Josu García: “No está de más una cierta dosis de ego”
“Nos vemos a las 14:00 en la salida del metro de Sol, la que da a la Calle Carretas”, decía el mensaje que recibí del colega Alfonso J. Ussía. Llevábamos tiempo sin vernos y organizó una comida junto al escritor y periodista Julio Valdeón. Nada más llegar al punto de encuentro, me comentaron que se... Leer más La entrada Josu García: “No está de más una cierta dosis de ego” aparece primero en Zenda.

“Nos vemos a las 14:00 en la salida del metro de Sol, la que da a la Calle Carretas”, decía el mensaje que recibí del colega Alfonso J. Ussía.
Llevábamos tiempo sin vernos y organizó una comida junto al escritor y periodista Julio Valdeón. Nada más llegar al punto de encuentro, me comentaron que se unía otra persona a la comida: “Va a comer con nosotros un músico de la hostia, te va a encantar conocerle, ya verás”, me dijo Valdeón.
Subiendo por Carretas, comentábamos cómo nos iba el curro y la vida; Julio comentó que íbamos a comer en una taberna de Lavapiés.
Llegamos a la tasca, un sitio pequeño y muy acogedor, con olor a comida casera. El dueño nos saludó efusivamente, mientras tres camareras manejaban a la perfección las mesas abarrotadas de comensales (entre ellos algún que otro periodista y peña del sector del libro).
Mientras nos instalábamos en la mesa apareció por la puerta Josu García. Tras los saludos previos, nos acomodamos los cuatro a comer. Me sonaba mucho su cara y me recordó que habíamos coincidido en la fiesta de los premios Zenda.
Disfruté mucho escuchando las diferentes conversaciones de mis tres compañeros de mesa. Al ser todo un profano en la música rock, deleitarme con la pasión, el gusto y conocimiento que Alfonso, Julio y Josu comentaban anécdotas, discos y artistas fue sin duda lo más placentero del encuentro.
Pero hubo algo en especial que me llamó la atención, y fue la capacidad de creación que, como músico y compositor, tiene Josu.
Al terminar la comida le propuse hacer este reportaje y así poder ahondar más en todo ese proceso.
Dos semanas después, estaba en su casa del barrio madrileño de Argüelles, hicimos estos retratos y charlamos acompañados de un café sobre su proceso de creación:
—Llevas casi cuatro décadas dedicado a la música, como guitarrista, cantante, compositor, letrista y productor. ¿Con qué faceta disfrutas más?
—Eso es algo que ha ido cambiando paulatinamente, con el paso del tiempo. Cuando empecé probablemente era tocar la guitarra, encauzar a través de la ejecución y del dominio del instrumento lo que tenía dentro, lo que necesitaba expresar. A día de hoy, sin embargo, no tengo dudas: lo que más me satisface, lo que más me llena y la faceta en la que me encuentro más feliz es la de productor de discos.
—En estos procesos, ¿es necesario aparcar el “ego del artista” por un objetivo común?
—Creo que es necesario, sí, pero tampoco de manera categórica o absoluta. Me explico: aunque por supuesto el “objetivo común” (entendido como el resultado final, la mezcla o máster de la canción, el disco o el trabajo que sea) debe cumplir con los anhelos, necesidades y sueños de quien te haya encargado el trabajo y pagado por él, creo que no está de más una cierta dosis de “ego”, si entendemos como tal el amor propio y la confianza depositada en uno mismo, en tus capacidades y en tu talento.
—¿Cómo es tu premisa a la hora de enfocar un proyecto?
—Básicamente intentar comprenderlo de inicio, procurar formarte una idea previa, lo más exacta posible, de lo que el proyecto requiere, el lenguaje musical con el que debe ser tratado y el “tono” y la forma que le convienen. De alguna manera sería algo así como imaginarlo terminado, “verlo” o, mejor aún, por más que pueda resultar chocante, escucharlo lo más nítidamente posible en tu cabeza.
—Se habla mucho, en el mundo literario, del miedo a enfrentarse a la hoja en blanco. ¿Cómo afrontas ese enfrentamiento, si es que lo hay, a la partitura en blanco?
—Supongo que de la misma manera que lo hace un escritor, o cualquier otro profesional cuyo desempeño sea artístico y creativo. Al fin y al cabo compartimos una tarea común, que no es otra sino la de contar historias, imaginar personajes, sentimientos, situaciones… y por lo tanto compartimos también fobias, filias, miedos y todo tipo de frustraciones. El desasosiego que puede generar un folio o una partitura en blanco y el pánico a ser acreedor del desprecio de las musas solamente pueden combatirse con tesón y horas de dedicación. Creo que fue Picasso el que dijo aquello de “que la inspiración te pille trabajando”.
—¿Cómo es tu proceso de creación?
—No utilizo una norma fija. Más bien dejo que cada proyecto marque por sí mismo cómo ha de ser ese proceso. Creo que una de las virtudes de un buen productor es saber interpretar cómo han de ser el proceso creativo, los tiempos, el ritmo, el enfoque. Respecto a la composición, generalmente suelo trabajar por la mañana (apoyado por una generosa dosis de café) y aprovechando bien las primeras horas del día, que para mí son sin duda las más fructíferas.
—¿Qué diferencia encuentras entre un trabajo de encargo y uno más personal?
—En general, cuando trabajas por encargo cuentas con la ventaja de que el proyecto viene ya con una dirección más o menos definida previamente, y eso elimina la ansiedad por buscar dicha dirección. Si se establece una buena sintonía con quien te encarga el trabajo y quedan claros los objetivos, aunque durante el proceso haya a veces que “corregir el tiro”, las cosas suelen salir bien. Buscar la sintonía con uno mismo es, por el contrario, más conflictivo. Esto, que quiero que se entienda en modo irónico, en realidad no lo es tanto…
—Dime alguno de los proyectos con los que más has disfrutado.
—En general, la producción de los últimos discos de Loquillo, que he tenido el honor de realizar. Trabajar con el artista de rock más importante del país y con unos músicos tan extraordinarios es todo un regalo, que espero merecer. También fueron muy enriquecedoras y placenteras las grabaciones de los cuatro elepés de La Tercera República, proyecto propio que compartí con mi gran amigo Pablo Martín, y las giras que hicimos con aquel grupo entre 2000 y 2006. Asimismo, y por otras razones (me encanta enseñar lo aprendido) disfruté muchísimo los cinco años que ejercí como profesor de Producción Musical en el Instituto de Radio Televisión Española.
—¿De qué trabajo te sientes más orgulloso?
—Bueno, tienes que tener en cuenta que en las diferentes facetas de mi actividad musical (sin contar la de músico en directo o la de docente, que también ejerzo) aparezco acreditado en más de 350 trabajos discográficos. Eso hace que me resulte extremadamente difícil elegir uno. Aunque, desde luego, si tengo que hacerlo me quedaría con el álbum Diario de una tregua (Warner Music Spain, 2022), de Loquillo. Aparte de volcar en él todo lo que he aprendido en las últimas décadas sobre producción musical y de tener el convencimiento de haber firmado uno de los mejores trabajos en la carrera del Loco, siento un orgullo superlativo por haberlo hecho en unas condiciones de aislamiento, restricción de libertades y conmoción social por el covid-19 que hicieron de esa grabación un acto que yo calificaría de “épica rockera”.
—¿Prefieres estudio o directo?
—Eso es un poco “¿a quién quieres más, a papá o a mamá?”. En cualquier caso la pregunta es muy pertinente y no quiero escurrir el bulto. Te diré que disfruto muchísimo con las giras, con esa indescriptible sensación de inmediatez, de urgencia, de placer efímero que se desvanece en un instante para nunca volver, y que convierte cada concierto en único. Pero grabar, ufff, grabar tiene algo para mí que lo hace irresistible, brutalmente atractivo y excitante. En realidad puedo decir que el estudio de grabación es mi hábitat preferido, el ecosistema perfecto para dar rienda suelta a mi imperiosa necesidad de crear.
—¿Quién es el artista que más te ha influenciado?
—Como productores (a quienes me vas a permitir considerar artistas) diría nombres como Phil Spector, Rick Rubin y por supuesto George Martin. En cuanto a guitarristas, cantantes, compositores o bandas, la lista es tan larga que me resulta imposible siquiera esbozar un top ten, y menos decirte solo uno…
—La industria musical ha cambiado muchísimo en estas últimas décadas. ¿Qué echas de menos de épocas anteriores?
—En las décadas de los 80 y los 90 (llamemos a eso “épocas anteriores”) la industria musical era hipertrófica, monstruosa, una máquina enorme que devoraba talentos sin compasión alguna. Aun así, al menos había directivos en determinadas compañías discográficas que apoyaban y empujaban a artistas y grupos sin la única meta del rendimiento inmediato, es decir, apostaban por una carrera de fondo. Eso era bueno, no me cabe duda. También echo de menos de la era preinternet una cierta “selección natural”, aunque a veces era cruel y despiadada.
—¿Qué es lo que más te gusta del momento actual?
—El eclecticismo, sin duda. La ingente cantidad de opciones, de propuestas y de proyectos que proliferan por doquier. Y la posibilidad de disfrutar de lo que me gusta con inmediatez y calidad de audio. No entiendo que algunos digan: “¡Qué horror! ¡Solo hay reguetón! ¡Todo es trap!”. No lo entiendo porque, en mi caso, no escucho ni siquiera un segundo, en ningún momento, música perteneciente a esos géneros (respetabilísimos, por otra parte) u otros que aunque respete tampoco me atraen. Tengo una absoluta capacidad de decidir lo que escucho en cada instante y la tecnología pone a mi disposición (vía streaming) prácticamente toda la música que alguna vez se ha grabado. O puedo escuchar, por ejemplo, una emisora de radio independiente que emite desde un pueblo de California con solo hacer clic. ¡Eso me encanta!
—Para terminar, ¿cómo afecta la Inteligencia Artificial a tu curro?
—No acabo de entender a qué llamamos exactamente “Inteligencia Artificial”. En el mundo de la grabación de audio utilizamos desde hace muchos años software y procedimientos digitales que podrían denominarse así, y creo que como herramientas complementarias al talento humano son perfectamente válidas y contribuyen de manera decisiva a optimizar el tiempo, y por tanto a abaratar los costes de una producción. Otra cosa es que me digas que una máquina te componga a base de “ceros y unos” una canción pop, una balada rock o un concierto para piano y orquesta, sin ninguna intervención de la sensibilidad o, más aún, de la perceptibilidad única y extraordinaria que posee el cerebro. En ese caso supongo que afectaría de modo nefasto, aunque yo no he escuchado hasta el momento nada serio que haya salido de ese tipo de programas. Habrá que esperar y observar con prudencia hacia dónde se encamina todo esto.
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