El cuento de la criada, de Margaret Atwood
De entrada debería decir que no he visto la serie de Neflix, que tan popular hizo a este libro a partir de 2017. A pesar de esto, es cierto que resultaría difícil que el mundo creado por Margaret Atwood en este libro, a estas alturas, pille de nuevas al lector, porque sus propuestas son ya... Leer más La entrada El cuento de la criada, de Margaret Atwood aparece primero en Zenda.
De Margaret Atwood (Ottawa, Canadá, 1939) había leído dos libros: Resurgir (1972) y Por último, el corazón (2015). Fueron dos libros que me gustaron, aunque, desde luego, era consciente de que no me había acercado a los libros más emblemáticos de esta autora. Y que esos libros llegaran a mí tuvo más que ver con mi condición de reseñista aficionado, que recibe libros de las editoriales, que con una selección eficiente de mis lecturas. Desde hace tiempo me apatecía acercarme a la trilogía formada por los libros Oryx y Crake (2003), El año del diluvio (2009) y Maddadam (2013), o bien al díptico compuesto por El cuento de la criada (1985) y Los testamentos (2019). Los cinco libros están disponibles en la biblioteca de Móstoles y, al fin, en noviembre de 2024, decidí olvidar la montaña de libros que tengo en casa sin leer y saqué de la biblioteca El cuento de la criada y Los testimonios.
Atwood introduce al lector en su historia sin darle demasiados datos sobre cómo es el mundo que se nos presenta, o sobre cómo se ha llegado hasta ahí. Así que entiendo que para los primeros lectores del libro la experiencia tuvo que ser algo diferente que para los lectores actuales. Ya que para estos, como ya he comentado, muchas de las ideas de la novela ya forman parte del imaginario colectivo. Y el libro también será una experiencia diferente para aquellos lectores que se adentren en las páginas de la novela sin leer la sinopsis de la contraportada. Ya que en esta se clarifican algunos puntos clave del libro, que al lector le va a costar alcanzar. Por ejemplo, aunque la escritora es canadiense, la acción de la novela se sitúa en Estados Unidos, y el escenario principal de El cuento de la criada será la ciudad de Boston, cuyo nombre acabará apareciendo en el libro; pero no así, las instalaciones de la universidad de Harvard, lugar cercano a donde se encuentra la casa en la que vive la protagonista de esta historia, ejerciendo de «criada». «Intento imaginar en qué edificio se encuentra. Recuerdo la distribución de los edificios que se alzan al otro lado del Muro; antes, cuando era una universidad, podíamos caminar libremente por el interior.» (pág. 232). En el citado reportaje sobre Atwood, aparecía una conferencia que la autora daba en Harvard y decía que allí, cuando ella era joven, existía una biblioteca a la que no podían entrar las mujeres. Siguiendo la lógica en la que está planteada la novela, ese elemento de la realidad se tomó para la construcción de la novela, ya que en ella las mujeres tienen prohibida la lectura y la escritura, a no ser que sean «tías», que serían una especie de sacerdotisas que velan por el buen comportamiento de las otras mujeres, en el mundo muy jerarquizado de El cuento de la criada.
En los Estados Unidos de la década de 1980, un grupo de extremistas religiosos asalta el congreso y da un golpe de Estado. Desea restaurar una serie de «valores tradicionales» que chocan con el supuesto libertinaje de la época, y con las nuevas costumbres para las mujeres. En la nueva «teocracia puritana» que se va a imponer en el país o, al menos en una gran parte, en la que va a ser llamada la república de Gilead (que abarcaría, al menos, el noreste de los antiguos Estados Unidos), una de las primeras medidas será, por ejemplo, hacer desaparecer la independencia económica de las mujeres. Su dinero tendrá que ser administrado por sus maridos o, en el caso de no estar casadas, por un familiar varón. Huir a Canadá no va a ser una tarea fácil.
La novela empieza cuando ya han transcurrido algunos años desde que se perpetró este golpe de Estado y se ha consolidado la república de Gilead, aunque sigue existiendo una guerra permanente en las fronteras de la nueva nación. La narradora de la historia, de la que nunca sabremos su verdadero nombre —el nombre que tenía antes de que existiera Gilead— es Defred, una mujer de treinta y tres años que, en el nuevo régimen, ocupa el puesto de «criada». Fred es el nombre del Comandante en cuya casa vive. Su nombre, «Defred», indica un sentido de pertenencia a este cargo militar. En el futuro distópico del mundo planteado en la novela, las tasas de natalidad han bajado. Los motivos no acaban de quedar del todo claros: quizás la polución, quizás el tipo de armamento usando en las últimas guerras, o una mezcla de ambos. Los matrimonios son concertados en Gilead, y los Comandantes, el estamento social más alto, suelen unirse a jovencitas, recién salidas de la adolescencia, en muchos casos, que no siempre son fértiles. Al darse esta situación, como ocurre en la casa del Comandante Fred, cuya mujer tampoco es especialmente joven, estos matrimonios pueden solicitar los servicios de una criada. La única función de las criadas, que pueden permanecer en la casa de un Comandante durante un periodo máximo de dos años, será la de ser fecundadas por él y dar un hijo a la pareja. «Somos matrices con patas», llegará a decir de sí misma Defred. Por supuesto, las criadas no son bien vistas, ni apreciadas por las esposas, ya que su presencia en la casa supone admitir la existencia de un fracaso personal.
Las mujeres ya no pueden ejercer las antiguas profesiones liberales a las que se dedicaban antes de la republica de Gilead. Ahora son esposas; Marthas, que son las trabajadoras de las casas adineradas; criadas, que tienen una función reproductiva para familias pudientes que no pueden procrear por sí solas; o tías, que son un cuerpo de sacerdotisas, encargadas de disciplinar a otras mujeres. Fuera de este orden jerárquico, que nos mostrará Defred desde su propia experiencia, también existen las econoesposas, que son las mujeres de hombres de escala social inferior, y las mujeres que se han desechado como «no mujeres», por su edad u otra condición, y que han sido enviadas a islas, donde permanecen recluidas y han de realizar tareas poco recomendables, lo que las hará morir pronto.
El lector acabará sabiendo que la narración que lee, en realidad, es una trascripción de unas cintas de casetes, que unos historiados del futuro encontraron y que puede servir como testimonio de la extinta república de Gilead.
La historia está narrada en presente y cuando Defred recuerda el antiguo mundo anterior a Gilead, cuando rememora, por ejemplo, a Luke, su pareja, a su mejor amiga o a su madre, una feminista combativa, se saltará al pasado perfecto simple. Sin embargo, cuando estos recuerdos, sobre todo en lo que concierne a los primeros tiempos tras el golpe de Estados, se hacen más extensos, se vuelve a usar el presente simple.
Al principio, el lector entrará en una narración en la que se irán describiendo distintos aspectos de la nueva civilización que la autora ha creado, pero sin una línea argumental —más allá de esa descripción— muy clara. Sin embargo, según avance la historia, de un modo lento, pero inexorable, la tensión narrativa se hará cada vez más intensa. Y se crearán, por el camino, algunas imágenes de gran impacto visual: las personas ejecutadas, que se dejan colgando del Muro, por ser disidentes o haber cometido algún delito, para escarnio público; el ritual según el cual los Comandantes tienen relaciones sexuales con las criadas, en presencia de la esposa, o cómo una criada da a luz y el bebé es tomado por la esposa, como si fuera su propio bebé, son realmente espeluznantes.
Como ocurría en Por último, el corazón (2015), en El cuento de la criada Atwood también juega a inventar un vocabulario propio, que explique algunos conceptos del mundo que propone. Los hallazgos de Margaret Atwood en El cuento de la criada sobre los miedos, y los sufrimientos reales de las mujeres, en una sociedad patriarcal (también se habla aquí de los abusos que sufrían las mujeres en la Norteamérica real antes de Gilead), son muy destacables.
El cuento de la criada se publicó en 1985, y ahora, casi cuarenta años después, podemos ya hablar de clásico moderno; un clásico que entra, junto con novelas como 1984 de George Orwell o Un mundo feliz de Aldous Huxley, en el panteón de la novela distópica.
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