Al poeta Marcos Ricardo Barnatán debo el descubrimiento de un raro llamado Juan Eduardo Cirlot, allá en los albores de los años ochenta. Llegué, en principio, al Cirlot del 'Diccionario de símbolos', un libro que inventa la biblia de los vínculos secretos de los símbolos poéticos, cruzando la erudición masiva con el golpe arterial de quien trabaja en el sacerdocio insomne de comprobar cómo la forma tira del fondo para alumbrar en la palabra galaxias de enigma. Todo está dicho, nada está dicho. El libro no es un mero archivo de símbolos, bajo la pauta consabida del género, sino un monumento de la indagación del parentesco entre las palabras, y sus órbitas semánticas, que son inaugurales según quien las arbitre....
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