. Hay una frase, acuñada por Lord Acton (1887) quien dijo: “El poder tiende a corromper, y el poder absoluto corrompe absolutamente”.
El general Kellerman, François Étienne Kellerman, fue gobernador y verdugo de Valladolid durante la ocupación francesa. Si por los hechos se conocen a las personas, he aquí algunas acciones del general Kellerman, que lo califican.
Fue un infatigable apañador (3ª acepción del diccionario de la RAE: “Tomar algo o apoderarse de ello capciosa e ilícitamente”), pues quiso sacar provecho de la debilidad de los religiosos vallisoletanos y, considerando su patrimonio como botín de guerra, se convirtió en circunstancial ladrón en el mes de febrero de 1809, al requisar obras de arte, joyas y pinturas del monasterio de Nuestra Señora de Prado, que mandó enviar a su casa de Francia, en carros, desde las orillas del Pisuerga. Cosa semejante hizo con el monasterio de la Santa Espina, en Castromonte, que cuidaban los monjes bernardos. Mandó a especialistas franceses a que extrajeran, para llevárselas a Francia, las pinturas del retablo mayor y colaterales de la iglesia de las monjas de Fuensaldaña, por estar consideradas bellísimas y únicas en el mundo.

La fortaleza de la izquierda se hizo con la piedra de la ermita de San Roque (Valladolid)

Muerte de un soldado francés en el convento de dominicos de Valladolid
Si esto no es robar ¿qué nombre le ponemos? Si a nuestros vecinos franceses sigue molestándoles que sigamos pensando que algunos generales de Napoleón fueron magníficos ladrones, ¿les parece bien que los denominemos de uno en uno como fan impénitent, aficionado irredento? Alabamos el buen gusto del general francés citado, pero no disculpamos su faceta de culto ladrón. También permitió que se destruyera la ermita de San Roque, junto al Puente Mayor, sobre el Pisuerga, para obtener piedra para la fortificación de una casa-cuartel en La Maruquesa e hicieron cuartel del convento de San Nicolás, y del de San Benito el Real cuartel, cuadras y panadería. En Rioseco, la capilla de los Benavente de la iglesia de Santa María de Mediavilla, donde había esculturas en yeso policromado de Jerónimo del Corral y un retablo del Juan de Juni, la utilizaron como cocina. Les gustaba asar un lechazo en semejante escenario. Aquella gente tenía buen gusto pero muy poco respeto por el arte religioso.
Nada es de extrañar que a Kellerman le llamaran “el extorsionador impío”, ya que, además de lo antedicho, tenía montada una oficina para sacarle dinero a los presos que tenían familias adineradas, para ponerlos en libertad si soltaban la guita (perdonen, pero se nos pega enseguida la jerga de la mangancia).
Aparte de estas menudencias, el general publicó un decreto en el que establecía una serie de medidas que habrían de tomar las autoridades civiles y los habitantes de las provincias de Guipúzcoa, Vizcaya, Álava, Soria, Burgos, Santander, Valladolid, Segovia, Palencia, León, Zamora, Toro, Salamanca y Ávila, para la represión de todos aquellos que asesinaban a militares rezagados, a correos del Gobierno (afrancesado), o reclutaban a jóvenes para la causa rebelde. El documento está fechado en Valladolid el día 5 de abril de 1809, consta de 13 artículos, se dio a la imprenta para su difusión, y así, impreso, conserva un ejemplar el Archivo Histórico Nacional.
Aquel general francés, como buen político con mando, era enamoradizo, y los vallisoletanos le metieron en el lecho a Rosita Barreda —“la Rosita”— que vivía en una casa de la Acera de San Francisco, en la Plaza Mayor, para que le tirara de la lengua.

Napoleón se dispone a pasar revista a sus tropas en Valladolid
Hacía algo menos de cuatro meses que Napoleón había estado en Valladolid cuando Kellerman firmó su bando amenazador. Napoleón Bonaparte no dejó buen recuerdo en Valladolid en aquella visita que duró diez días, a contar desde el 6 de enero de 1809. Llegó a haber en la ciudad hasta 26.000 soldados franceses. Napoleón pasó revista en el Campo Grande a sus tropas y paseó la ciudad a caballo. Ocuparon a la fuerza viviendas en las que vivían modestos comerciantes. Hicieron muchos prisioneros por crear un ambiente de terror. Confiscaron todos los bienes de la iglesia y el convento de San Pablo, y fueron puestos en prisión los frailes por la muerte de un soldado francés en su huerta. Pusieron dos horcas en la Plaza Mayor para hacer justicia con cuatro hombres, dos vallisoletanos y dos forasteros. Incendiaron la iglesia del convento de los Trinitarios Calzados. Se fue Napoleón el día 17 a las 7 de la mañana, con viento fresco (era enero). Confiscaron el monasterio de Prado y pidieron con urgencia dinero al cabildo catedralicio, al que pidieron 130.000 reales, que entregaron en 48 horas. La primera petición fue de 200.000, pero hubo negociación ante semejante imposibilidad. Se providenció que los soldados fuesen acuartelados en el convento de monjas de San Nicolás, que acababa de evacuarse, y en el de San Benito el Real, plagado de esculturas de Berruguete, donde se fabricaron hornos de cocer pan, y así se hizo. El día 7 se derribó la ermita de San Roque, junto al Puente Mayor, y continuaron las operaciones en la Cuesta de la Maruquesa, habiendo quitado la cruz que en su cima se hallaba desde que, viviendo aún en la ciudad, la puso el beato Miguel de los Santos. Pocos días después los franceses se hicieron dueños del Real Archivo y fortaleza de Simancas, obligando al archivero mayor, don Manuel de la Cruz Ayala, a entregarle las llaves al general Kellerman, que pasó a recogerlas y puso guardia.
Las tropelías de los soldados franceses, ordenadas por sus generales, continuaron, demostrando su gran capacidad destructora.
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Los grabados de Napoleón son del artista Horacio Vernet y han sido extraídos del libro Historia del emperador Napoleón, por P. M. Laurent del Ardeche, puesta en castellano por don Eduardo Henry. Barcelona. Imprenta de don Antonio Bergnes y Compañía. 1840.
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