Carta nº23-28

Correspondencia manuscrita del Maestro de la República Abel Bravo del Rincón, dirigida al canónigo Bruno Morey Fiol, durante los años de 1943 a 1960. Entre ambas circunstancias, con palabras sinceras, silencios naturales, fechas y recuerdos, consiguen ambos narrar el equilibro entre la confrontación y lo natural de sentir, pensar, convivir y así sobrevivir. ***** 1961- 1962, desde... Leer más La entrada Carta nº23-28 aparece primero en Zenda.

Feb 14, 2025 - 02:07
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Carta nº23-28

Correspondencia manuscrita del Maestro de la República Abel Bravo del Rincón, dirigida al canónigo Bruno Morey Fiol, durante los años de 1943 a 1960. Entre ambas circunstancias, con palabras sinceras, silencios naturales, fechas y recuerdos, consiguen ambos narrar el equilibro entre la confrontación y lo natural de sentir, pensar, convivir y así sobrevivir.

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1961- 1962, desde Alcantarilla

Si avanzamos hacia la carta número 23, escrita en 1961, ocurre que el Maestro recapitula: «Mi muy querido y nunca olvidado Bruno… Me colocas en un lugar profesional destacadísimo por las cosas que hice en Valldemosa y que, vistas desde otro punto de vista que no sea el pedagógico, tienen otro valor, porque no todo lo hecho fue inspiración personal, sino Sugestión, por cosas Vistas y Hechas en otras partes. Para entenderlo mejor tendría que recurrir a mis antecedentes estudiantiles y profesionales». Se refiere a las Graduadas de Cartagena. Destaca de nuevo a Félix Martí Alpera y a Enrique Martínez Muñoz, tras los viajes de investigación en los que se embarcaron hacia Europa, durante su preparación como maestros o para ampliación de estudios, en las décadas anteriores al siglo XX, y hasta 1910.

«Fueron tantas y tales las cosas que hicieron  a su regreso que, luego, vinieron los extranjeros y se quedaron asombrados al ver que, en esas Graduadas, habían superado los adelantos de Maestros extranjeros…».

Como ejemplo, Abel no sólo recupera a los iniciadores que supieron captar la entraña de la pedagogía por venir, sino que afrontaron algo todavía más poderoso, y es que tuvieron la capacidad de adaptarla al país y a las diversas localidades españolas, con los recursos existentes, con imaginación, con ímpetu y sabiduría. Daba igual que aquellos maestros se trasladaran a un recóndito lugar, como Baños y Mendigo, que sobrevivía desconectado del mundo entre aquellos precipicios y ásperos montes. Si tan solo tenían un árbol, un río, y acaso el puente, algo de tierra y un arado, un libro que hojear, se las ingeniaban para hacer prosperar un espacio de estudio. Lo advirtió Abel, que «la solución de los problemas que la realidad escolar le presenta al Maestro tiene que hallarla él sólo, discurriendo…». Años atrás, en 1950, le pidió al inspector Juan González algo sencillo: «que me proporcionara 40 pizarras, que no teníamos, ni los niños podían comprar, porque son pobres, y las necesitamos para poder trabajar. Mientras esas 40 pizarras no vengan, están parados. Yo trabajo, pero ellos no. Y así no se aprende. Me dio buenas palabras, pero ni las pizarras ni las cartillas prometidas han venido. Estamos sin otro material que dos tablones colgados…».

Cuando Abel era joven, y avanzaba por el mundo y se iniciaba en la docencia, ya en 1910, durante un ciclo de conferencias en Orense, el escritor y académico Gerardo Álvarez Limeses dejaba constancia de la inquietante situación: “El problema pedagógico es un problema social… La enseñanza no se reforma con decretos que pueden salir de la Gaceta, sino estudiando los procedimientos seguidos por las naciones que van a la cabeza del movimiento pedagógico. El Maestro español dio todo lo que tenía de sí, y si no dio más, fue porque el Estado, con su viciosa legislación escolar, no le proporcionó medios.  Como todas las reformas se ventilan en el Parlamento, debemos procurar la elección de dirigentes aptos e idóneos que se interesen por la pronta resolución… Por desgracia, casi todas las cuestiones importantes y de trascendencia nacional, se hallan vinculadas a la política”.

Para contextualizar lo mucho que nuestra época debe a esta etapa anterior (con sus avisos) y a quienes la formalizaron, surge en España, en su evolución y en paralelo, una pedagoga entregada al trabajo vinculado a niños con discapacidad, María Soriano, hija de una maestra, María de los Desamparados Llorente y Gómez, que también enseñó en Murcia, en Lorca, hacia 1890. Soriano realizó una fascinante labor con personas de escasa edad, a las que daban por desconectadas del mundo. Su trabajo es de sobra conocido y reconocido en el extranjero, y en la actualidad lleva su nombre el colegio de Educación Especial María Soriano (en Madrid). Su origen es el mismo que el de Abel, y la época la misma, y las circunstancias, similares; trabajó e investigó en Europa, estudió la psicomotricidad en Suiza, la logopedia en la Universidad en París, y fue la primera en traer a España el trabajo de Maria Montessori. Eran famosas las  excursiones con sus alumnas hacia La Granja (Segovia), para que tomaran contacto con el mundo y salieran, o escaparan, del encierro al que estaban sometidas, de la misma manera que lo hicieron, sana y transparentemente, Abel y sus coetáneos.

Y si alguien considera que la docencia era una profesión exenta de riesgos, las maestras a las que Abel menciona en sus cartas, de igual a igual, hay que recordar que aquel final del siglo XIX (y comienzos del XX) fue para ellas complejo, extraño y cruel. El periódico Il Secolo (Milán, hacia 1890) reúne la lista de desventuras padecidas, de cómo no sólo en España los Maestros y Maestras sufrían miserias y persecuciones, que parecieran descontextualizadas y gruesas, en según que casos, incluso por parte de Abel, cuando las describe en superficie, acaso para no lastimar. Habla de riesgos, peligros, insidias, calumnias, venganzas de poderosos, exactamente igual que lo destaca la prensa italiana al asemejarlo a un martirologio: «…La Maestra Italia Donati, de Monsummano, se suicida para no sobrevivir á la calumnia. Pietrabissi, de Lodi, escapa con la muerte á persecuciones deshonestas. María Prassenda, piamontesa, enferma de tifus, abandonada de todo el mundo, es hallada cadáver en una buhardilla, pues no tenía con qué comprar las medicinas necesarias para su curación. Doña Juana Errico, de Toscana, despedida por cierre de la Escuela, se dispone á un largo viaje á pie, con cuatro liras en él bolsillo, y muere en el camino por el cansancio y la debilidad. Doña Odilia Orrigoni, boloñesa, para desventura suya una mujer hermosísima, fue perseguida, calumniada á causa de su virtud inquebrantable, se envenena, y muere entre espasmos horrorosos. Doña Amalia Vitali, Maestra siciliana, forzada á las más crueles privaciones, humillada, desesperada por la despiadada negativa con que se contesta á sus peticiones de traslado, se precipita del campanario de la iglesia y muere instantáneamente. Doña Asunción de Angelis, vilmente calumniada de hurto, de quien por milagro ha podido reconocerse la inocencia; y el caso lamentable de la Maestra Sra. Renzetti, perseguida por causas análogas…».

Hay un argumento constante, duro e implacable en todo aquello. Es una especie de filmación irreal, aborrecible, que nos cuenta una verdad. Aun así, se adelantaron y se sobrepusieron a todo revés. El cine, el cinematógrafo, al que en tantas ocasiones hace referencia Abel, y le da tanta importancia y protagonismo, era una herramienta fundamental. Es factible que fueran estos pedagogos los primeros en advertir su beneficio para el alumnado, y también previnieron las consecuencias del paso del cine mudo al sonoro, a finales de los años veinte (siglo XX). Ya existían, desde antes, los colegios para “sordomudos y ciegos”, siendo el cine con cartelas, y subtítulos, ideal para las personas con problemas auditivos. Perder este apoyo escrito fue un drama para la persona sorda, así como la desaparición del Explicador, que, con mucho ingenio, aspavientos y mímica, intentaba transmitir y apoyar lo visual ante el público asistente. Sin embargo, este mismo cambio sí que benefició al invidente, que pasó a recibir la voz, el argumento y la acción. Aquel bullente siglo entraba en una velocidad tan desbocada, que lo mismo apoyaba que arrollaba.

«En la (escuela) de D. Enrique Martínez Muñoz, los niños de 6º grado, construyeron, extraordinariamente bien, una Esfera Armilar, tan Grande, que no cabía por las puertas ni balcones del salón de clase. Era, pues, evidente, que no la habían construido fuera y metido, luego, al salón. Lo hicieron dentro. Y los niños solos. Otro Mérito. Aquellos niños hicieron muchos trabajos manuales tan admirablemente bien hechos, que, los profesores extranjeros (que les visitaron), atraídos por la fama de las Escuelas de Cartagena, venían, y al ver aquellos trabajos maravillosamente bien hechos, se enamoraron de ellos… Y no digamos nada de los dibujos, redacciones, tipo de letra, y educación Moral.  Todo sorprendente. Todo rayaba a una altura máxima. Había un detalle en la de D. Enrique, que no lo he vuelto a ver en [parte] alguna. Al entrar al edificio había clavado en la pared un tablón grande, en el que sobresalían otros muchos clavos en donde se colgaban las cosas perdidas que se encontraban».

Hay cierta gratitud cuando, ya al final de su vida, Abel pasa revista de nuevo, o se centra en recolocar a las personas en un orden justo, y también a las que se han perdido; lo que les debe, de quién aprendió o a los que más admira, como el ya mencionado Santiago García Rivero: «Entré muchas veces a sus clases para verlo trabajar con los pequeños y con los mayores. Era una maravilla ver cómo trabajaba para conseguir que los niños que ingresaban en septiembre, leyeran bien en Navidad. ¿Y escribir? Parecía mentira que aquellos 90 niños del primer grado supieran escribir en 3 meses, con una letra tan bonita. Y en cuanto a los mayores, el perfeccionamiento y la belleza era propia de Profesores de Caligrafía. Yo aprendí a escribir la letra que tengo, viéndolos escribir a ellos, sin llegar nunca a adquirir su belleza y perfección… Otro día contaré más casos. Mi brazo derecho sigue fastidiado. Me cuesta más trabajo escribir que hacer la pirámide Cheops de Egipto… Envío copia de los artículos escritos en memoria de Rivero por Higinio Pérez Vergara, Inspector de 1ª Ens./ Vizcaya, D. Darío [Carantes], Inspector Jefe de Vizcaya, Don Rufino Blanco. Gob. de Seg. y Mtro. de la Aneja, a la Nor./Madrid. Los artículos van en “Escuela Nacional” núm. extraordinario dedicado a D. Santiago García Rivero, fecha 15-abril-1929».

El día 6 de octubre de 1962 envía «Felicitaciones y saludos cariñosos» para felicitar el cumpleaños del canónigo.

Son notas, y también trazos, hasta cerrar con la breve carta 27 (26-7-1962), donde deja escrito que le hace llegar un telegrama, del que apenas hay más contenido que «Reitero Agradecimiento. Abel», y la 28, del día 17-12-1962, ya con caligrafía muy cansada y más dibujada que escrita, para acercarle felicidad en Navidad y Año Nuevo para 1963, año que Abel ya no vivirá.

Quién sabe si el sueño llegó mientras preparaba clases para aquellos alumnos dispersos aquí y allá, o con alguna dificultad para seguir la velocidad de otros avezados. O quizá fue a comprar esos higos y postales para enviarlos a Bruno Morey Fiol. Qué pensaría… Quizá algo similar a ese mundo Armilar, planetario, donde todo es espacio, los planetas están en movimiento, giran, viajan y avanzan. Vivió aquellos delirios ideológicos, erráticos, ese laboratorio humano que todavía se está mostrando, con idas, varios regresos, percibiendo con antelación, quizá, cómo se imponía para un futuro una caligrafía poco nítida, muy borrosa, de esa que no se deja leer ni con empeño. Había en Abel un mundo Armilar que, de tan grande que era, y llegó a ser, no le cabía en el corazón. El revuelo de pequeños y pequeñas, las risas y carreras, ese bullicio que acompaña a cada clase y a cada espera, seguro que fue similar a una bella canción dentro de un filme por argumentar, con escenas que avanzan esperanzadas. De eso se trataba, quizá… De esperanza.

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