‘El conde de Montecristo’: Confiar y esperar

En 1838 se publicó en Francia algo titulado Mémoires tirés des archives de la Police de Paris, una colección de incidentes delictivos recopilados por el archivista Jacques Peuchet. Uno de esos incidentes relata la historia de un zapatero de Nimes que estaba a punto de casarse con una mujer rica, cuando tres de sus amigos... Leer más La entrada ‘El conde de Montecristo’: Confiar y esperar aparece primero en Zenda.

Mar 7, 2025 - 07:30
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‘El conde de Montecristo’: Confiar y esperar

En 1838 se publicó en Francia algo titulado Mémoires tirés des archives de la Police de Paris, una colección de incidentes delictivos recopilados por el archivista Jacques Peuchet. Uno de esos incidentes relata la historia de un zapatero de Nimes que estaba a punto de casarse con una mujer rica, cuando tres de sus amigos lo acusaron falsamente de espiar para Inglaterra (esto ocurrió en 1807, en un periodo de guerras entre ambas naciones). Al zapatero lo condenaron a arresto domiciliario en un fuerte, al servicio de un clérigo italiano que empezó a tratarlo como un hijo suyo y que cuando murió le dejó su fortuna. Entonces el zapatero la usó para vengarse de los tres “amigos”, apuñalando a uno con una daga en la que decía “número uno”, envenenando al segundo y arrastrando al tercero a la delincuencia y a su hija a la prostitución, para después también apuñalarlo. Este tercer hombre, por cierto, se había casado con la prometida del zapatero mientras este estaba arrestado.

Si todo esto le suena a alguien probablemente no sea por su afición a las crónicas decimonónicas de sucesos, sino porque Alexandre Dumas (père) (Alejandro Dumas (padre) para los amigos españoles) usó buena parte de todo esto como trama principal de El conde de Montecristo, una de las obras más famosas de su tiempo. Dumas ni siquiera ocultó nada de esto, llegando incluso a publicar un ensayo sobre el reportaje original, “El diamante y la venganza”, como extra en una de las ediciones de su novela. Desde el siglo siguiente es también una de las obras literarias más adaptadas a otros medios en toda la historia, con una veintena para la pantalla grande y otra veintena para la pequeña, con más o menos variaciones. En 2024 hubo una de cada, la de Mathieu Delaporte en cine y la de Bille August para las televisiones públicas de Italia y Francia. Esta última es mucho menos conocida, y varios meses después de su estreno aún no se ha podido ver en muchos lugares, así que vamos a usarla como base del comentario.

[Aviso de destripes con tesoro oculto en todo el texto]

Le comte de Monte-Cristo es una novela que tardó dos años en publicarse por entregas (1844-46) y que en versión completa tiene más de 450.000 palabras y ocupa unas 1300 páginas, de forma que adaptarla a una película, incluso cercana a las tres horas, tiene su dificultad. Por eso, y porque los recursos dramáticos de la publicación por entregas son similares a los de la serialización por episodios (si es que no están, de hecho, copiados los segundos de los primeros), siempre ha sido un título muy popular para adaptar como serie de televisión, en multitud de idiomas y países (Reino Unido, Rusia, India, Argentina, Portugal, Turquía, Estados Unidos, Armenia…) llegando incluso a cambiar el sexo del protagonista en versiones mexicanas, venezolanas o coreanas, o la época y el lugar, como la China republicana de la década de 1910 o el Japón Edo de los siglos XVII y XVIII. Cuando esto ocurre con una obra conocida, siempre hay alguien que suele tener la gran idea de que lo más rompedor sería… hacer la adaptación más fiel posible (incluso más que la versión televisiva más conocida hasta ahora, la protagonizada por Gérard Depardieu en 1998). Y eso es lo que han intentado la RAI italiana y France Télévisions con este proyecto.

El director, el danés Bille August, puede que les suene a algunos en plan “hombre, cuánto tiempo, ¿qué ha sido de tu vida?”. Nacido en 1948, ganó el triplete de Palma de Oro en Cannes y Globo de Oro y Oscar a la mejor película en lengua no inglesa por Pelle el conquistador, película protagonizada por Max von Sydow, que fue además nominado también al Oscar por un papel no rodado en inglés (hacía de emigrante sueco), lo cual era una rareza entonces. En la década siguiente August aparecía por las carteleras habitualmente adaptando trabajos de alcance internacional de autores tan diversos como Ingmar Bergman (Las mejores intenciones), Isabel Allende (La casa de los espíritus, sí la de Antonio Banderas), Selma Lagerlöf (Jerusalén), Peter Hoeg (Smila) y, mire usted por dónde, Victor Hugo (Los miserables, de 1998, con Liam Neeson, Geoffrey Rush, Uma Thurman y Claire Danes). Incluso le encargaron en Hollywood un par de episodios de Las aventuras del joven Indiana Jones. En lo que va de siglo XXI ha dirigido una docena de películas más, y pasados los 75 años de edad se ha metido en harina con Edmond Dantès.

Poniéndonos en plan topicazo, podríamos decir (y diremos) aquello de los escandinavos funcionales, directos y sin fruslerías, incluso cuando se enfrentan a material más “caliente” (mediterráneo o latinoamericano), y algo de eso hay, con una dirección simple, escenarios bien escogidos y la obra original siempre como guía. Quien la haya leído probablemente vaya sonriendo pensando en cómo la serie es casi calcada al libro, al menos hasta que lleguen las inevitables partes obviadas y un par de cosillas cambiadas (y es que, como decía Niles Frasier, el hermano aún más esnob del psiquiatra televisivo, solo hay una cosa mejor que una cena perfecta, y es una cena perfecta excepto por un par de pequeños fallos, para así poder darte el placer adicional de tener algo que criticar). Caderousse, por ejemplo, es menos veleta y mala pieza que en la novela (es un tabernero negro, no un sastre), y el tema de la relación entre Dantès y su protegida Haydée, dada su diferencia de edad, se oculta lo más posible, y es que eso de que parte de la “recompensa” de Dantès sea alejarse hacia el horizonte con una exesclava adolescente en lugar de con su exprometida ya cuarentona, pues no queda muy “he cruzado océanos de tiempo por ti” precisamente. Por contra, sí que se confirma, aunque brevemente, que Eugénie Danglars es lesbiana y que lo de su viaje-escapada de París con su amiga era para lo que era. Dado que la serie está rodada en inglés (es lo que tienen las coproducciones europeas), se podría decir que no son tanto girl friends como girlfriends.

El reparto está compuesto por actores poco conocidos, mezcla de británicos, franceses, italianos y daneses, incluyendo a la propia hija de August, Amaryllis, en el papel de Valentine de Villefort. Nuestro Edmond Dantès esta vez es Sam Claflin, de esos que medio te suenan medio no, hasta que empiezas a ver que ha salido en Piratas del Caribe (cuarta entrega), Los Juegos del Hambre (segunda, tercera y cuarta entregas), Peaky Blinders (era el nazi inglés Oswald Mosley), Daisy Jones, varias comedias románticas y las pelis esas de Blancanieves con Charlize Theron. Como siempre con este papel, hay que escoger a alguien que lo mismo pueda parecer que tiene 19 años al principio de la historia que cuarenta y pico al final, y aunque carisma no le sobra, cumple bien. Lo más notable del reparto es sin duda Jeremy Irons como el abate Faria, pero su presencia, obviamente, dura solamente uno de los ocho episodios.

Para quien no se haya leído la novela y piense conformarse con una adaptación fiel como esta, la historia es la ya conocida del libro: Edmond, un joven marinero en la Francia de 1815, se ve envuelto en varios golpes de extrema buena y mala fortuna, que por un lado lo llevan a un ascenso en su compañía naviera y a una próxima boda con su novia catalana, Mercedes Herrera, y por otro a prisión por culpa de tres personajes que le tienen ojeriza: Danglars porque le envidia el ascenso, Fernand porque quiere quitarle la novia a pesar de que es prima carnal suya, y Villefort porque teme ser perjudicado por las simpatías bonapartistas de su padre (es significativo que además del dinero y el amor, la política sea uno de los tres grandes motores de la trama, y es que si hay quien dice que es mejor vivir en tiempos interesantes, la Francia del XIX, la verdad, podía llegar a pasarse de “interesante” en este aspecto). Tras mucho tiempo preso, Edmond (Edmundo en la edición española) recibe la instrucción intelectual (y encuentra la manera de evadirse y luego hereda la enorme fortuna económica) de otro prisionero, el ya mencionado Faria. Con su nuevo poderío financiero, y a pesar de haber perdido ya décadas de su vida, Dantès dedica el resto de su tiempo a vengarse de maneras refinadas, nada de aquí te pillo y aquí te apuñalo, haciendo planes con carambolas de varias bandas que no siempre salen según lo previsto y causan víctimas colaterales. ¿Por qué así? Pues primero, porque si no, no hay novela de casi medio millón de palabras, ni las ganancias que le trajeron a Alexandre Dumas (y a su “ayudante”, Auguste Maquet), ni intriga duradera. Sin embargo, es cierto que se menciona que parte de la educación de Faria consistía en persuadir a Edmond de que evitara la violencia, la muerte y la sed de destrucción que sería lógico hallar en él, sea por razones religiosas o meramente humanas: una vez que abras la caja de Pandora no vas a poder controlar todo lo que salga de ella. “Cuando planeas una venganza, más te vale cavar tu propia tumba primero”.

En lugar de eso, Dantès se toma su tiempo, mueve sus piezas y acaban siendo sus enemigos quienes se terminan ahorcando con su propia cuerda, porque el tipo de gente que fuera capaz de hacer lo que le hicieron a él (y salirse con la suya) también seguirá actuando de la misma forma, o peor, con otros en el futuro, así que solo hay que ir siguiéndoles la pista hasta pillarlos in fraganti. Así, acabarán apareciendo en el resto de la trama cuernos matrimoniales, rehenes rescatados, ejemplos de cobardía en tiempo de guerra, desfalcos de cinco millones de francos, suicidios, envenenamientos, bandidos italianos, multiples identidades falsas y hasta bebés enterrados vivos. De esta forma, lo que se pierde en inmediatez (nada de “me llamo Edmundo Dantés, tú mataste a mi juventud, prepárate para morir”) se gana en drama, porque el camino será largo, pero no pararán de ocurrir cosas tremebundas. Con el avance de la tecnología seguramente hemos perdido la capacidad de aplazar la gratificación: todo lo queremos ya, y si no es ya, no es gratificante. Pues no, pequeño saltamontes. A riesgo de parecer que estoy anunciando otra cosa, tómate tu tiempo, y el placer será mayor. Al final esta historia acaba siendo una perfecta ilustración de la frase de que “la venganza es un plato que sabe mejor frío”. Cada vez que la oigan, piensen en esta obra.

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