El zorro

Antes ha cruzado el páramo en la más elegante quietud. La cabeza atenta a la caza, la larga cola que peina la tierra con un fulgor rojo y plateado. El crepúsculo es una capa púrpura sobre su lomo. Y él va a ponerse a correr en cuanto sienta que alguien más peligroso que él se... Leer más La entrada El zorro aparece primero en Zenda.

Feb 14, 2025 - 02:07
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El zorro

La noche lo invita a aullar. Una lanza resquebraja el aire, lo vuelve astillas. El silencio recoge los fragmentos hasta que la lanza irrumpe de nuevo, desde la tierra hacia las estrellas. Un grito de desterrado, de queja por el contraste entre el frío y la belleza. La belleza del cuerpo, la frialdad del aullido.

Antes ha cruzado el páramo en la más elegante quietud. La cabeza atenta a la caza, la larga cola que peina la tierra con un fulgor rojo y plateado. El crepúsculo es una capa púrpura sobre su lomo. Y él va a ponerse a correr en cuanto sienta que alguien más peligroso que él se acerca.

Pero él también lo es: no se salvarán ni las arañas que se crucen en su camino. Ratones enmarañados, pájaros que duermen, conejos en zigzag. Yo he visto al zorro comer las uvas en los racimos nocturnos de septiembre.

"Ellos se concentraban en el lugar más silencioso, donde las zarzas comienzan a ser impenetrables. Donde los olmos han sido abrazados por la hiedra"

No se diferencian tanto de nosotros. La primera mañana en que se abrió la veda, los disparos tronaban alrededor de la casa. Ensordecían las carrascas y los olivos. Levantaban los terrones y alrededor salpicaba la sangre alcanzada. Los perros lloraban por el ansia de recobrar la presa. Entonces los descubrí a pocos metros del mirador.

Dos zorros, quizá una pareja, se alejaban de los disparos que abrumaban los cuatro puntos cardinales. Ellos se concentraban en el lugar más silencioso, donde las zarzas comienzan a ser impenetrables. Donde los olmos han sido abrazados por la hiedra. Donde las plantas se aprietan en defensa propia. Mientras los disparos cierran el círculo alrededor y las aves que no pudieron alejarse renuncian a las alas. Mientras se agazapa el eslizón y la culebra cava la oscuridad. Cuando la luz es la peor amenaza.

Otro día los veo en la pradera. Nunca sabré si son los que han sobrevivido. Al principio solo veo un zorro que ha atrapado a otro animal de su mismo tamaño. Que lo devora o que juega con él. Que lo muerde, que lo cabalga. Pues he entendido que se están apareando. Es febrero y el frío se acrecienta sobre el verde brotar del trigo tras la puesta del sol. El movimiento fogoso de los dos pelajes se funde en otro tipo de caza que no es cruel.

"El topo se entierra. La alondra se encumbra. Las arañas descoyuntan su figura en un garabato extático"

De hecho, en cuanto me descubren, veo cómo uno de los animales huye hacia el horizonte de matorrales a la velocidad en que brilla la plata. Es la hembra. Mientras, el macho se queda vigilándome agazapado, visible solo el pedernal chispeante de los ojos, cubriendo la huida de la dama, como antes cubrió su cuerpo.

Similares en esto también. Gozo furioso y lealtad a muerte. Sigo caminando todavía en el aliento de las presencias que acaban de huir. Percibo cómo cada uno de mis pasos genera la fuga de aquello que me percibe. El topo se entierra. La alondra se encumbra. Las arañas descoyuntan su figura en un garabato extático. Puedo oler todos los matices de la Tierra. La noche. Me alumbran incontables soles que matizan rayos de un arcoíris exclusivo de azules y blancos. Aúllo con todas mis fuerzas. Me siento infinitamente solo y acompañado. El infinito mismo se me quiebra en la garganta.

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