A la tierra, con sangre
Ferran Garrido titula su poemario con una invocación: A la tierra te escribo. Pero no se trata solo de un guiño a Miguel Hernández —aunque lo hay, y hondo—, sino de una manera de entender la poesía: como respuesta desde el subsuelo, como eco de lo enterrado. El verso no como ornamento, sino como trinchera.... Leer más La entrada A la tierra, con sangre aparece primero en Zenda.

Hay libros que parecen escritos con tinta. Y otros, como este, con sangre.
Ferran Garrido titula su poemario con una invocación: A la tierra te escribo. Pero no se trata solo de un guiño a Miguel Hernández —aunque lo hay, y hondo—, sino de una manera de entender la poesía: como respuesta desde el subsuelo, como eco de lo enterrado. El verso no como ornamento, sino como trinchera. Como memoria encarnada.
Este cuarto poemario, estructurado en tres secciones —Guerra, Amor, Libertad—, construye no solo un libro, sino una respiración. Una travesía emocional. De la herida al consuelo. Del desgarro al abrazo. De la rabia a la caricia.
Una poética del combate (y del consuelo)
Periodista de largo aliento, Garrido ha sido, durante décadas, hombre de imágenes. Aquí lo confirma también como poeta: cada uno de sus poemas está acompañado por una fotografía, como si el verso necesitara vértice, carne, contrapunto. Poesía visual, sí, pero no como juego estético: como un acto de fijación, como si temiera que la palabra, sola, no bastara para detener lo que duele.
“Hoy me ha dado por sangrar / y en mi herida es tu boca / la que sangra.”
Garrido lo dice sin ambages: su poesía es “un acto de combate”. Pero no hay consignas ni proclamas. Hay, en cambio, un lirismo que recuerda a los poetas cívicos, a quienes escriben desde la intemperie moral: Celaya, Brines, Ángel González. Y también a quienes —como Gamoneda o Valente— intuyeron que la palabra no solo recuerda: resucita.
Una tradición viva
A la voz de Garrido la atraviesa un linaje. Se perciben los ecos de Miguel Hernández, sí, pero también de Federico García Lorca, a quien dedica algunos de sus textos más dolidos. En ese dolor se cifra buena parte de su poética: la palabra como lugar donde no hay impunidad para el olvido.
“Nadie pronuncia el verbo recordar con impunidad.”
Esa frase —incluida en su prólogo— podría leerse como el eje moral de todo el libro. Porque A la tierra te escribo no se limita a evocar: interpela. No se resigna al duelo; busca trazar una ética del recuerdo. Y lo hace desde una escritura clara, medida, sincera, como si el verso le saliera no de la garganta, sino del corazón y la conciencia.
Del amor a la libertad
Si la primera sección —“Guerra”— es el corazón herido del poemario, la segunda (“Amor”) es su respiración más íntima. Versos limpios, de una sensualidad contenida, donde se percibe un tono otoñal —un amor maduro, conquistado, agradecido— que recuerda a los últimos Brines. No hay desgarro; hay plenitud. Y al fondo, una ternura que no cede a la cursilería.
“Cuando abriste los ojos / me vestí con tu boca”.
La tercera parte, “Libertad”, cierra el tríptico con un tono más declarativo. Aquí Garrido ensaya una ética de la palabra como resistencia. Como si dijera: quien aún puede nombrar, aún es libre.
“La libertad es de la palabra / y la palabra es libre, / porque la libertad es del alma.”
Una voz propia, un eco colectivo
Leer este libro es escuchar la voz de un hombre que ha mirado de frente la pérdida, el deseo, la rabia y el miedo. Pero que ha elegido decirlo con versos. Y no para sublimarlos, sino para volverlos dignos. En su prólogo, Garrido reivindica la poesía como “acto de combate”. Pero también como acto de fe en lo humano, aunque ese humano —como sus versos— esté herido.
“La poesía nos ayuda a recordar con la dulzura de los versos”, escribe. Pero sus versos no son dulces: son verdaderos. Y por eso duelen.
Final
Como sugiere el propio autor, leer este libro con la óptica del soldado permite entender que estos versos no son contemplación, sino parte de una guerra: una guerra interior, histórica, simbólica.
Como lector que también conoce —desde otro tiempo y lugar— esa intemperie de los cuarteles, reconozco en estos versos una verdad que va más allá de la anécdota. Una verdad que no se grita, pero sangra.
Quien haya habitado esa intemperie —militar, emocional, ideológica— encontrará en esta primera parte algo más que memoria: encontrará verdad.
A la tierra te escribo no es solo un título: es una consigna de estilo. Garrido no escribe para ser admirado, sino para ser creído. Para ser recordado. Y quizá también para ser acompañado.
Hay libros que uno lee y olvida. Y hay libros como este, que uno siente que ha leído acompañado.
Porque hay poetas que firman libros. Y otros, como él, que escriben con cicatriz.
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