«Con la palabra ‘fascista’ parece que está todo dicho»

Según el profesor de Teoría Política y escritor Santiago Gerchunoff, la palabra fascista se utiliza hoy en día más que en el siglo pasado, cuando surgió esta ideología. Un hecho que analiza en ‘Un detalle siniestro en el uso de la palabra fascismo‘ (Anagrama), un breve ensayo cuyo fin no es explicar si está bien utilizada o no, sino entender qué emoción política nos lleva a decirla continuamente.  ¿Por qué se usa ahora más que nunca la palabra fascista? El uso de esta palabra creo que es un síntoma de impotencia política de la izquierda para tener un diagnóstico de […] La entrada «Con la palabra ‘fascista’ parece que está todo dicho» se publicó primero en Ethic.

Mar 11, 2025 - 13:06
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«Con la palabra ‘fascista’ parece que está todo dicho»

Según el profesor de Teoría Política y escritor Santiago Gerchunoff, la palabra fascista se utiliza hoy en día más que en el siglo pasado, cuando surgió esta ideología. Un hecho que analiza en ‘Un detalle siniestro en el uso de la palabra fascismo‘ (Anagrama), un breve ensayo cuyo fin no es explicar si está bien utilizada o no, sino entender qué emoción política nos lleva a decirla continuamente.


 ¿Por qué se usa ahora más que nunca la palabra fascista?

El uso de esta palabra creo que es un síntoma de impotencia política de la izquierda para tener un diagnóstico de los nuevos fenómenos de derechas. Eso hace que haya una especie de repliegue en los esquemas del siglo XX, que es probablemente donde la gente de izquierdas hoy se siente más cómoda. Es como si estuvieran en una especie de situación imaginaria de partisanismo, de estar en la trinchera como ocurrió en el siglo XX cuando se desplegó el fascismo. Algo que enlaza con otra incapacidad, que es la de no tener un proyecto propio de futuro. Esta visión, más allá de que nos horrorice o no, pertenece más bien a los partidos de derecha.

¿Qué estamos queriendo decir en realidad cuando la utilizamos?

Estamos intentando identificarnos con la resistencia antifascista del siglo XX. Pero sobre todo, creo que hay una gran emoción detrás al usarla. Aplicamos la palabra fascismo a miles de actos concretos de diversa índole en el día a día. Me refiero a gestos horrorosos como podrían ser los racistas, sexistas, autoritarios, etc. Con cualquiera de estos actos nos sentimos empujados éticamente a denominarlos fascistas porque si no los señalamos, creemos que van a seguir otros que van a generar una cadena de acontecimientos que inexorablemente van a conducir al mal absoluto, es decir, a Auschwitz. Cuando usamos la palabra fascismo, en realidad la emoción que tenemos es la de estar parando Auschwitz. Algo que es muy atractivo sin estar en ninguna trinchera. Es el goce de creer que estamos interviniendo en la historia. Creo que es de ahí de donde prolifera tanto el uso.

«Aplicamos la palabra fascismo a miles de actos concretos de diversa índole en el día a día»

Sostiene que a quien acabamos culpabilizando es a las víctimas. ¿Pero podían saber o imaginarse que iban a acabar así?

Lo que descubro es que, detrás del uso de la palabra fascista hay un detalle siniestro: en realidad lo que pensamos es que estaba en las manos de las víctimas parar el Holocausto. Más allá de que lo supieran o no, lo que estamos haciendo es responsabilizarlos de su destino. Es bastante siniestro este uso porque es la idea de responsabilidad colectiva, extendida también a las víctimas. Algo que acaba exonerando a los verdaderos culpables. Si las víctimas lo podrían haber detenido, se les está quitando responsabilidad a los que lo perpetraron. Y la confirmación de que esto es así es que fue algo promocionado y difundido en la posguerra en Alemania por los propios verdugos: era una idea que utilizaban como exculpación los propios nazis.

Igual que ellas no lo sabían, nosotros tampoco conocemos cómo va a acabar la situación actual. ¿Debemos de dejar de leer la historia como algo predecible?

Sin duda. Cuando intento escarbar en la responsabilidad de las víctimas, me encuentro que detrás de eso están nuestras propias ideas de cómo funciona la historia. Hay una idea muy potente funcionando, una idea profética: pensamos que su objetivo es el futuro. Como si conociendo muy bien qué pasó en el siglo XX fuéramos a saber qué va a pasar y podemos hacer que no ocurra lo mismo. Así es como funciona la ciencia natural, que sí que es capaz de predecir fenómenos cíclicos como los eclipses. Pero esto no se parece en nada a cómo predecir guerras: no tenemos una manera de saber exactamente qué va a pasar. La política intenta adivinar el futuro, pero de forma que se pueda elucubrar. No como una ciencia.

«No pretendo que la gente deje de usar la palabra fascismo, a mí lo que me interesa entender es por qué se nos hace tan emocionante utilizarla»

No disponemos de las palabras para definir el presente, pero sí que vemos ciertos comportamientos que tienen que ver con el pasado. ¿Cómo podemos hacer?

Quiero aclarar que yo no tengo una intención normativa. Es decir, no pretendo que la gente deje de usar la palabra fascismo. A mí lo que me interesa entender es por qué se nos hace tan emocionante utilizarla. Respecto a tu pregunta, yo no llamo a la inacción ante los hechos que nos parezcan reprobables. Lo que me parece peligroso o sintomático es que tengamos que llamarlo fascista, porque ocurre un vaciamiento del sentido y la gravedad propio de cada uno de los actos. Si es un acto racista, habrá que llamarlo racista; si es sexista, sexista; etc. Lo que yo digo es que no debería hacer falta querer parar un Auschwitz, debería bastar con la propia maldad del hecho.

¿Tiene sentido entonces llamar fascistas a personas como Trump, Musk, Milei o Le Pen?

En el libro me abstengo de responder a esta pregunta de manera normativa. Pero si me preguntas qué pienso, leyendo a expertos en fascismo histórico creo que no tiene sentido. No tienen casi conexión. Es muy difícil hacer una analogía basada en hechos históricos y contenido ideológico entre estos nuevos fenómenos y el fascismo. Con la palabra fascista parece que está todo dicho, pero justo eso es lo que nos evita analizar a estos nuevos partidos de derechas  y qué diferencias tienen entre sí. La líder de Alternativa por Alemania es una lesbiana que tiene de pareja a una inmigrante. Por eso el discurso homófobo y sexista de Trump o Milei no se le ajusta. Y si te pones a pensar en las particularidades de cada uno, te metes en un lío. Pero es justo en ese lío donde hay que meterse y el que nos evitamos con pereza intelectual utilizando la palabra con la que queda todo dicho. Y al mismo tiempo no estamos analizando nada del presente.

¿Se vuelve contraproducente?

Al final lo que estoy queriendo decir es que esto es síntoma y fuente de una gran impotencia. Hay cierta resignación e inacción. Antes que ponerme a actuar sobre el presente, les llamo fascistas y me quedo comiendo palomitas en el sofá. No hay un proyecto de mundo, ni de transformación de la sociedad; sino más bien una resignación y una gran impotencia. Un interés por salvar nuestra imagen moral: mientras mirábamos la tele decíamos «fascista, fascista, fascista».

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