James Ellroy (Los Ángeles, 1948) se deja caer en un sofá Chester y desde ahí mira con desidia el mundo, hace muecas, suelta monosílabos, quema preguntas y encadena insultos. Lo dice con el cuerpo y con el verbo: nada de lo que ocurre hoy me importa, tampoco esta entrevista. Es una pose estudiada, repetida, su ritual de perro ladrador y a veces mordedor. Él sabe que un escritor también es un personaje de sí mismo, una exageración de filias y fobias, un ego divertido. Todo es igual que siempre –sus gafas, su boina, sus manos desmesuradas, su rara educación–, salvo que hoy ha sustituido la camisa hawaiana por una de franela. «Bruno es nombre de perro en Estados Unidos… ¿Aquí...
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