Mirando pa Cuenca
Cada vez que siento la pulsión de la política, la llamada a la acción directa, la sangre espesarse de rabia rayana en el odio visceral a la estupidez y al mamoneo, me acerco al pipero, elijo tabaco y busco un libro. Sólo la literatura y la pipa me apaciguan. La biblioteca y la librería, la... Leer más La entrada Mirando pa Cuenca aparece primero en Zenda.

Resulta que ahora todos, todas y todes somos putañeros, en masculino plural. Somos una sociedad deleznable que paga por sexo. Y folla el ministro. O cualquier otro malnacido con acceso a la caja. Y no es de ahora: recuerden a aquél que grabaron diciendo que le daba cosa gastarse su dinero en putas y pagaba las rameras con lo del Ayuntamiento, mientras su colega llenaba la caldera de su casilla en el campo con los remanentes —remanentes le decía el gachó al manguerazo— de gasoil del polideportivo municipal. Otro caso aislado en esta matriz que es España, en la que no queda abscisa u ordenada sin su asunto turbio, sin su pequeña cagarruta o su montaña de estiércol, sin su piara de mamíferos nutriéndose de las tetas del Estado, que nos sangra mientras deja caer la sanidad, la educación, la judicatura, la defensa, las carreteras y los trenes y todo lo que importa e incentiva il dolce far niente buscando ampliar la base de la clientela partidista que no cesa.
En mi caso, mirando pa Cuenca, Mario, rara avis de la narrativa española, originalísimo escritor, profundo y clarividente; un tipo al que le gusta darle a sus novelas forma de otra cosa y que usa a su favor —y al nuestro, por fortuna— su deformación profesional de profesor de Filosofía en un instituto de provincias.
Lux (Seix Barral, 2021) tiene forma de confesión de un fulano de su participación en el secuestro, tortura, muerte y desaparición de un hijo de su madre a su madre. Una novela negro oscuro que patea al estómago del lector a través del monólogo interno del protagonista, en el que emulsionan la estupidez y el mal con total naturalidad. Tanta que deja la agria sensación de que le podría pasar a cualquiera, incluso a uno mismo. Desde Jim Thompson en 1280 almas ningún autor me había provocado esta náusea de pertenencia a la especie humana. 1280 almas es una de mis novelas favoritas porque tiene la capacidad de desvelarnos crudamente los mecanismos psicológicos de la maldad humana. Y digo crudamente porque el autor saca adelante su narrativa sin el dogal de la autocensura: escribe lo que le parece. Esto es exactamente lo que hace Mario Cuenca sesenta años después, en un contexto de hipócrita corrección política y neobeaterío, en el que cualquiera que tenga ciertos intereses comerciales sobre su obra se tentaría la ropa antes de meterse en según qué jardines. En Lux, arrojando luz en los procesos que alimentan el odio político, y recientemente en Aurora Q. (Galaxia Gutenberg, 2024), más allá́ del fantástico juego literario de “recuperar un crimen real y narrarlo en forma de una serie de conferencias dictadas por el psiquiatra que trató a los niños ferales, sin narrar el crimen en sí mismo”, hace una crítica soterrada pero feroz al pensamiento Freudiano y Lacaniano del que parte el vector que ciertos postestructuralistas —Ernesto Laclau, Chantal Mouffe y Slavoj Žižek, principalmente— han lanzado hacia la política y que ha sido puesto en práctica en este primer cuarto de siglo por autócratas establecidos o en agraz. Imposible separar al novelista del filósofo del profesor, que une su genio literario, su enorme mochila intelectual y su trato diario —en las aulas— con el futuro, que nos predice con finezza y dejando más preguntas que respuestas.
Una verdadera obra maestra que cualquier lector curioso y avezado puede leer en una tarde, a pesar de su profundidad. Además, da para relectura y anotaciones a través de un aparato crítico de desternillantes y rigurosas notas al pie, con el que Mario, puritita posverdad, ha conseguido insertar recuerdos reales de hechos que no sucedieron —la entrevista en TVE del psiquiatra que trató el caso— en la mente de sesudos entrevistadores radiofónicos que rememoraban el impacto que les causó el asunto en su tierna juventud. Que yo sepa nadie, desde el tito Orson con La guerra de los mundos, había alcanzado esas cotas.
Por hacer de la literatura un refugio que nos permite no salir a quemarlo todo, direttore, gracias: eres un genio.
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