¡Cuidado con los niños!

La primera novela con una serie de niños extraños es Peter y Wendy, de J. M. Barrie (el libro traducido a más idiomas del mundo después de la Biblia). Barrie la escribió en 1911, nueve años después del exitoso estreno de la obra de teatro, donde creó a un personaje que se convirtió en ídolo... Leer más La entrada ¡Cuidado con los niños! aparece primero en Zenda.

Feb 24, 2025 - 02:22
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¡Cuidado con los niños!

En “Sopa de libros” vamos a hablar hoy de niños, y para eso he seleccionado tres novelas que hablan de niños extraños, niños con los que hay que tener cuidado, que no son lo que parecen, o de niños que cuentan la vida desde su perspectiva, que nos acercan a un mundo inquietante.

La primera novela con una serie de niños extraños es Peter y Wendy, de J. M. Barrie (el libro traducido a más idiomas del mundo después de la Biblia). Barrie la escribió en 1911, nueve años después del exitoso estreno de la obra de teatro, donde creó a un personaje que se convirtió en ídolo de masas. Así empieza esta obra maestra:

“Todos los niños crecen, menos uno. Tardan poco en saberlo, y Wendy no iba a ser menos. A los dos años estaba jugando en un jardín cuando tomó una flor y corrió hacia su mamá para dársela. Supongo que tendría un aspecto encantador, puesto que la señora Darling se llevó una mano al corazón y exclamó: «¡Ay, ojalá te quedaras así para siempre!». No volvieron a hablar de ello, pero a partir de entonces Wendy supo que iba a hacerse mayor. Todos nos enteramos de estas cosas poco después de cumplir los dos años. Los dos años son el principio del fin”.

"Barrie dice que los niños que se caen del cochecito cuando la niñera está mirando hacia otro lado, si nos los reclaman en siete días, los envían lejos, al País de Nunca Jamás"

El argumento lo conoce todo el mundo. Peter Pan llega a casa de Wendy persiguiendo su sombra, que se le ha escapado, y Wendy le ayuda. Peter enseña a Wendy y a sus hermanos a volar y se los lleva al País de Nunca Jamás. Hasta ahí, bien.

Peter Pan es un personaje atrapado eternamente entre la infancia y la adolescencia y sus acciones se basan en un único interés, divertirse. Le cuenta a Wendy que se escapó el día que nació, porque oyó a sus padres hablando de lo que iba a ser cuando se hiciera mayor y él no quería ser mayor jamás. Por eso se escapó a los jardines de Kensington y vivió con las hadas durante mucho tiempo.

Eso él, porque a los niños perdidos, que están en el País de Nunca Jamás, les ocurrió otra cosa: Barrie dice que los niños que se caen del cochecito cuando la niñera está mirando hacia otro lado, si nos los reclaman en siete días, los envían lejos, al País de Nunca Jamás. ¿Eso quiere decir que se mueren? ¿Que los secuestran? ¿Dónde se supone que hay que reclamar a esos niños? Eso sí, las niñas son demasiado listas para caerse del cochecito, por eso no hay niñas.

Peter Pan echa por encima polvo de hadas a Wendy y a sus hermanos y todos salen por la ventana hacia la isla del País de Nunca Jamás, con el enfado de Campanilla, el hada de Peter, que siente unos celos terribles de Wendy y que, cuando llegan a la isla, intenta matarla. Sin medias tintas: intenta matarla. Peter se enfada con ella por eso y la destierra para toda la eternidad, y luego la perdona. Cosas de niños.

La muerte está por todos lados en Peter y Wendy. Peter aparece vestido con hojas otoñales y telarañas unidas por la savia de los árboles, ropa que sugiere el bosque, pero también la tumba. Viven en una casita subterránea que evoca los túmulos funerarios y se alimentan de comida de mentira. La muerte se considera un juego más. Para Peter, «¡morir será una aventura formidable!», frase que se convierte en un leitmotiv casi vampírico y que, por cierto, se eliminó de las representaciones teatrales que se hicieron durante los años de la Primera Guerra Mundial (en la que murieron alrededor de un millón de jóvenes soldados británicos).

"El final de la novela es el que, tal vez, hace que a mí este niño me caiga cada vez peor"

Otra cosa de niños raros es la peculiar relación que se establece entre Wendy y Peter. A veces parece que son pareja, y que los niños perdidos son los hijos. De hecho, todos coinciden en que necesitan a una mamá. Pero hasta Peter se pregunta a veces qué son. Porque otras veces Peter es el jefe, sin más, y ella una más de la pandilla, y a veces Peter es uno más de los niños perdidos y Wendy la mamá de todos. Cuando una vez Wendy le pregunta a Peter qué siente por ella, él le contesta que “el cariño de un hijo”.

El final de la novela es el que, tal vez, hace que a mí este niño me caiga cada vez peor. Y es que Peter sigue acudiendo a la ventana de Wendy hasta que ella crece y Peter descubre a la hija de Wendy, que se llama Jane, y también se la llevará al País de Nunca Jamás. Y cuando Jane crece tendrá una hija, llamada Margaret, a la que Peter se llevará también al País de Nunca Jamás. Cuando Margaret sea mayor tendrá una hija, que será a su vez la madre de Peter. Y así será siempre, mientras los niños sean alegres, inocentes e insensatos. Además, no recuerda nada de lo que ha pasado antes. Cuando Wendy le pregunta, siendo ya mayor, por Campanilla, Peter no la recuerda. ¡No recuerda a Campanilla! ¡Cuidado con los niños!

La segunda novela es muy distinta, pero el protagonista no solo es un niño sino que es un niño quién la cuenta así que el punto de vista siempre es extraño, tamizado, y aunque nos esté contando tragedias y una vida al límite, lo hace desde una ternura y desde una emoción brutales. Se trata de La vida ante sí, de Romain Gary, una auténtica maravilla, una novela muy especial.

"La novela gira en torno a los vecinos de un inmueble, en un barrio popular de París. Son todos derrotados, travestidos, prostitutas, viejos frustrados, niños recogidos"

Romain Gary, pseudónimo de Roman Kacew, nace en Rusia en 1914, fue un escritor extraordinario. Además dirigió dos películas y estuvo casado con la actriz Jean Seberg, y como ella, se suicidó, en su apartamento de París, en diciembre de 1980. Es el único escritor que ha ganado el premio Goncourt en dos ocasiones. Y lo ha hecho con dos nombres distintos. Lo ganó con La vida ante sí en 1975, con el pseudónimo de Émile Ajar. Era la segunda novela publicada como Émile Ajar y fue un éxito extraordinario.

La novela gira en torno a los vecinos de un inmueble, en un barrio popular de París. Son todos derrotados, travestidos, prostitutas, viejos frustrados, niños recogidos, un mundo en el que conviven los negros de África, los magrebíes de Marruecos y Argelia, los judíos de cualquier parte. Allí, en uno de los pisos vive doña Rosa, que se ha dedicado siempre a cuidar a los niños de las prostitutas, en una especie de pensión, donde algunos están solo durante el día y otros, como Momo, viven con ella. La señora Rosa es la gran protagonista de esta novela, y el foco afectivo de la historia y de la vida de Momo. La escalera es el escenario en el que se cruzan todos los inquilinos.

La señora Rosa pasó por el campo de Auschwitz y sobrevivió. Los terribles recuerdos de esa experiencia la atormentan. Momo es el testigo de las historias de la señora Rosa y de todos los vecinos, porque es el que más tiempo lleva allí y les conoce a todos. Es maravilloso cómo describe a cada uno de los personajes. A Momo le parece que el proxeneta, señor N’Da Amédée, es el hombre mejor vestido que pueda imaginarse nadie, y es increíble la ternura con la que describe a su amigo, la señora Lola, el travesti del cuarto piso, que ha sido campeón de boxeo de Senegal y que trabaja prostituyéndose en el Bois de Boulogne. La novela está llena de personajes al límite, entrañables, que luchan por salvarse, por sobrevivir, en medio de la nada, y que se ayudan, unos a otros. Y es que también hay un maravilloso mensaje de convivencia entre culturas.

"Momo tiene problemas para gestionar sus emociones porque nadie le ha enseñado. El mejor amigo que tiene Momo es un paraguas llamado Arthur, al que ha vestido de pies a cabeza"

“La señora Rosa solamente me cuidaba para cobrar un dinero que recibía a fin de mes. Cuando me enteré, tenía ya seis o siete años y, para mí, saber que era de pago fue un golpe. Creía que la señora Rosa me quería sin más y que éramos algo el uno para el otro. Estuve llorando toda una noche. Fue mi primer desengaño. Al verme tan triste, la señora Rosa me explicó que la familia no significa nada”.

Este es el tono. Uno no sabe si reírse o llorar. Aunque hay otras veces que no tienes dudas, como cuando dice que durante mucho tiempo no supo que era árabe porque nadie le había insultado. Genial.

Momo tiene problemas para gestionar sus emociones porque nadie le ha enseñado. El mejor amigo que tiene Momo es un paraguas llamado Arthur, al que ha vestido de pies a cabeza. Le hace una cabeza con un trapo verde enrollado en el mango y con la barra de labios de la señora Rosa le pinta una cara simpática, con una boca que se ríe y unos ojos redondos. Tal vez lo terrible y lo maravilloso de esta novela es ver nuestra sociedad con los ojos de un niño.

El final de la novela es estremecedor, inolvidable. Cómo Momo acompaña a la señora Rosa hasta el final, cómo la realidad que él se ha construido termina imponiéndose, cómo se enfrenta con la muerte, con la verdad. ¡Cuidado con los niños!

"Es una novela inquietante, hipnótica, violenta, triste y muy sorprendente"

La tercera novela es brutal. Una novela en la que los niños dejan de serlo o, más bien, lo son del todo, hasta sus últimas consecuencias. Se trata de El señor de las moscas, de William Golding, que ganó el Premio Nobel de Literatura en 1983. Se publicó en 1954 y fue la primera novela de su autor.

La novela arranca con unos chicos saliendo ilesos de un accidente aéreo. Están en plena guerra. Probablemente han disparado al avión, que se ha estrellado en una isla desierta. Parte del avión, la parte de la cabina, ha caído al mar. Ningún adulto ha sobrevivido. William Golding la tituló El señor de las moscas, que es como se conoce también al demonio Belcebú en la tradición hebrea, dando a entender que el libro trata sobre la maldad humana.

Porque a partir de aquí vamos a asistir a lo que ocurre cuando los niños se dan cuenta de que están solos, cómo se organizan, qué decisiones toman, quién manda, y quién sigue a quién. Está el chico gordo al que todos maltratan, y al que llaman Piggy, está el débil, el violento, el creativo, el asustadizo, el obediente. Están todos representados, y al final lo que intentan copiar es lo que han aprendido, la sociedad que enseñamos a nuestros hijos, los modelos que les ofrecemos. Sería muy interesante reescribir esta novela pero que los protagonistas fueran chicos de nuestro tiempo.

Es una novela inquietante, hipnótica, violenta, triste y muy sorprendente. Y sobre todo hace que nos reconozcamos en ella como sociedad. El propio Golding dijo que “el tema de la novela es un intento de conectar los defectos de toda sociedad con los defectos de la naturaleza humana”, donde el mal, como decía Camus, se relaciona directamente con cualquier obstrucción a la solidaridad entre las personas.

Los niños intentan organizarse, pero poco a poco, y según va pasando el tiempo, todo empieza a fallar. Aparece la violencia, con la caza, con la sangre, con el miedo. La escena de la primera muerte de un cerdo salvaje es absolutamente bestial, cómo lo viven los niños, cómo lo asimilan, lo que siente cada uno, esos instintos primarios, esa sensación de poder. Pero hay temas que se les escapan. La descripción de cómo viven los más pequeños, los “peques”, es estremecedora: se han acostumbrado a los dolores de estómago y a una especie de diarrea crónica, sufren terrores indecibles en la oscuridad y se acurrucan los unos contra los otros en busca de alivio, pero lloran por sus madres mucho menos de lo que podía haberse esperado. Terrible.

Y pronto empiezan los enfrentamientos, entre los dos líderes que representan dos formas distintas de hacer las cosas y, sobre todo, de vivirlas. Y aparecen los monstruos.

"El señor de las moscas es un libro terriblemente actual. Terriblemente real. Maravilloso. ¡Cuidado con los niños!"

El final es estremecedor. Violento hasta límites terribles, cuando se desata lo peor de cada ser humano, de cada niño, cuando han pasado ya, hace tiempo, la frontera del mal y no hay salvación. Hasta que de pronto aparece un adulto en la playa, un oficial de marina. Tras él hay un bote. Un semicírculo de niños con cuerpos pintarrajeados de barro y palos en las manos, que está persiguiendo a otro para matarlo, se detiene en la playa sin hacer el menor ruido. Las palmeras y los refugios arden. El oficial pregunta si están jugando. Y de repente todos empiezan a llorar. Lloran por la pérdida de la inocencia, por las tinieblas del corazón del hombre.

“El oficial, rodeado de tal expresión de dolor, se conmovió algo incómodo. Se dio la vuelta para darles tiempo de recobrarse y esperó, dirigiendo la mirada hacia el espléndido crucero, a lo lejos”.

El señor de las moscas es un libro terriblemente actual. Terriblemente real. Maravilloso. ¡Cuidado con los niños!

Se nieguen a crecer como Peter Pan en Peter y Wendy, de J.M. Barrie, te cuenten la vida como la ven como Momo en La vida ante sí, de Romain Gary, o se organicen sin adultos como los protagonistas de El señor de las moscas, de William Golding, cuidado con los niños.

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