Llevo desde que ocurrió el Armageddon (o sea, desde el apagón del lunes) leyendo loas a la momentánea vuelta al medievo. Que si las conversaciones con las vecinas, que si los transistores, que si los niños jugando en la calle, que si leer un libro sin interrupciones… Habría que darle una pensadita a la romantización del fin del mundo, a que los servicios mínimos fallen. La línea que, ante la desgracia, separa la irresponsabilidad desprejuiciada del admirable estoicismo es muy fina. Y una cosa es encajar deportivamente la ‘tercermundización’ patria y otra es celebrarla con bailes coreografiados y aplaudiendo en los balcones. Como si la vuelta del suministro eléctrico fuera un regalo inesperado, como para algunos parece ser que aterrice...
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