No es ATM, en Gijón, una galería al uso, chapada a la antigua. Aunque su soporte conceptual es toda la memoria de la histórica Altamira (su nombre, de hecho, emana de la puesta en valor de algunas de las consonantes del mismo), esta firma ha sabido adaptarse a las necesidades que impone un siglo tan fluido y convulso como el XXI. Tras ella se sitúa Diego Suárez Noriega, uno de los hombres más cultos que uno se pueda echar a la cara en este sector (donde siguen prevaleciendo los vendedores de humo, cuando no de alfombras), que cree en el proyecto y lo cuida con mimo. A las afueras de la capital asturiana, en la carretera de Deva, se alzan...
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