James Gaffigan se despide del Palau de les Arts con un 'Holandés’ que descubre a Nicholas Brownlee
Las óperas de Wagner han traído muchas alegrías al Palau de les Arts valenciano. Por buscar dos ejemplos extremos, sucedió con el histórico ‘ Anillo ’ dirigido por Zubin Mehta sobre una escenografía de La Fura dels Baus muy propio de aquella primera época del teatro definida por varias gestas y, más recientemente, con el memorable ‘Tristán’ de esta última etapa en la que ha tomado forma la sensatez y aquel ‘bienhacer’ del que hablaban los clásicos. Al explicarlo, se referían a producir beneficio y otras bondades, lo que viene a querer decir de cara al espectador que todo deja un poso de satisfacción. Incluso cuando los asuntos que se manejan tienen ese tono profundo y algo solemne al que Wagner tanto afecto le tenía. Citar ‘Tristán’ no es casual pues las representaciones de 2023 fueron dirigidas musicalmente por James Gaffigan , en este momento a punto de abandonar la dirección musical del Palau. De hecho las actuales representaciones de ‘El holandés errante’ ('Der Fliegende Holländer'), cuya primera representación tuvo lugar el domingo, serán la últimas que dirija como titular de la institución. Tras una renuncia imprevista, el británico Mark Elder se incorporará a partir del mes de septiembre aumentando los compromisos que ya tiene previstos. De Gaffigan quedará una magnífico recuerdo como demuestran estas representaciones sobre la leyenda del marino condenado a navegar eternamente. Gracias a él, el foso del Palau ha vuelto a ser una referencia inexcusable en el mercado operístico. Gaffigan hace posible que esté ‘Holandés’ sea una narración poderosa. Sin duda, la música de Wagner es aquí especialmente descriptiva y elocuente, pero hace falta convertir la obertura en el marco de un gran cuadro marino, como el que se sitúa al fondo de escenario en la veterana producción de Willy Decker ; llevar esta música hasta el límite de lo poemático y, todavía, sin palabras o asumiendo las que están implícitas en la partitura, señalar las angustias, temores, deseos y renuncias que se van a relatar. Desde una perspectiva práctica significa mantener la tensión, convertir la orquesta en una turgente superficie capaz de batirse en un proceso anhelante, encontrar la textura, dosificar los planos, cuidar los acentos y la prosodia. Se va a echar de menos a Gaffigan porque su paso por Valencia se resume en un principio de calidad que permite a la Orquestra de la Comunitat Valenciana expresarse sin circunloquios. Por eso este ‘Holandés’ tiene fuerza y sentido, y, por eso, los intérpretes se expresan sin recodos, mostrando su propia idiosincrasia. Ahora la mirada se dirige al barítono estadounidense Nicholas Brownlee , quien hace aquí su presentación europea en el papel. Le preceden estupendas actuaciones en otros roles wagnerianos (Wotan, Donner, Amfortas, Hans Sachs) en distintos teatros incluyendo el Festival de Bayreuth, donde actuó por primera vez el año pasado. Hay que escuchar a Brownlee, cuya presencia física es poderosa y en paralelo su voz, tan bien timbrada, redonda, grande y musicalmente intensa. Sin duda, su Holandés está en vías de ir más allá, de hacerse más profundo e inevitablemente oscuro, pero lo que se presenta es algo único. También su presencia escénica ganará en detalles que ahora quedan algo perdidos. En este sentido, sus valores se concentran en la actitud general antes que en algunos pequeños gestos perdidos, quizá también porque a la reposición escénica de Stefan Heinrichs le falta pulimento. En el lado contrario a Brownlee está el veterano Franz-Josef Selig, quien sabe muy bien lo que hay que hacer sobre el escenario y de paso lo que es necesario para doblegar una voz que apura sus días. El primer acto (el mejor resuelto en la representación del domingo) convirtió el encuentro entre el holandés y Daland en un momento de especial tensión, dominado por el monólogo del primero y finalizado en la corbata del escenario de manera realmente poderosa. A partir de ahí la representación caminó firmemente sostenida por Gaffigan. Y sobre la marejada orquestal la soprano sueca Elisabet Strid colocó a la romántica Senta en una posición no siempre fiable. Curiosamente, bien apoyada en el grave y escamoteando el agudo. Su llegada a Valencia viene precedida por una larga experiencia en el papel, lo que hace pensar en mejores tardes, más abiertas al dibujo de una sentimentalidad inocente, precisamente aquella en la que, según Wagner, el deseo se expresa en forma de locura. También al tenor francés Stanislas de Barbeyrac se le han escuchado actuaciones mucho más redondas, capaces de otro encanto en los momentos líricos y de otra furia, no necesariamente rugiente, en los dramáticos. Moisés Marín resuelve con gran solvencia al timonel. Y todos ellos se integran con normalidad en la propuesta escénica de Willy Decker vista por primera vez hace casi quince años en París y hoy propiedad de Turín. El paso del tiempo confirma que su configuración espacial tiene sentido sostenida sobre varios principios escenográficos que luego
Las óperas de Wagner han traído muchas alegrías al Palau de les Arts valenciano. Por buscar dos ejemplos extremos, sucedió con el histórico ‘ Anillo ’ dirigido por Zubin Mehta sobre una escenografía de La Fura dels Baus muy propio de aquella primera época del teatro definida por varias gestas y, más recientemente, con el memorable ‘Tristán’ de esta última etapa en la que ha tomado forma la sensatez y aquel ‘bienhacer’ del que hablaban los clásicos. Al explicarlo, se referían a producir beneficio y otras bondades, lo que viene a querer decir de cara al espectador que todo deja un poso de satisfacción. Incluso cuando los asuntos que se manejan tienen ese tono profundo y algo solemne al que Wagner tanto afecto le tenía. Citar ‘Tristán’ no es casual pues las representaciones de 2023 fueron dirigidas musicalmente por James Gaffigan , en este momento a punto de abandonar la dirección musical del Palau. De hecho las actuales representaciones de ‘El holandés errante’ ('Der Fliegende Holländer'), cuya primera representación tuvo lugar el domingo, serán la últimas que dirija como titular de la institución. Tras una renuncia imprevista, el británico Mark Elder se incorporará a partir del mes de septiembre aumentando los compromisos que ya tiene previstos. De Gaffigan quedará una magnífico recuerdo como demuestran estas representaciones sobre la leyenda del marino condenado a navegar eternamente. Gracias a él, el foso del Palau ha vuelto a ser una referencia inexcusable en el mercado operístico. Gaffigan hace posible que esté ‘Holandés’ sea una narración poderosa. Sin duda, la música de Wagner es aquí especialmente descriptiva y elocuente, pero hace falta convertir la obertura en el marco de un gran cuadro marino, como el que se sitúa al fondo de escenario en la veterana producción de Willy Decker ; llevar esta música hasta el límite de lo poemático y, todavía, sin palabras o asumiendo las que están implícitas en la partitura, señalar las angustias, temores, deseos y renuncias que se van a relatar. Desde una perspectiva práctica significa mantener la tensión, convertir la orquesta en una turgente superficie capaz de batirse en un proceso anhelante, encontrar la textura, dosificar los planos, cuidar los acentos y la prosodia. Se va a echar de menos a Gaffigan porque su paso por Valencia se resume en un principio de calidad que permite a la Orquestra de la Comunitat Valenciana expresarse sin circunloquios. Por eso este ‘Holandés’ tiene fuerza y sentido, y, por eso, los intérpretes se expresan sin recodos, mostrando su propia idiosincrasia. Ahora la mirada se dirige al barítono estadounidense Nicholas Brownlee , quien hace aquí su presentación europea en el papel. Le preceden estupendas actuaciones en otros roles wagnerianos (Wotan, Donner, Amfortas, Hans Sachs) en distintos teatros incluyendo el Festival de Bayreuth, donde actuó por primera vez el año pasado. Hay que escuchar a Brownlee, cuya presencia física es poderosa y en paralelo su voz, tan bien timbrada, redonda, grande y musicalmente intensa. Sin duda, su Holandés está en vías de ir más allá, de hacerse más profundo e inevitablemente oscuro, pero lo que se presenta es algo único. También su presencia escénica ganará en detalles que ahora quedan algo perdidos. En este sentido, sus valores se concentran en la actitud general antes que en algunos pequeños gestos perdidos, quizá también porque a la reposición escénica de Stefan Heinrichs le falta pulimento. En el lado contrario a Brownlee está el veterano Franz-Josef Selig, quien sabe muy bien lo que hay que hacer sobre el escenario y de paso lo que es necesario para doblegar una voz que apura sus días. El primer acto (el mejor resuelto en la representación del domingo) convirtió el encuentro entre el holandés y Daland en un momento de especial tensión, dominado por el monólogo del primero y finalizado en la corbata del escenario de manera realmente poderosa. A partir de ahí la representación caminó firmemente sostenida por Gaffigan. Y sobre la marejada orquestal la soprano sueca Elisabet Strid colocó a la romántica Senta en una posición no siempre fiable. Curiosamente, bien apoyada en el grave y escamoteando el agudo. Su llegada a Valencia viene precedida por una larga experiencia en el papel, lo que hace pensar en mejores tardes, más abiertas al dibujo de una sentimentalidad inocente, precisamente aquella en la que, según Wagner, el deseo se expresa en forma de locura. También al tenor francés Stanislas de Barbeyrac se le han escuchado actuaciones mucho más redondas, capaces de otro encanto en los momentos líricos y de otra furia, no necesariamente rugiente, en los dramáticos. Moisés Marín resuelve con gran solvencia al timonel. Y todos ellos se integran con normalidad en la propuesta escénica de Willy Decker vista por primera vez hace casi quince años en París y hoy propiedad de Turín. El paso del tiempo confirma que su configuración espacial tiene sentido sostenida sobre varios principios escenográficos que luego se han repetido numerosas veces. El estilo de Decker se definía entonces por los escenarios muy inclinados y la desproporción de los elementos, aquí el tamaño descomunal de las puertas, con el fin de añadir un sentido dramático que todavía se prolonga en el juego de sombras. Visto hoy y tal y como se resuelve, tiene algo de naíf, concretamente cuando el juego de espectros que aparece en el último acto anuncia con su rojo sanguíneo la eterna navegación del holandés. Pero visiones al margen, aún queda que Nicholas Brownlee proclame valientemente su desesperada angustia. Y que James Gaffigan le apoye reafirmándose en una versión de indiscutible musicalidad.
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