Si Luis Alberto de Cuenca es el gran poeta de la infancia dichosa es porque ni la recuerda ni la echa en falta: la vive. En vez de amurriarse entre fotos amarillentas, habita el mundo de color de Tintín , Dan Dare y Flash Gordon, cuyas irisaciones son inasequibles al ojo adulto. Que otros canten la infancia como un Edén perdido; él, puer aeternus, la dibuja con la línea clara —antorcha en el subterráneo— de quien la sigue viendo a diario. Todos fuimos pequeños, en efecto, pero solo unos pocos lo recuerdan. La niñez es un tratado de héroes, una escuela de caballería donde se aprende a mirar el mundo con ojos de leyenda. ¡Venturosos los que aún disponen de...
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