La pintura, valga el fácil juego de palabras, ha pintado poco en el Museo Reina Sofía en lo últimos años. El fantasma duchampiano evitaba el tóxico olor a trementina y, además, las contraseñas institucionales ('conceptualismo', 'archivo', 'agencia' o 'descolonización') no eran oportunas para los que usan los pigmentos sobre una tensa superficie. Cuando se daba la bienvenida a lo pictórico era en forma de tendedero, como sucediera durante largos meses en el Palacio de Velázquez del Retiro con Vivian Suter. Los pintores parecían no tanto los desheredados cuanto los anacrónicos que no eran capaces de salir de sus pobres y obtusas mentes. Si, además, se añadía el funesto destino de ser español y seguir entretenido pintando, estaba claro que lo...
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