Sara Codina: «A veces me dicen que me parezco al Sheldon de 'Big Bang Theory'»
En algunas ocasiones, Sara Codina oye ruidos en la calle que en su cabeza resuenan tan fuerte que pierde por completo la noción de dónde está. Otras veces, habla con la gente y no llega a comprender sus comentarios hechos con ironía o los latiguillos con indirectas, totalmente centrada en la literalidad de lo que dicen. Incluso hay veces en que puede caer en mutismos que se prolongan durante horas encerrada en sus propios pensamientos. Esto sucede porque, como el 1 por ciento de la población española, tiene un trastorno del espectro autista (TEA). Y su obsesión actual es visibilizar a este colectivo tan incomprendido y promover de forma rotunda la neurodiversidad. Después del éxito de 'Neurodivinas y punto', ahora debuta en la novela con 'Lucía y el infinito' (Lunwerg) , una emotiva historia donde nos presenta los retos del día a día de una mujer adulta dentro del espectro autista con un diagnóstico tardío. «Quería describir lo que es la vida cotidiana de una persona autista. Presentar sus retos en sus relaciones familiares, con sus amigos, en su trabajo, en el amor, y hacerlo sin dramatismos, sin frivolizar, pero con sentido del humor», asegura Codina en declaraciones al diario ABC. En la novela, vivimos junto a Lucía las dificultades reales con las que se enfrenta todos los días. Por ejemplo, vemos cómo ha de lidiar con indeseables en el trabajo o cómo tiene dificultades en empezar una relación dentro de las aplicaciones de citas, o lo importante que es tener un fuerte núcleo de amigas y personas de apoyo para sobrellevar el estrés que generan estos problemas. Y luego está Noa, su sobrina adolescente , cuyo diagnóstico ayudó a Lucía a ver que quizá ella también sufría el mismo problema. «Yo no represento no soy todos los autistas. El espectro es muy amplio y cada uno tiene diferentes necesidades. Lucía es de una forma. Noa también tiene sus propias necesidades. Otro de los personajes, con un autismo más severo, tiene otras. Pero todos compartimos un punto de partida y tenemos muchas cosas en común que es importante comunicar a los demás», afirma Codina. La autora, como Lucía, tenía 41 años cuando le diagnosticaron por primera vez un trastorno del espectro autista. Hasta entonces, le habían dicho de todo, que padecía depresión, ansiedad, un trastorno obsesivo-compulsivo , incluso un trastorno límite de la personalidad. Su mundo cada vez parecía más pequeño y aislado, alejado de todo y de todos. Hasta que por fin le hablaron de autismo y, después del shock inicial, por primera vez vio un halo de luz al final del túnel. «La novela va de este proceso de autodescubrimiento y aceptación. Por eso, Noa sirve como motor de su resurgimiento, como si Lucía pudiese recuperar por fin la niña que no le dejaron ser nunca de pequeña gracias a lo que aprende de ella», dice Codina. El libro permite ponernos en la piel de lo que siente una persona cuando está dentro del trastorno del espectro autista (TEA) . Por ejemplo, vemos sus interacciones en el trabajo. «El índice de desempleo dentro del autismo es altísimo. No es que tengan problemas dentro del trabajo, el problema es que no les permiten llegar a entrar. Hacen entrevistas y ya los tildan de 'raros' al segundo, cuando en realidad pueden tener mucho que ofrecer. Y luego está la duda de los que sí están dentro del mercado laboral si decir su diagnóstico o no. A muchos le han quitado responsabilidades cuando han sabido que eran autistas, como si no fueran la misma persona que antes de saberlo», afirma descorazonada. La amistad también es una de las claves esenciales para el bienestar del autista, así como las comunidades de apoyo. Lucía, con sus amigas, incluso promulgan lo que llaman la 'insultoterapia', o lo que es lo mismo, gritar insultos para descargar fuera toda la tensión acumulada. «Creo que sin el humor no podría haber soportado el camino que he tenido que recorrer. No hubiese llegado hasta aquí. Siempre ha sido mi refugio y quería que estuviese muy presente en el libro. Y la amistad también es muy importante. A mí no me ha costado hacer amigas como sí sucede a muchas otras personas. Mis dificultad radicaba en saber mantenerlas. El riesgo de la incomunicación y los malentendidos es muy grande», señala Codina. Para la autora, la clave de una mejora en el proceso de normalización de la neurodiversidad está en la escuela, en convertirla en un espacio seguro y de apoyo, que acepte que no todos los niños aprenden igual, ni se comunican de la misma forma. «El conocimiento es poder y todavía hay un gran desconocimiento sobre qué es el autismo y cómo ayudar a estos niños. La sociedad es la que es, todos lo sabemos, el mundo no está hecho para nadie, pero esto no es excusa para no ayudar a los que más lo necesitan», asegura la autora. Como muchos de nosotros, la primera vez que Codina oyó hablar de autismo fue con la película «Rainman», con la que Dustin Hoffman ganó un Oscar. Interpretaba a Raymond Babbit, un hombre con alta capacidad matemática y de memoria, pero un se
En algunas ocasiones, Sara Codina oye ruidos en la calle que en su cabeza resuenan tan fuerte que pierde por completo la noción de dónde está. Otras veces, habla con la gente y no llega a comprender sus comentarios hechos con ironía o los latiguillos con indirectas, totalmente centrada en la literalidad de lo que dicen. Incluso hay veces en que puede caer en mutismos que se prolongan durante horas encerrada en sus propios pensamientos. Esto sucede porque, como el 1 por ciento de la población española, tiene un trastorno del espectro autista (TEA). Y su obsesión actual es visibilizar a este colectivo tan incomprendido y promover de forma rotunda la neurodiversidad. Después del éxito de 'Neurodivinas y punto', ahora debuta en la novela con 'Lucía y el infinito' (Lunwerg) , una emotiva historia donde nos presenta los retos del día a día de una mujer adulta dentro del espectro autista con un diagnóstico tardío. «Quería describir lo que es la vida cotidiana de una persona autista. Presentar sus retos en sus relaciones familiares, con sus amigos, en su trabajo, en el amor, y hacerlo sin dramatismos, sin frivolizar, pero con sentido del humor», asegura Codina en declaraciones al diario ABC. En la novela, vivimos junto a Lucía las dificultades reales con las que se enfrenta todos los días. Por ejemplo, vemos cómo ha de lidiar con indeseables en el trabajo o cómo tiene dificultades en empezar una relación dentro de las aplicaciones de citas, o lo importante que es tener un fuerte núcleo de amigas y personas de apoyo para sobrellevar el estrés que generan estos problemas. Y luego está Noa, su sobrina adolescente , cuyo diagnóstico ayudó a Lucía a ver que quizá ella también sufría el mismo problema. «Yo no represento no soy todos los autistas. El espectro es muy amplio y cada uno tiene diferentes necesidades. Lucía es de una forma. Noa también tiene sus propias necesidades. Otro de los personajes, con un autismo más severo, tiene otras. Pero todos compartimos un punto de partida y tenemos muchas cosas en común que es importante comunicar a los demás», afirma Codina. La autora, como Lucía, tenía 41 años cuando le diagnosticaron por primera vez un trastorno del espectro autista. Hasta entonces, le habían dicho de todo, que padecía depresión, ansiedad, un trastorno obsesivo-compulsivo , incluso un trastorno límite de la personalidad. Su mundo cada vez parecía más pequeño y aislado, alejado de todo y de todos. Hasta que por fin le hablaron de autismo y, después del shock inicial, por primera vez vio un halo de luz al final del túnel. «La novela va de este proceso de autodescubrimiento y aceptación. Por eso, Noa sirve como motor de su resurgimiento, como si Lucía pudiese recuperar por fin la niña que no le dejaron ser nunca de pequeña gracias a lo que aprende de ella», dice Codina. El libro permite ponernos en la piel de lo que siente una persona cuando está dentro del trastorno del espectro autista (TEA) . Por ejemplo, vemos sus interacciones en el trabajo. «El índice de desempleo dentro del autismo es altísimo. No es que tengan problemas dentro del trabajo, el problema es que no les permiten llegar a entrar. Hacen entrevistas y ya los tildan de 'raros' al segundo, cuando en realidad pueden tener mucho que ofrecer. Y luego está la duda de los que sí están dentro del mercado laboral si decir su diagnóstico o no. A muchos le han quitado responsabilidades cuando han sabido que eran autistas, como si no fueran la misma persona que antes de saberlo», afirma descorazonada. La amistad también es una de las claves esenciales para el bienestar del autista, así como las comunidades de apoyo. Lucía, con sus amigas, incluso promulgan lo que llaman la 'insultoterapia', o lo que es lo mismo, gritar insultos para descargar fuera toda la tensión acumulada. «Creo que sin el humor no podría haber soportado el camino que he tenido que recorrer. No hubiese llegado hasta aquí. Siempre ha sido mi refugio y quería que estuviese muy presente en el libro. Y la amistad también es muy importante. A mí no me ha costado hacer amigas como sí sucede a muchas otras personas. Mis dificultad radicaba en saber mantenerlas. El riesgo de la incomunicación y los malentendidos es muy grande», señala Codina. Para la autora, la clave de una mejora en el proceso de normalización de la neurodiversidad está en la escuela, en convertirla en un espacio seguro y de apoyo, que acepte que no todos los niños aprenden igual, ni se comunican de la misma forma. «El conocimiento es poder y todavía hay un gran desconocimiento sobre qué es el autismo y cómo ayudar a estos niños. La sociedad es la que es, todos lo sabemos, el mundo no está hecho para nadie, pero esto no es excusa para no ayudar a los que más lo necesitan», asegura la autora. Como muchos de nosotros, la primera vez que Codina oyó hablar de autismo fue con la película «Rainman», con la que Dustin Hoffman ganó un Oscar. Interpretaba a Raymond Babbit, un hombre con alta capacidad matemática y de memoria, pero un severa incapacidad en su interacción social y en la reiteración obsesiva de hábitos. «Claro, yo no tengo un grado tan severo, ni esas habilidades, pero sí que me reconozco en cosas. Todos somos diferentes, pero mantenemos rasgos comunes. Por ejemplo, mis hijos dicen que tengo mucho de Sheldon, de 'The big bang theory'. Yo les digo que no, para nada, pero entonces me señalan mi sitio específico que me he adjudicado en el sofá y claro, no sé» ríe la escritora. Codina asegura que todavía queda mucho camino por recorrer, pero que hemos avanzado en el reconocimiento y apoyo a los TEA. «Las tasas de suicidio son todavía muy altas dentro del autismo, sobre todo si no se les ayuda y comprende. Hasta ahora, conseguir un diagnóstico tardío era casi imposible. Sólo te medicaban y ya está. Mi labor divulgadora me ha contactado con gente de 60 y 70 años que con 'Neurodivinas y punto' se han visto reflejadas y les ha ayudado a comprender mejor su situación. Esto es muy gratificante», dice la autora. Codina tiene claro que visibilizar el autismo es vital. Porque hemos convivido con él desde siempre sin darnos ni cuenta. Cuando Edgar Allan Poe describió a Roderick Usher, el mítico personaje de 'La caída de la casa Usher', como un hombre extremadamente sensible a los estímulos, ya fuesen sonidos, luces o texturas, estaba describiendo a una persona autista. Cuando Arthur Conan Doyle dibujó a Sherlock Holmes como un hombre hiperconcentrado y enfocado en sus obsesiones, pero con terribles dificultades sociales para comprender las normas más elementales de comunicación interpersonal, también estaba describiendo a un autista. Lo mismo podría decirse de la señora Dalloway o Jo March o Fermina Daza o Bartleby, incluso de la mismísima Alicia. El problema es que entonces no existía ese diagnóstico. Ahora sí. Y ahí está 'Lucía y el infinito'. Un gran recordatorio que todas las vidas tienen valor, no sólo las normativas.
Publicaciones Relacionadas