Estas plantas pueden matar
Cual duquesa de Northumberland literaria, la escritora —y en este caso compiladora— Patricia Esteban Erlés nos invita en la antología Gótico Botánico, cuentos de un verdor perverso, publicada por Impedimenta, a adentrarnos en una serie de jardines literarios fascinantes a la par que perversos. De su mano, conoceremos las historias de árboles vengativos y fantasmales,... Leer más La entrada Estas plantas pueden matar aparece primero en Zenda.

La hospitalaria frase anterior da la bienvenida a quienes se aventuran en el que se conoce como el «jardín más peligroso del mundo». Situado al noroeste de Inglaterra, The Poison Garden, que así se llama el lugar, se encuentra dentro del castillo de Alnwick y fue creado por su propietaria, la duquesa de Northumberland, para albergar en su interior un centenar de plantas venenosas. Según parece, el objetivo fue unir belleza y horror. Y de paso, advertir a los inocentes visitantes acerca de los peligros del hermoso y gran desconocido reino vegetal.
Una de las claves del libro es sin duda lo siniestro. Más allá de la atmósfera gótica que sobrevuela muchas historias «lo vegetal se vincula a lo siniestro sin dificultad y encarna una versión clorofílica del término acuñado por Freud». ¿Qué es más inofensivo y doméstico que una planta? Pero, a la vez, qué extraño y desconocido puede resultarnos el reino vegetal… Bajo esta premisa, sin duda, se hacía imprescindible una antología orientada en exclusiva a recoger los horrores y maravillas perversas provenientes de la botánica. Horrores que, seguramente, pueden tener un origen real si consultamos ciertos herbarios y tratados donde encontramos los efectos alucinógenos de algunas setas y del beleño negro, tan asociado a las brujas; o las propiedades fatales de la «socrática» cicuta y de la famosa belladona. Sin embargo, en la introducción, también se nos informa que «diversos estudios científicos estiman en más de trescientas mil las especies vegetales terrestres y acuáticas registradas, aunque se admita, asimismo, que son muchas más las que quedan aún por catalogar». Y en este sentido, no puede haber mejor instrumento que la fantasía para rellenar los huecos de lo desconocido y explicar la extrañeza.
Fantasía y terror, atmósferas góticas envolventes y relatos que rozan la ciencia ficción se turnan en este muestrario de representaciones de una naturaleza amenazante, donde lo familiar se torna misterioso. El mal puede ocultarse en las sombras de un jardín, la venganza entre las hojas y las ramas de un roble. Un mal que, precisamente, puede tener origen en aquello que desconocemos del mundo vegetal o en la forma con la «nuestros hermanos verdes» absorben y/o reflejan lo peor de la naturaleza humana.
Con este enfoque como eje, me gustaría mencionar algunos de los títulos que más me han cautivado en esta antología que empieza con «El experimento del doctor Heidegger», de Nathaniel Hawthorne. El relato, tomando como punto de partida una rosa marchita y milagrosamente revivida, nos habla de la vanidad humana, de la inutilidad de las segundas oportunidades y del miedo al paso del tiempo —y a la muerte—. En relatos como «La rosaleda» de M. R. James, «El roble» de Richmal Crompton o «La glicinia gigante» de Charlotte Perkins Gilman, lo maligno también se oculta, en esencia, dentro de nosotros, aunque encuentre su reflejo —o su agente vengador— en lo vegetal. Secretos oscuros del pasado que más vale no remover, ni tan solo para plantar la rosaleda del título, en el cuento de M. R. James; robles con orígenes mágicos y cierto toque vampírico —también protector— en el de Crompton; y destinos trágicos que solo las flores recuerdan en el de Perkins Gilman. Además, «La glicinia gigante» se une, en la denuncia de la presión y el maltrato a la mujer, a su famoso «El papel pintado de amarillo». Estos tres títulos aportan la parte más espectral y gótica de la antología. Aunque un «fantasma vegetal» que ha llamado especialmente mi atención es el de «La esposa del árbol», de Mary Elizabeth Counselman. Un roble blanco es el protagonista de esta historia de metamorfosis y amores imposibles —y fantasmales— con aroma al viejo sur y un toque de leyenda. Una metamorfosis humano-vegetal es también el eje de otro de mis cuentos favoritos: «Pensamientos verdes», donde una orquídea voraz —que, según se nos cuenta en el prólogo, sirvió de inspiración para la película de Roger Corman La pequeña tienda de los horrores (1960)— se cobra piezas humanas y un tanto mezquinas. Al fin y al cabo, el peor de los monstruos, en cada uno de los relatos anteriores, continuamos siendo nosotros…
Sin embargo, la antología nos ofrece también algunas historias donde lo vegetal es, casi en exclusiva, la reencarnación del mal —o de lo desconocido—. En este grupo, encajarían «La guerra de la hiedra» de David H. Keller, con reminiscencias a las películas de serie B de los años 50 sobre desastres y animales monstruosos que exploraban el miedo a la ciencia, al espacio o a los avances tecnológicos; «El árbol en la colina» escrito a cuatro manos por Howard Phillips Lovecraft y Duane Weldon Rimel y de horror cósmico, como no podía ser de otro modo, con final perturbador. O «La victoria de los hermanos verdes» de María Moravsky, una historia de justicia poética en forma de venganza vegetal —sí, desde luego, tened mucho cuidado con «los hermanos verdes»…—.
Por último, lo espeluznante, que según nos cuenta Mark Fisher en Lo raro y lo espeluznante «está ligado, fundamentalmente, a la naturaleza de lo que provocó la acción» está presente en dos relatos muy peculiares: «Y una niña pequeña» y «La máquina del sonido». En el primero, Zenna Henderson —escritora de quien me gustaría leer más obras— juega con las capacidades infantiles para ver lo imposible y es capaz de humanizar unas colinas cubiertas de hierba en una trama que combina la fantasía y la ciencia ficción. Mientras que Roald Dahl con «La máquina del sonido» juega con la obsesión de un hombre y las consecuencias de percibir realidades que acaso es mejor mantener ocultas. Y no puedo dejar de mencionar «El jardín de Adompha». No hay lugar que produzca más extrañeza y atracción que el descrito por Clark Ashton Smith en este cuento oscuro y sugerente, con un misterio equiparable al de la cámara secreta de Barba Azul.
Restan todavía algunos en el tintero. Pero esta antología es igual de sinuosa y hechizante que un laberinto de setos en una casa encantada: vale la pena dejarse llevar y descubrir relatos/rincones —y autores—. Y, como no, distintas manifestaciones de lo siniestro ocultas entre pétalos o camufladas en las plantas de tu jardín favorito. Para acabar, pienso en uno de los míos, uno cinematográfico, el del misterioso Sebastián en el film de Joseph L. Mankiewicz: Y de repente el último verano (1959). Un jardín «sorprendente como el amanecer de la creación». Y en esa flor carnívora oculta en su interior a la que la madre de Sebastián, Violet Venable/Katharine Hepburn, alimenta y cuida con el mismo celo con el que se esfuerza en esconder la verdad sobre su hijo. Porque hay plantas que pueden matar. Pero la peor de las amenazas es casi siempre la propia naturaleza humana.
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Autor: VV. AA. Edición de Patricia Esteban Erlés. Título: Gótico Botánico, cuentos de un verdor perverso. Editorial: Impedimenta. Venta: Todos tus libros.
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