¿Por qué visten tan mal los escritores?

—Y dime una cosa: dentro de esa campaña de promoción que habéis diseñado, ¿no se os ha ocurrido ponerle al autor una chaqueta de su talla? Nunca he logrado explicarme por qué los escritores españoles son tan negligentes a la hora de vestir. Un escritor es un artista, y a un artista debería preocuparle la... Leer más La entrada ¿Por qué visten tan mal los escritores? aparece primero en Zenda.

Feb 16, 2025 - 00:31
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¿Por qué visten tan mal los escritores?

Coincidí en una fiesta con la jefa de prensa de una editorial, que me estuvo hablando del próximo lanzamiento de un escritor de la casa. Me enumeró los medios con los que había concertado una entrevista y las presentaciones que iba a dar por toda la geografía española. Como no acudo a fiestas para que me den la brasa, corté su cháchara para señalarle lo esencial:

—Y dime una cosa: dentro de esa campaña de promoción que habéis diseñado, ¿no se os ha ocurrido ponerle al autor una chaqueta de su talla?

Nunca he logrado explicarme por qué los escritores españoles son tan negligentes a la hora de vestir. Un escritor es un artista, y a un artista debería preocuparle la belleza. A los autores patrios, la belleza les preocupa poco o nada.

"Los varones que visten con elegancia pueden contarse con los dedos de una mano. Pero una mano de los Simpson. Una mano de cuatro dedos"

Puntualicemos que, en este caso, “escritores” y “autores” no son masculinos genéricos, sino que el objeto de esta diatriba son exclusivamente los caballeros, que tan caballeros no serán si visten tan mal. Conviene hacer esta aclaración porque, entre las damas que empuñan la pluma en España, encontramos muchas impecablemente ataviadas, con un amplio abanico indumentario que va de los looks explosivos de María José Solano, que sube siempre la apuesta y la gana, a los más naïfs de Irene Vallejo, por cuyos zapatos rojos brindo cada tarde con hidromiel. En cambio, los varones que visten con elegancia pueden contarse con los dedos de una mano. Pero una mano de los Simpson. Una mano de cuatro dedos.

Hombres escritores de España, tenemos que hablar.

Para empezar, ¿qué es eso de ir con sudadera a los 40 años? Supongo que lo haces para parecer más joven, pero lo que transmite esa vestimenta es una honda inmadurez, como si te hubieses quedado anclado en la época del instituto y buscases conquistar, ahora que has alcanzado un cierto éxito, a la chica más guapa de la clase, la misma que te despreció cuando intentaste seducirla con unos poemas infames. Olvídate ya de la chica del instituto, que no tiene tiempo ni ganas de leer tus noveluchas, que bastante ocupada está con su cuenta de OnlyFans.

"Otros escritores, con un poco más de discernimiento, optan por llevar americana. No veo yo, sin embargo, que mejore la cosa"

Debes, además, interiorizar una verdad esencial. Llevar ropa de pipiolo, al contrario de lo que piensas, no te hace parecer más joven, sino más viejo, por la disonancia que se produce entre tus prendas de quinceañero y tu rostro de cuarentón, la cual provoca que se multipliquen tus arrugas, se acentúen tus patas de gallo, se ensanchen tus entradas y caiga con más fuerza tu papada. Si vas vestido de adolescente con 40 años, eres un retrato de Dorian Gray con ropa de joven y cara de viejo. Un Dorian Gray con sudadera. Un Dorian Gray cutre.

Otros escritores, con un poco más de discernimiento, optan por llevar americana. No veo yo, sin embargo, que mejore la cosa. De nada sirve llevar americana si tiene un mal corte y un peor material. Están los saraos literarios llenos de americanuchas poliesterosas. Por eso acudo yo a tan pocos saraos. Ver tanto poliéster me quita las ganas de vivir.

A esto se añade que las mangas de las chaquetas de los escritores tienen el mismo defecto que sus novelas: son demasiado largas. Hay escritores que tienen que arremangarse tres veces la americana para poder firmar sus libros.

Esto revela el carácter mezquino del escritor español, que en su afán por no gastar piensa: “Por este precio me llevo una americana que me sirve también de guantes”. Una elección desastrosa que acababa provocando numerosos malentendidos:

—Aquí os envío la foto del autor que me habéis pedido para Zenda.

—Disculpa, pero ¿no nos podrías enviar una foto real? Esta se nota a la legua que está hecha con inteligencia artificial. ¡El autor no tiene manos!

—Es una foto real. Las manos no se ven porque están dentro de las mangas.

Todo lo que tienen de largas las mangas, lo tiene de corto el cuerpo de la americana, y ahí va el escritor español tan ufano, saltando de canapé en canapé con su chaquetilla y exponiendo su pandero sin el menor complejo de culpa. ¿Pero adónde vas así vestido, que parece que vas a oficiar de banderillero en una plaza de tercera? ¡Dos banderillas te hincaba yo a ti en el lomo, desgraciado!

Puedo comprender que estuvieras desorientado cuando te compraste la americana porque en esa época aún no existía El mirador del dandy. Tal vez fuiste a una tienda, te probaste una americana que te venía corta y la dependienta, aprovechándose de tu bisoñez, te dijo:

—Ahora se llevan así.

"Pasemos ahora a los calcetines. ¡Ay, los calcetines! Aquí nos vamos de nuevo a lo barato, al calcetinillo corto de pésima calidad que se vende en packs de tres unidades"

Y una mierda se llevan así. Si una ventaja tiene la indumentaria clásica, es que ya está todo inventado. No hay que pararse a pensar cómo debe quedar una americana. Ya lo sabemos desde hace más de un siglo. Tiene que cubrirte el culo. Y no le des más vueltas. Manda a tomar por saco a todo el que te diga lo contrario.

Así que ya lo sabes. A partir de ahora no tienes excusa. Y si después de leer esto, persistes en tus chaquetuzas rabicortas y manguilargas, a mí no me vuelvas a dirigir la palabra. Porque eres la vergüenza de la literatura.

Pasemos ahora a los calcetines. ¡Ay, los calcetines! Aquí nos vamos de nuevo a lo barato, al calcetinillo corto de pésima calidad que se vende en packs de tres unidades. Y lo barato, como dice mi madre, acaba saliendo caro. ¡Cuánto ridículo se evitarían los escritores españoles si le hiciesen caso a mi madre! Porque aquí lo que sucede es que, en la presentación de su libro, al sentarse el autor en su poltrona, se le suben los pantalones, dejando al descubierto una parte de sus piernas. Y mientras el autor lanza su perorata, el público sufre la agresión visual de unas zancas peludas o lampiñas (no sé cuál de las dos opciones es peor) que le impide concentrarse en el discurso. “Lo que eres me distrae de lo que dices”, escribió Pedro Salinas, y a mí con los escritores españoles me ocurre que lo que visten me distrae de lo que dicen.

"Rematemos esta catilinaria con el mayor baldón indumentario de nuestro tiempo: el uso de zapatillas con americana"

En consecuencia, nadie se compra el libro porque no se ha enterado de lo que ha dicho el autor, y luego vienen los lloros y las quejas de que en España no se lee y no se aprecia la cultura, y resulta que la culpa la tienes tú por llevar calcetines cortos. Por eso, debería introducirse esta cláusula en los contratos de edición:

Cláusula nº15: En todas las presentaciones y actos literarios destinados a la promoción de la novela, el autor se compromete a portar calcetines hasta la rodilla. En la medida de lo posible, se privilegiarán los modelos acanalados, que ofrecen una mayor resistencia a la caída. Asimismo, se optará siempre por tejidos naturales, como el hilo de Escocia, y se descartarán los materiales sintéticos, que tienden a formar bolitas con los lavados, lo cual produciría una nefasta impresión entre el público asistente. En el acto de la firma del presente contrato, el editor proporcionará al autor un dosier con información detallada sobre marcas y modelos recomendados, por lo que, en caso de incumplimiento de esta cláusula, el autor no podrá alegar desconocimiento en la materia.

Rematemos esta catilinaria con el mayor baldón indumentario de nuestro tiempo: el uso de zapatillas con americana. Unas zapatillas que, para más inri, son blancas en muchos casos. ¿Esto qué cojones es?

"Sustituir unos zapatos oxford por unas groseras zapatillas es la decisión que adopta un anciano que ha sido derrotado por la vida"

Aquí volvemos al principio, a querer parecer joven, cuando no hay nada más propio de la tercera edad, ya camino de la cuarta, que mostrarse ataviado de esa guisa. Llevar zapatillas con prendas formales es de viejón al que le duelen los pies y al que el médico le ha dicho que se ponga un calzado cómodo. Sustituir unos zapatos oxford por unas groseras zapatillas es la decisión que adopta un anciano que ha sido derrotado por la vida y que elige la comodidad en detrimento de la estética. Si ya vas con americana y zapatillas con 30 años, demasiado pronto te ha derrotado la vida, chaval. Y me da igual cuántos futbolistas vayan vestidos así. Los futbolistas nos pueden servir de modelo para muchas cosas; por ejemplo, para componer oraciones en las que no concuerden el sujeto y el predicado, pero no para vestir con elegancia.

No quisiera acabar esta invectiva, agria pero necesaria, sin unas palabras de esperanza. Por eso, a ti, escribidor que me estás leyendo, te hago un llamamiento para que abraces sin reparos la belleza y te liberes de todos los miedos que te asolan: el miedo a parecer viejo, el miedo a parecer rancio, el miedo a parecer de derechas… Quítate todos estos miedos y quédate con solo uno: el miedo a parecer un fantoche.

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