José Soto Chica: “La Edad Media es una época fascinante”
****** —Señor Soto Chica, es usted para mí una de las personas que mejor representa la superación de grandes dificultades. A pesar de los problemas que acarreó el incidente de Bosnia, entre ellos la ceguera, consiguió ser profesor de universidad, ser una referencia en historia medieval y tener éxito como novelista. ¿Qué consejos puede darles... Leer más La entrada José Soto Chica: “La Edad Media es una época fascinante” aparece primero en Zenda.

José Soto Chica (Santa Fe, 1971) es doctor en historia medieval, profesor de universidad, novelista y exmilitar. Es una de las personas, a pesar de su extenso currículo y éxitos, más cercanas y amables que he conocido nunca. Destacan en su obra sus libros Imperios y bárbaros: La guerra en la Edad Oscura, Visigodos: Hijos de un dios furioso, y La caída del Imperio Romano. También son de reseñar sus novelas El dios que habita la espada (Premio Edhasa) y Hasta que pueda matarte (Desperta Ferro).
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—Señor Soto Chica, es usted para mí una de las personas que mejor representa la superación de grandes dificultades. A pesar de los problemas que acarreó el incidente de Bosnia, entre ellos la ceguera, consiguió ser profesor de universidad, ser una referencia en historia medieval y tener éxito como novelista. ¿Qué consejos puede darles a los lectores para sobreponerse a las grandes dificultades que te pone delante la vida?
—A mis cincuenta y tres años creo llegado el momento de permitirme dar algún consejo desde la experiencia, y esta última, la experiencia vital, ha sido para mí dura, y a la par, maravillosa maestra. En 1995 yo era un joven soldado profesional de veintitrés años que había visto la guerra de Bosnia y que había madurado en ella más de lo que nunca lo habría hecho con ninguna otra experiencia. Por aquel entonces yo ya era un devorador de libros de historia y una persona atenta a lo que ocurría en el mundo, pero mi sorpresa fue mayúscula al constatar que la guerra real no se parecía mucho a lo que yo había encontrado en los libros de historia o en los reportajes de televisión o de los periódicos. Era algo más complejo, inquietante, duro. Era algo donde el bien y el mal perdían sus perfiles y se tornaban un torbellino de razones, emociones, verdades y mentiras, donde todo era endiabladamente difícil de discernir y separar. Pero una cosa sí te dejaba clara la guerra: se podía conservar la dignidad, se podía sobrevivir, se podía uno adaptar a cosas que, antes de que la guerra te pasara por encima, te habrían parecido imposibles. Vi a niños que seguían jugando, que se reían con completa felicidad cuando les dabas un caramelo, que te miraban a los ojos con tanta ternura que te desarmaban por completo. Y esos mismos niños eran los que meses antes, a veces solo semanas antes, habían visto cómo incendiaban su casa, cómo tenían que huir con sus padres para salvar la vida, porque sus vecinos, los de toda la vida, de repente los amenazaban con darles muerte porque alguien, un político, había decidido que eran “diferentes” o “el enemigo”. Peor aún: a veces esos niños habían tenido que sufrir la violación de sus madres, la muerte de sus padres… Pero allí los tenías: cogiendo los caramelos que les dabas, riendo contigo, soñando con que algún día su casa sería algo más que un simple contenedor de veinticinco metros cuadrados o un barracón improvisado que compartían con desconocidos. Niños y ancianos. Vi a ancianos que, tras una vida de trabajo, cuando ya creían llegado el momento de disfrutar un poco de lo que habían sembrado, veían cómo todo saltaba por los aires y regresaban a la pobreza, a la violencia, de la que habían escapado en su infancia, durante la Segunda Guerra Mundial. ¿Que por qué todo eso es importante? Porque te da perspectiva, te obliga a mirar la vida tal y como es: una perfecta hija de puta que en cuanto te descuidas te pasa por encima, y a la par algo maravilloso, lleno de fuerza y asombro, de maravilla y dulzura. Pues todo eso es la vida, y no puedes elegir: o la vives por entero, asumiendo lo malo y disfrutando de lo bueno, o te haces trampas al solitario, y eso, hacerse trampas, siempre termina saliendo caro. Por eso, cuando en enero de 1996, ya en España, en Cerro Muriano, durante unas maniobras con explosivos, tuve mi accidente y volé por los aires, dejándome de paso una pierna, la vista, buena parte del oído y casi la vida, contaba con la experiencia, con la madurez, para aceptar lo que había pasado: yo era soldado, me gustaba mi trabajo, me sentía orgulloso de serlo, había tenido la oportunidad de llevar lo mejor de mi país a Bosnia, de ayudar allí a mucha gente, y ahora, preparándome para seguir siendo un buen soldado, casi reventaba y tenía que empezar de cero. ¿Una putada? Desde luego. Pero también, aunque no lo entienda mucha gente, una oportunidad para demostrarme a mí mismo que, pese a todo, yo era algo más que un trozo de carne: yo era y seguiría siendo una persona valiente y con ganas de vivir. Y para demostrar eso no te hacen falta ni ojos ni piernas, sino solo cerebro y corazón. Así que ese es mi consejo: antes o después, la vida te lo pondrá complicado. Prepárate y responde con clase, con elegancia, con valor y demuéstrate y demuestra que tienes cerebro y corazón. Lo demás, os lo juro, es prescindible. De lo que no hay que prescindir es de lo que te hace bueno: los valores, el respeto, hacia ti mismo y hacia los demás, y la pasión por los tuyos: tu país, tu pareja, tus hijos, tu familia, tus amigos…
—¿Por qué decidió estudiar Historia? ¿Cuál fue el motivo de escoger Medieval?
—Comencé a leer antes de los cuatro años. Pero cuando tenía siete, llegó a mis manos una versión infantil/juvenil de la Anábasis de Jenofonte. La historia de aquellos mercenarios griegos adentrándose en Asia, batallando, tratando de regresar a casa mientras los acosaban por todos lados y alcanzando al fin, contra toda esperanza, el mar, y con él el regreso a sus hogares, me fascinó. Desde ese día no paré de leer historia. Siempre tenía un libro de historia en las manos. Pero era mal estudiante y cuando tenía dieciséis años decidí ser honrado y les dije a mis padres que en el instituto perdía el tiempo y que me ponía a trabajar. Y eso hice: en una fábrica, en el campo, en un taller de forja y carpintería metálica, y al cabo, tras pasar por la mili, como soldado profesional. Cuando tuve el accidente y volví a la vida (pues cuando entré al hospital ni yo mismo creía en mi supervivencia y durante catorce días el parte médico solo señalaba una cosa: mi muerte) tuve claro que la vida me había dado una segunda oportunidad y que debía hacer lo que siempre me había apasionado. Así que preparé el ingreso a la universidad para mayores de veinticinco años, y en octubre de 1997 comencé a cursar Historia. Y lo disfruté en grande. Tras la carrera gané una beca y me puse a hacer la tesis doctoral, y el resto ya lo sabéis. ¿Que por qué medieval? Me gustaba mucho Roma y estuve a punto de hacer una tesis que titulamos El Imperio romano en “La ciudad de Dios” de San Agustín, pero la profesora Encarnación Motos Guirao me había metido en las venas la pasión por Bizancio y, junto con su esposo, acababa de fundar el Centro de Estudios Bizantinos, Neogriegos y Chipriotas de Granada, de modo que cuando llegó el momento de decidir, hice un giro, me fui a Bizancio y llevé a cabo mi tesis: Bizancio y los sasánidas. El fin del mundo antiguo y el inicio de la Edad Media en Oriente. Nunca me arrepentí. La Edad Media es una época fascinante. Tiene mala prensa, como todo lo que los ilustrados no entendían, pero, en no pocos aspectos, fue un momento glorioso del devenir de la humanidad. Por lo demás, me apasiona la historia al completo y creo que un historiador debe interesarse por todos los periodos y ámbitos. Soy contrario a la superespecialización: la historia es continuidad, y si la parcelamos, si la dividimos con artificiales límites, dejamos de entenderla. En fin, la historia es parte de mi vida. Sin ella no me entiendo.
—Me encantó su libro Imperios y bárbaros: La guerra en la Edad Oscura, tengo pendiente El águila y los cuervos. Si tuviera que recomendar uno de sus libros para iniciarse en su obra, ¿cuál sería?
—Difícil pregunta. Imperios y bárbaros es un libro muy ambicioso y, sobre todo, muy difícil de escribir. Me siento muy orgulloso de todos mis libros, pero si tuviera que elegir un ensayo señalaría Los visigodos: Hijos de un dios furioso, pues creo que representa muy bien lo que yo creo que debe ser un buen libro de historia: un relato apasionante, sólido y que a la par aporte novedades.
—Además, también divulga historia en formato pódcast. ¿Cuándo empezó con El oro de los tigres? ¿Qué objetivos se ha marcado?
—El oro de los tigres es un proyecto recién nacido: el primer programa lo subimos en noviembre del año pasado, y el tercero, Dios mediante, llegará en febrero. Fue una idea de mi hijo Ciro Alejandro, filósofo y escritor de fantasía épica, y nació con la vocación de trasladar a la gente algo que a nosotros nos encanta: las tertulias con amigos charlando de historia, de filosofía y de literatura. Así que invitamos a uno de esos amigos, el doctor Luis Roger, el último humanista vivo, pues es filósofo, teólogo, jurista y erudito versado en una docena más de disciplinas, y nos pusimos a grabar con el auxilio y experiencia de Nacho Navarro, director y voz de Radio Santa Fe, y pasó lo que tenía que pasar: que nos lo pasamos en grande. ¿Objetivos? En una época en que todo debe ir deprisa y ser superficial, El oro de los tigres tiene la vocación de profundizar, de recrearse, de no tener prisa alguna cuando se trata de conocer, de explorar, de descubrir. Está pensado para gente inquieta, que no se conforma con un vídeo de un minuto, sino que quiere saber qué hay más allá. En la vida hay dos tipos de personas: los que se conforman con lo primero que les cuentan y los que siguen buscando. El oro de los tigres es para el segundo tipo. Así que a quien le guste pensar por sí mismo y ame la filosofía, la historia y la gran literatura, aquí tendrá un refugio.
—¿Cuál es su personaje favorito de la historia?
—Eso sí que es difícil de responder… pero me lanzo y te doy varios nombres: Ciro el Grande, Alejandro Magno, Marco Aurelio, Constantino I, Justiniano, Teodora, Belisario, Leovigildo, Heraclio, Tariq, Pelayo, El Cid, Omar Jayam, Manuel II Comneno, Alfonso VIII, Constantino XI, Mehmet el Conquistador, Isabel la Católica, Cabeza de Vaca, Hernán Cortés, Hernando de Soto, don Juan de Austria, el rey Chaka de los zulúes, Caballo Loco… Y podría seguir.
—¿Cómo le ha tratado el mundo editorial? Ha terminado publicando en editoriales potentes, pero ¿fue siempre así?
—Me trata muy bien. Tengo la suerte de tener libros con sellos maravillosos: Desperta Ferro, Espasa y Edhasa. Pero mi primera editorial, y siempre la llevaré en el corazón, fue Editorial Victoria. ¿Que por qué? Porque la fundaron dos amigos, dos caballeros, dos grandes personas, el comandante José Torices y el empresario Rafael Sánchez, para publicar mi primera novela: Tiempo de leones. En España, para un autor primerizo, publicar con una editorial es siempre tarea complicada. Así que, que nadie se desanime: perseverad, creed en vuestro sueño y lo conseguiréis.
—¿Cuál o cuáles son sus historiadores favoritos?
—Tucídides, Plutarco, Tácito, Peter Heather, Peter Brown, Henri Pirenne, Claudio Sánchez Albornoz, Julio Albi de la Cuesta…
—Hace poco publicó Hasta que pueda matarte, una novela histórica ambientada en torno a la rebelión de las Alpujarras y la batalla de Lepanto. ¿Cómo ha sido la experiencia de trabajar fuera de la Edad Media?
—Emocionante, exigente, gratificante. Salir de tu ámbito de dominio como historiador siempre es estimulante, y tanto la guerra de las Alpujarras como Lepanto ya me atraían, así que la novela me obligaba a acercarme a fuentes, a obras, a detalles que fue un regalo descubrir y luego trasladar al lector.
—Tras triunfar en la novela, ¿qué es lo siguiente para José Soto Chica? ¿Volveremos a leer sobre las aventuras de José de Monteagudo, alférez del Tercio de Granada?
—Soy una persona inquieta y siempre trabajo en varios proyectos a la vez. Tendremos segunda parte de las aventuras de José de Monteagudo y su enemigo, Mehmet al-Rumi, y tendremos también otras sorpresas.
—Su hijo, Ciro A. A. Soto, ha seguido sus pasos y es escritor de fantasía. ¿Qué siente como padre al haber logrado que su hijo sea novelista?
—Orgullo. Es algo increíble para un padre. Además, poder compartir con él nuestra mutua pasión por la literatura es uno de los grandes regalos que me ha hecho la vida, que tan generosa ha sido conmigo. Ciro es un excelente filósofo y un narrador de primera. Soy lector de fantasía desde pequeño y amo la obra tanto de Robert E. Howard como de Tolkien, y Ciro sabe sumarlos a ambos y dar aire nuevo al género al traer hasta él cosas aparentemente tan dispares como la filosofía, la ciencia ficción y, sobre todo, una imaginación desbordante y una capacidad increíble para la acción y para retratar buenos personajes. Si Ciro se llamase Robert, George, William o algo así, y si hubiera nacido en EE. UU. o Gran Bretaña, sus libros serían un bombazo. Y lo serán, pues tanto él como otros jóvenes autores españoles e hispanos están luchando contra esa manía de la literatura de fantasía que parece empeñada en que solo los anglosajones pueden triunfar.
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