Las editoriales tienen muy poca vergüenza

Hoy hablaremos, si me lo permiten ustedes, de la poca vergüenza del mundo editorial; fenómeno del que son culpables –excepto algún justo que siempre hay en Sodoma– tanto los grandes sellos como los chicos. La entrada Las editoriales tienen muy poca vergüenza aparece primero en Zenda.

May 8, 2025 - 06:44
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Las editoriales tienen muy poca vergüenza

Hoy hablaremos, si me lo permiten ustedes, de la poca vergüenza del mundo editorial; fenómeno del que son culpables —excepto algún justo que siempre hay en Sodoma— tanto los grandes sellos como los chicos. Viene a cuento porque acaba de telefonear mi viejo amigo Jeosm, que en sus antiguos tiempos de grafitero fue principal asesor nocturno-callejero para la novela El francotirador paciente. Y es el caso que Jeosm, hoy uno de los más respetados y queridos fotógrafos del mundo cultural, dice que lo han llamado de una importante editorial para pedirle que escriba una novela: «Yo alucino, colega, se les ha ido la pinza. Me dicen que el tema les da igual. En mi vida he escrito una puta novela, ni intención tenía; pero me ofrecen tres mil pavos de adelanto, así que igual les coloco algo».

Dense una vuelta por las mesas de novedades y comprobarán que lo de Jeosm no es anécdota suelta, sino indicio de una estrategia editorial sin escrúpulos que como una mancha infame envilece lo que aún llamamos literatura. Cada año, cada mes, cada semana, una cantidad enorme de novelas aparece en librerías, plataformas digitales y redes sociales. Algunos de sus autores son mediocres o innecesarios, publicados por sus editores a ver si suena la flauta, olvidado lo que dijo Stevenson sobre quienes se empeñan en contar lo que a nadie interesa y pretenden además que les paguen por ello. Se multiplican como una plaga, y eso tapa a los que empiezan y son realmente buenos o pueden llegar a serlo: novelistas con entusiasmo y tesón, que quitando tiempo a otras cosas emprenden la aventura de crear y publicar una historia; honrados narradores en busca de oportunidad y, si la fortuna sonríe, de lectores. Es una lástima que algunos que podrían ser brillantes carezcan de las herramientas técnicas, las lecturas o el cine que hoy son necesarios para un oficio que no consiste sólo en teclear lo que tienes en la cabeza, sino en años de trabajo duro, respeto por los maestros, educarse en el conocimiento de los clásicos y, sobre todo, ser capaz de crear algo que no se haya hecho antes —eso es muy difícil— o contar lo que desde hace siglos se cuenta, pero de una manera diferente, actualizada. Convirtiéndolo en algo que valga la pena.

Pero esto de los novelistas buenos o malos, afortunados o no, poco tiene que ver con el principal problema del mercado literario, donde cualquier lector con criterio se frota los ojos, incrédulo. Volviendo a lo de mi amigo Jeosm, desde hace tiempo las casas editoriales, que antes eran criba y filtro de calidad, se han lanzado a la ofensiva descarada del todo vale, saturemos los anaqueles, maricón el último. No hay presentador de televisión, youtuber, influencer o famoso que, por iniciativa propia o inducida, en sus ratos libres que por lo visto son muchos, no pruebe suerte con la tecla. Entre los presentadores, curiosamente, son muchas más ellas que ellos: lo de periodista y novelista satura las solapas. Nada extraño, habida cuenta de que los editores no son gilipollas y saben que el setenta por ciento de quienes leen en España son mujeres, y que la mayor parte de esas mujeres ven la tele.

Ahí está el truco del almendruco, donde inescrupulosos cazadores de nombres famosos —incluyo en ellos al grupo editorial que publica mis novelas en español— libran hoy una sórdida guerra comercial por hacerse con autores y sobre todo autoras de modaCon nombres famosos, en suma. Da igual que sepan escribir o no, pues para eso están los editores y los llamados negros literarios, que ponen su talento e imaginación bajo el nombre de quien se limita a insinuar una idea, una trama básica, o a aportar unas notas en el móvil que, como decía una descarada autora en entrevista promocional, tomo en el camerino mientras me maquillan para el programaCon lo cual, el ego de la presentadora —o presentador, o lo que sea— queda satisfecho y ya puede titularse en Wikipedia periodista y novelista, y su cuenta bancaria recibe el premio oportuno y los derechos de autor, aunque sea la única novela que publicará en su vida —hay quien le toma el gusto y amenaza con más: Si vendo 50.000, hago otra—. Por su parte, el sello editorial consigue, colocando cien mil de esta autora, veinte mil de ese autor y cinco mil de aquellos otros, muy rentables resultados. Y, bueno. Es cierto que la vanidad, la mediocridad y la estupidez, que a menudo vienen juntas, están haciendo hoy a la maltratada palabra novela un daño irreparable —Creo en el poder de las historias para cambiar la mentalidad de la gente, afirmaba hace poco una presentadora de la tele sin el menor sentido del ridículo—. Pero también es cierto que las casas editoriales, con su ambiciosa desvergüenza, son las principales culpables de semejante acumulación de basura.

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Publicado el 30 de abril de 2025 en XL Semanal.

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