El edredón
“Qué hacer con mi trabajo, con mi pareja y con mi pelo son las constantes de mi vida”, te dice nada más sentarse a la mesa. “Y como no sé cómo cambiar de trabajo o de novio, me paso el día en la peluquería”, se ríe, guapísima, sí. Nunca se sabe qué es más complicado:... Leer más La entrada El edredón aparece primero en Zenda.

Tu amiga Raquel llega guapísima al restaurante japonés, la ves cambiada, viene directamente de la peluquería.
En el concesionario te citan para cambiar de vehículo, aunque el tuyo marche perfectamente y solo tenga cuatro años. Hay un vendedor que sabe vender y un cliente que no quiere comprar. Piensas en el porqué de este nervio de cambiar por cambiar; en el volátil, caprichoso y delirante capitalismo: compras lo que no necesitas, y lo que necesitas no se puede comprar. En la radio un anuncio promociona el plan Renove de los colchones: pagan por tu viejo colchón y ofrecen ventajosas condiciones para adquirir uno nuevo “con muelles ensacados, espuma viscoelástica y algodón egipcio”. La tienda se llama Ensueños. Sonríes, pero ni vas a cambiar de coche, porque tú siempre has tenido trastos viejos, ni de colchón, ya que el que tienes te ha acompañado en las últimas noches de tu vida, no todas buenas, pero tampoco todas malas.
Recuerdas entonces el veintiuno de marzo de aquel año, cuando todo iba bien —“qué bien estábamos cuando estábamos normal”— y decidisteis celebrar la llegada de la primavera llevando el edredón a la tintorería —“porque ya toca”— tras vuestro primer invierno juntos: ella, tú y el edredón. Os había resguardado del frío en aquel minúsculo cuarto sin ascensor, en aquella isla del tesoro, como la llamabais, porque a todo le ponías nombre. Todo eran risas entonces cuando entregasteis el nórdico en la tintorería. Había que recogerlo en unos días, pero como decía la canción, “la semana que viene nunca llegó”, y ahí se quedó la prenda: en el cementerio de los edredones perdidos. Quién lo hubiera dicho, cuando todo iba bien, cuando era marzo y todos los presagios eran favorables, como la consagración de la primavera. Y sí, poco después, la tintorería se traspasó. También mueren los lugares donde fuimos felices, escribió el gran Ribeyro.
La libertad empieza por poder pensar que puedes cambiar lo que te propongas, te recuerda tu psicóloga. Aunque tengas que replantearte ciertas cosas, como John Huston, que decía que tendría que haber bebido más vino y menos whisky, que eso era de lo que más se arrepentía en su vida. Que lo difícil no era dejar de beber, lo difícil era dejar de vivir.
Que lo difícil, y lo raro, es vivir. Eso piensas cuando te pierdes en aquel barrio buscando una tintorería que ya no existe o cuando escribes textos que nadie lee. O cuando sigues sin saber si es más complicado cerrar las cosas o, simplemente, transformarlas.
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