Damià Bardera: «La gran olvidada del sistema educativo es la razón»
****** —¿Por qué te hiciste profesor? —Yo no me podría morir tranquilo sin haber probado lo de ser profesor. Soy un profesor de vocación, aunque en realidad es una vocación más de escritor y de comunicador, y por eso la docencia, entendida en un sentido amplio de comunicar y de tener un diálogo con los... Leer más La entrada Damià Bardera: «La gran olvidada del sistema educativo es la razón» aparece primero en Zenda.

Damià Bardera (Viladamat, 1982) es doctor en Filosofía, profesor de instituto y autor de numerosas obras de narrativa y de ensayo. Su experiencia docente le ha servido de base para escribir Incompetencias básicas: Crónica de un disparate educativo (publicado en castellano por Península), un retrato mordaz y sin tapujos de las miserias de la enseñanza secundaria.
******
—¿Por qué te hiciste profesor?
—Yo no me podría morir tranquilo sin haber probado lo de ser profesor. Soy un profesor de vocación, aunque en realidad es una vocación más de escritor y de comunicador, y por eso la docencia, entendida en un sentido amplio de comunicar y de tener un diálogo con los alumnos, siempre me ha gustado. Por cierto, yo preferí hacerme profesor de secundaria en vez de seguir una posible carrera como investigador en la universidad. Lo que pasa es que estás inmerso en un sistema que es tóxico y llega un punto en que dices: “La vocación lo aguanta todo durante un tiempo, pero no más”. Creo que mis alumnos te podrán decir que soy un profesor que, con mayor o menor fortuna, vive la docencia. Y precisamente porque no quiero estar amargado, he hecho un proceso de duelo con este trabajo, de decir: “¿Qué está pasando aquí?”. Ahora estoy en el proceso de aceptación, y el libro es una buena muestra de ello.
—¿Por qué decidiste escribir este libro?
—Ya tenía una trayectoria como escritor, porque he publicado 14 o 15 libros, pero nunca había pretendido ganarme la vida con mi obra literaria. Lo que pasa es que llegó un punto en este proceso de duelo en que me dije: “Tú no pretendes vivir de la literatura, pero esto de la docencia no va muy bien, así que intenta capitalizar tu obra literaria a ver qué pasa, más que nada por tener una alternativa”. Fue entonces cuando me abrí una cuenta de Twitter, que de hecho ya era X, y empecé a escribir artículos en Núvol, una revista digital catalanohablante. Esos artículos estaban centrados en la educación y tuvieron repercusión porque la gente está muy quemada y este es un material sensible. A raíz de esto, el editor de Pòrtic me dijo: “¿Por qué no escribes un libro sobre educación?”. No le dije que sí de buenas a primeras, pero acabé escribiendo el libro para decir: “Esto es lo que hay”. Hay gente que, aunque vive lo mismo que yo o incluso peor, tampoco lo vive tan mal, pero yo sí. Podría ir a hacer terapia para reconfigurarme cognitivamente y que lo que percibo como una humillación deje de vivirla como tal, pero no me da la gana. Creo que se tiene que decir “basta”.
—Este libro se publicó originalmente en catalán en septiembre del año pasado. ¿Cómo fue recibido en Cataluña?
—Fue muy bestia. Ya intuía que este libro tendría más repercusión que los otros, pero nada más publicarse fui a la televisión pública de Cataluña y a partir de ahí pasé en Twitter de 500 seguidores a 6.000. Esto da igual, pero es para que entiendas la magnitud del incendio. Lo más curioso es que ha habido gente que se ha sentido insultada y que dice que soy un trumpista de ultraderecha. Llegaron a firmar, con nombres y apellidos, un manifiesto en el que me ponían en la diana, diciendo que era inaceptable lo que yo decía. Lo que pasa es que desde hace 15 años tienen el relato controlado y ahora se sorprenden de que haya alguien que no les ría las gracias. Son gente que vive del sistema, formadores de profesores, pedagogos de salón, directores generales, fundaciones privadas que reciben subvenciones, gente que hace muchos años que no ha pisado el aula y que, en vez de asumir responsabilidades, continúa igual que siempre, como si la culpa fuese del profesorado, lo cual no quita que haya gente que esté dando clases que seguramente no tendría que estar. Pero esos que pusieron el grito en el cielo siguen igual, algunos cobrando tres veces más que los profesores y sin asumir ninguna responsabilidad. Aparte de esto, en secundaria el apoyo fue masivo. En primaria, a lo mejor el apoyo no ha sido tan unánime ni tan masivo. Por cierto, se tendrían que revisar los currículums y la exigencia que se dan en Magisterio, porque allí sí hay un problema grande. Esto es tabú. No se puede hablar de este tema porque hay gente que vive de esto, pero ¿qué está pasando en las facultades de Pedagogía? ¿Qué les enseñan? ¿Cuál es la exigencia de lo que se da allí?
—Dices en el libro que el sistema educativo es «un sistema basado en la mentira, y los docentes somos cómplices, aunque nos pese y nos cueste reconocerlo».
—Sí, tal como está montado hoy día es una gran mentira, en el sentido de que los profesores hacemos ver que enseñamos y los alumnos hacen ver que aprenden. Este sería un poco el resumen. El problema del sistema educativo es que esta gran mentira tiene muchas puertas de entrada, pero entres por la que entres siempre encontrarás la gran mentira. Vamos a poner un ejemplo. Hay fracaso escolar. Queremos que no haya tanto fracaso escolar. Solución: vamos a maquillar datos. Vamos a regalar títulos a gente que tiene 7 u 8 suspensos. Si los alumnos suspenden las competencias básicas, pasan igual de curso. En 1º de la ESO, un tercio de los alumnos o más no tiene las competencias básicas de sexto. Esto quiere decir que no saben leer ni escribir correctamente. Algunos ni siquiera saben leer. Vamos a poner otro ejemplo de cómo se maquillan los datos. El año pasado, hubo institutos de Cataluña que las pruebas de competencias básicas de 4º de la ESO las hicieron con ordenador, con el corrector abierto, y algunos incluso con Chat GPT. Pedían una redacción de 100 palabras y el tema era algo así como: “¿Qué te gusta más: la playa o la piscina? Explica cómo te sientes”. Porque aquí la gran olvidada del sistema educativo es la razón. Todo es falsa educación emocional: “¿Cómo te sientes? ¿Eres feliz? ¿Qué quieres ser en la vida?”. Pero no se dan las herramientas, los conceptos ni el bagaje cultural para que puedan tener un criterio para que el día de mañana puedan ser lo que quieran o como mínimo lo puedan intentar. Esta es la gran mentira: hacer ver que todo funciona y que se les da una formación, cuando no se les está dando. Esto es de lo que yo me quejo: que tanto en la pública como en la concertada —porque en la privada que vale 1.000 euros por mes es otra historia— se está estafando a los alumnos diciéndoles que tienen un nivel que no tienen. ¿Y qué pasa? Que después salen y no tienen el criterio para defenderse en este mundo con una inercia neoliberal, y son mucho más manipulables. Con la inteligencia artificial, es posible que haya un tercio de la población que no trabaje. Este tercio de la población, si está formado y tiene criterio, va a ser un grave problema. Por eso es mucho mejor tenerlos en clase entretenidos, que seamos animadores culturales, para que el día de mañana, cuando no tengan trabajo, no se quejen. Se les da una paga ciudadana mensual y que se puedan conectar a Netflix y ya está. Y después que los puedan contratar en Amazon o en un bar por cuestiones turísticas, no ya por días, sino por horas, y que no se quejen, porque tampoco van a saber nada de sus derechos laborales. Esto es grave porque se plantea un sistema educativo supuestamente inclusivo, pero que después es una segregación en toda regla, porque los alumnos que en casa no tienen recursos son los primeros que no van a tener una educación de calidad y después van a estar condenados.
—Pintas un panorama desolador en el libro. Hablas de la ansiedad y de las depresiones entre los profesores, y citas a un director que se medica y que dice: «Si no fuera por las pastillas, medio claustro no podría ir a trabajar».
—Este es un tema un poco tabú porque da vergüenza reconocerlo, pero al final los profesores y los institutos somos un reflejo también de la sociedad, y en la sociedad los antidepresivos están a la orden del día. Es normal, por tanto, que en el instituto haya también psicopatología, pero es que además es uno de los sitios en los que debe de haber más, porque es un sistema en el que se reciben humillaciones constantemente y al final necesitas ayuda farmacológica para seguir adelante. Pero las humillaciones siguen estando allí, porque las pastillas te pueden arreglar la parte química, pero esto deja una marca, muchas veces indeleble, en tu ser. Al principio la gente empieza con muy buena intención e intenta cambiar las cosas, pero llega un punto en que dices: “Esto no funciona”. En parte, he escrito este libro porque no me veo 20 años más trabajando a jornada completa con este sistema. A la gente que no está en la docencia le cuesta mucho entender lo de la salud mental del profesorado. Dicen: “¿Estos de qué se quejan, si tienen tres meses de vacaciones al año?”. Pero ¿de qué te sirve tener vacaciones si tienes la salud hecha trizas?
—Precisamente el capítulo más corto de tu libro tiene tan solo una frase entrecomillada: «Los maestros tienen muchas vacaciones». Y no haces ningún comentario.
—Sí, claro, es un sarcasmo.
—¿Crees que los profesores aguantarían en esta profesión si no tuvieran tantas vacaciones?
—No, qué va. Si ya no aguantan con las vacaciones, imagínate sin ellas. Sería imposible. Cuando vienen las vacaciones de Navidad o algo así, te configuras el cerebro para llegar allí. Es la gran esperanza y llegas muy apurado. Para que la gente se haga una idea de este trabajo, te puedes encontrar en un aula de veintipico alumnos y que haya dos o tres que sean absolutamente disruptivos comportamentales. Esto es un eufemismo que usan, pero son alumnos que acosan, que humillan, que agreden. Esto lo hacen con sus compañeros y con el profesor. Y si vas a Dirección, no los puedes ni siquiera sacar del aula. Te los tienes que comer allí. ¿Cómo vas a dar clase con esta intranquilidad de que te puedan agredir en cualquier momento? No hablemos ya de los neumáticos pinchados o de los cristales rotos. Yo no entro en los motivos de por qué se comportan de esa manera. Hay panoramas familiares que son muy complicados y estos alumnos tienen que estar bien atendidos desde un punto de vista psicológico, pero no pueden estar en un aula ordinaria. Hay unas normas y unos procedimientos. La responsabilidad del profesor no es la misma que la de los alumnos y, precisamente porque tiene esta responsabilidad, tiene que tener la autoridad. Pero si hay algunos que no te reconocen esta autoridad, todo el proceso educativo se va al garete. Están reventando todo el proceso, y tú estás sufriendo por tu integridad física, por no hablar de la violencia verbal y de los insultos. ¿Quién tiene ganas de ir allí a las ocho de la mañana con esta tensión? Por eso falta gente y hay algunas especialidades que no encuentran profesores. Hay institutos que se han pasado la mayoría de un curso académico sin sustituto de matemáticas o de latín. ¿Por qué está pasando esto? Porque este es un trabajo que han vaciado de sentido y que han desprestigiado. El profesor es el último mono y, en vez de ser un profesor con dignidad y profesionalidad, resulta que es una especie de animador cultural, un hacker, un DJ, y tienes que hacer escape rooms o yo qué sé. El otro día me contaron que, para hablar de la dictadura franquista en 4º de la ESO, iban a construir un refugio antiaéreo con cartulinas durante dos semanas (risas). Pero es que van a salir de allí sin saber ni quién es Franco.
—Dices que has pedido a las autoridades educativas que publiquen los datos de las bajas de profesores por motivos de salud mental, pero que se niegan a hacerlo, y menos aún a dar los datos de suicidios. ¿Crees que puede haber un número importante de suicidios de profesores?
—Yo creo que aquí hay algo que no se ha puesto sobre la mesa y sería hora de que estas informaciones salieran. En cualquier proceso de sanación de tu vida personal —pero esto lo puedes trasladar a la vida social— el primer paso es aceptar que tienes un problema, pero ya empezamos con que no se dice la verdad. Se esconden datos, se marea la perdiz, como si aquí no pasara nada. Tampoco se ponen sobre la mesa las responsabilidades. ¿Quién las asume? Ahora la Consejería de Educación de Cataluña se está planteando prohibir los móviles en secundaria. Ya era ahora, pero el problema es que, de todos estos que hace 15 años e incluso ahora decían que el móvil estaba muy bien, ¿va a salir alguno a pedir disculpas? Tenemos una hemeroteca, pero esta gente es incapaz de decir que se ha equivocado, cuando es evidente que sí. Y aparte de los móviles, está todo el tema de la tecnología y las pantallas. Los alumnos ya no son alumnos, sino que son clientes, y los clientes tienen que estar satisfechos. Se han empoderado en el peor sentido de la palabra, es decir, tienen todos los derechos, pero ningún deber. Ahora cada alumno tiene un ordenador en el aula, que vete tú a saber lo que hace detrás de la pantalla. Pero el problema es que, desde el momento en que están trabajando continuamente conectados a Internet y a plataformas como Google, todos estos datos no les pertenecen, sino que se los están dando a empresas privadas. Los alumnos se han convertido en datos de empresas que no tienen nada que ver con la educación. Estas empresas lo que quieren es hacer negocio, y su negocio son los datos de los alumnos. Y aquí nadie dice ni hace nada. Todo lo contrario: ¡más pantallas! ¿Pero esto qué es?
—En el libro repartes estopa a mucha gente, empezando por los propios profesores. Dices que muchos de ellos «difícilmente te saben decir qué país hace frontera con Estados Unidos por el sur o quién es el papa de Roma actual». También hablas de un profesor que va con chancletas, bañador y gorra a clase. Si de los alumnos de hoy saldrán los profesores de mañana, ¿esta situación va a ser cada vez peor?
—Creo que sí. Esto es un drama. Dicen que el sistema tiene que ser inclusivo con el alumnado, pero es que también es muy inclusivo con el profesorado, porque aquí entra todo el mundo. Ya no hay filtro. Ni siquiera se necesita ya el máster, porque como falta gente, todo el mundo entra. Y los procesos de oposiciones son ridículos. Ya no entro en la cuestión de la vocación, porque seguramente tampoco hace falta vocación para hacer bien el trabajo, sino que hace falta profesionalidad. Ser docente tiene una responsabilidad ética hacia los alumnos. No estamos vendiendo manzanas o peras. Hay unos alumnos, que no son clientes, que se están formando, y tú eres un modelo para ellos. Los pedagogistas dicen: “No, el profesor es un guía que los acompaña”. No digo que no, pero el profesor no puede ser únicamente un guía. Es también un modelo, pero hay mucha gente que no quiere asumir esta responsabilidad porque le viene grande. También hay mucha incultura. Los claustros, que en general eran un espacio de cultura, de debate y de pensamiento, han tomado una deriva que los está vaciando de gente intelectual y culturalmente competente. E incluso la gente que lo es, en cuanto entra en el sistema, se intoxica y deja de tener ganas de leer, de estar al día, de pensar la actualidad. ¿Por qué? Porque se está todo el día hablando de la vida sentimental de los alumnos, y aquí nadie lee. ¿Cómo vas a transmitir la pasión por la lectura al alumnado cuando tú no estás leyendo nada? Preguntemos a los profesores cuántos libros leen o qué leen durante el año, y que respondan con sinceridad. Es un panorama lamentable desde un punto de vista intelectual y cultural. Pero te dicen que hoy día esto ya no hace falta, que lo que tienes que hacer es tener a los alumnos entretenidos, que se diviertan, que rían, que se lo pasen bien.
—Hablas también de los inspectores y dices que la mayoría de ellos «están cortados por el mismo patrón: son miedosos, cínicos y nunca se mojan». También dices: «Cada año debemos acabar aprobando a algún alumno por orden del inspector de turno». Parece que cuando un profesor suspende a un alumno, el problema lo tiene el profesor y no el alumno.
—Lo que ha sorprendido de este libro, y me lo ha dicho más de una persona, es, primero, que no he hecho corporativismo, es decir, que he cargado contra compañeros. Y segundo, lo de los inspectores, que es un colectivo intocable. Esta gente nunca da cuentas de nada. Yo he pedido públicamente su horario y nunca lo ves, nunca sabes qué hacen, no solucionan ningún problema y únicamente se movilizan si huelen que aquello puede ser un escándalo. Si no, no hacen nada. Lo ideal sería que la inspección fuera un premio a una trayectoria docente impecable, es decir, tú has sido docente y cuando ya tienes 50 años o así, puedes entrar a la inspección para tener controlado el sistema y que no se degrade. Pero esto no es así. Resulta que la carrera de inspector es algo paralelo a la educación. La mayoría de los inspectores no han pisado un aula y se han buscado desde un principio cargos directivos para no tener que pisarla. También los hay que son competentes, pero la mayoría está cortada por este patrón. Mi propuesta es muy concreta: que hagan una rueda de cuatro años, que se dediquen tres años a la inspección y el cuarto que vuelvan a las aulas. Ya verás como no quieren venir. Porque a lo mejor, cuando hagan de profesores, algún colega suyo inspector les va a aprobar a un alumno. Lo bueno del caso es que el alumno y su familia ya saben que merece suspender, pero no se trata de una cuestión de justicia, sino de intereses, y entonces el profesor se queda con el culo al aire. Y cuando esto te ha pasado una vez, el siguiente año dices: “A mí esto no me va a volver a pasar”. Yo he aprobado a alumnos y les he dicho: “Que sepas que tú no has aprobado. Te apruebo yo para no tener problemas”. Yo formo parte de esta mentira porque tengo un sueldo, pero no me da la gana de engañar a los alumnos más de lo que ya los engañamos.
—¿Esto lo puedo poner en la entrevista?
—No hay problema. Es que lo que hago yo lo hace la inmensa mayoría. La gran diferencia es que yo lo reconozco públicamente y los otros no. Los otros lo reconocen tomando café, pero lo que sorprende es que haya alguien que lo diga públicamente, pero a mí ya me da absolutamente igual.
—Has mencionado a las familias de los alumnos, y en el libro hablas de un padre que exige que se apruebe a su hijo a sabiendas de que ha copiado. Esto me recuerda a Juan de Mairena, de Antonio Machado, cuando le dice un padre: «¿Le basta a usted ver a un niño para suspenderlo?». Y Juan de Mairena dice: «¡Me basta ver a su padre!». A veces los padres son peores que los hijos.
—Esto es un problema social que después se manifiesta en la educación. Si tú tienes unos padres que son los fans number one de su hijo y que no pueden asumir que se haya comportado mal en el instituto, si siempre lo defienden y lo justifican, ¿qué está pasando aquí? A lo mejor es una cuestión psicoanalítica. ¿No puede ser que si el hijo suspende, en el fondo el padre o la madre se lo tome como que es a él o a ella a quien se está suspendiendo? Si viven a través del hijo, muchas veces se lo toman como algo personal. Recuerdo el caso de una alumna que no quería hacer bachillerato. La madre la obligó y fue un desastre. Al final acabó aprobando por orden del inspector. La madre tenía sentimiento de culpa y eso hizo que protestase. Ni siquiera la alumna tenía ganas de defender lo suyo porque sabía que estaba suspendida, pero fue la madre la que protestó por ese sentimiento de culpa. Entonces dices: “Voy a intentar no tomármelo como algo personal”, pero al final te acaba afectando y tienes que encontrar las estrategias para que esto no te queme, y el libro es el fruto de este malestar. Hay otra gente a la que le gusta hacer deporte y se va a hacer escalada. Hay muchas maneras de gestionar esto.
—Cargas también contra los pedagogos y dices: «A la hora de diseñar currículos y políticas educativas, nos fiamos más de pedagogos que nunca han pisado un aula que de los maestros y profesores que están ahí cada día». ¿Son los pedagogos el gran cáncer del sistema educativo?
—Son parte de ello. No los pedagogos o psicopedagogos que están en los institutos, sino estos pedagogos de salón que no han pisado ningún aula, o como mucho de universidad. Se podría preguntar a los profesores: “¿Cuántas veces las autoridades educativas te han pedido tu opinión sobre lo que se tiene o no se tiene que hacer?”. Ya verás que te van a decir: “Cero”. Y te diré más. Cuando salieron los últimos resultados PISA, que fueron desastrosos para Cataluña, hubo presión porque este modelo es ya inaguantable, y para decir que hacían algo se inventaron una comisión, porque lo suyo es hacer comisiones. Esta comisión se reunió durante un par de meses y llegó a unas conclusiones que quedaron escritas. Tú ibas a estas conclusiones en noviembre y el enlace ya no funcionaba. Imagínate, ya no podías ni llegar a las conclusiones. Pero no sólo esto, sino que ahora el nuevo gobierno del PSC, en vez de pedir opinión a los profesores que estamos en la trinchera, ha firmado un acuerdo con la OCDE, que son los de PISA, para que los guíen. También se pide la opinión de la Fundación Bofill, que es una fundación privada que recibe mogollón de subvenciones públicas, que no ha pisado un aula en su vida y en la que hay puertas giratorias, porque hay quien ha pasado de ser presidente de esta fundación a secretario general de Innovación. Esta fundación funciona como lobby, y yo reclamo una ley de lobbies en la educación. Ahora ha salido la noticia de que esta fundación, que es tan proclive a la inclusión, al alumnado vulnerable y todo este rollo, tiene 11 pisos turísticos en Barcelona, cuando la vivienda es uno de los problemas sociales más graves que tenemos. Hoy mismo he puesto un tuit diciendo: “¿Qué pasa con los 11 pisos turísticos? ¿Van a dar ustedes algún tipo de explicaciones?”. Pero no dicen nada, o te dicen cosas como: “Esta información está sacada de un periódico de ultraderecha. Nos quieren atacar”. Pero nos tendríamos que preguntar por qué no hay ningún otro periodista que investigue esto. Si es que a mí me da igual; yo lo que quiero es que me digan si es verdad o no. Ahora en Cataluña tenemos una cosa que se llama Innovamat, que es un escándalo. Es un nuevo método de matemáticas, con el que no se aprende nada, y que es una app de ordenador. Ahora prohíben los móviles, pero esto funciona con una app. Pues esto también lo gestiona la Fundación Bofill. Mueven muchísimo dinero, pero nunca dan la cara.
—Hablas del máster de formación del profesorado de la ESO y bachillerato, y dices que es «una formación académicamente vergonzosa, mi peor experiencia académica con diferencia, ¡y he tenido muchas!». ¿Es posible que los peores profesores estén dando clase precisamente en el máster de formación de profesores?
—Sí, por supuesto. Hay ahí unos dinosaurios, al menos en el que hice yo en la UNED. Fue esperpéntico el nivel de degradación y de chorradas que llegaban a decir. Lo único que aproveché fueron las prácticas, el hecho de ir a un instituto. ¡Pero es que había cosas tan tontas! Por ejemplo, había una asignatura en la que teníamos que estudiar todas las leyes educativas desde el siglo XIX hasta ahora, pero resulta que había entrado ya en vigor la LOMCE y ni siquiera aparecía, o sea, no estaba actualizado. ¡Y unas tonterías que decían, y unos trabajos! No había algo como el prospecto de un medicamento, que es algo serio, que ha pasado unas pruebas y que te informa de los efectos secundarios. No era nada científico. Era todo humo, ideología pura y dura, y dices: “¿Qué evidencia hay de que esto funciona? ¿Estas metodologías cómo se han probado?”. Pero no había nada de esto. No sé de lo que hablaban. Yo soy de Filosofía y estoy acostumbrado a leer textos densos, pero hay mucha diferencia entre un texto difícil pero que tiene un sentido, y un texto directamente ininteligible. Pero es que estos textos están en la línea de las normativas como la LOMLOE. ¿Quién redacta estas normativas? Me gustaría saberlo, pero fíjate que nunca hay nombres y apellidos. Hay frases que no se entienden y que no se pueden entender, y entonces hay gente que piensa: “Soy yo, que no tengo la formación suficiente, que no he estudiado suficiente pedagogía”. Y yo les digo claramente: “No sois vosotros; es que esto es ininteligible”. ¿Tú crees que es normal que, para Lengua y Literatura Catalana de 1º de la ESO, haya un documento de 70 páginas para que aprendan a leer y escribir? ¿Hacen falta 70 páginas de teoría con esta neolengua, a lo Orwell, en la que se inventan palabras? Es mucho más fácil: “Se tiene que saber leer y escribir”, y ya está. Se inventan conceptos y, cuando les preguntas qué están diciendo, no te lo saben decir.
—Mi padre era profesor de instituto y recuerdo la cara con la que volvió a casa tras el primer día de la ESO en su centro. Nos contó que en un día había tenido más problemas que en sus 30 años de profesión anteriores. Ahí comprendió que su trabajo había cambiado para siempre y desde entonces contaba los días para jubilarse. ¿Fue la LOGSE la que lo jodió todo?
—Hay esta línea interpretativa, pero tampoco quiero mitificar el pasado. Yo hice 7º y 8º de EGB y después 3º y 4º de la ESO. Supongo que el problema del modelo anterior estaba en la formación profesional, que era un poco un cajón de sastre que no estaba prestigiado. Seguramente la cosa se tendría que diversificar. Si un alumno no quiere estudiar y le van mejor los trabajos manuales, ¿por qué no puede haber diferentes títulos de la ESO, con diferentes itinerarios que den acceso a diferentes cosas y que estos itinerarios sean reversibles? Así, si un alumno escoge un itinerario más de formación profesional y después tiene ganas de estudiar, que pueda hacer un curso puente. No pasa nada, en la vida vas dando tumbos, pero lo que no puede ser es tenerlos todos ahí, haciendo ver que estás enseñando algo cuando no estás enseñando nada y que es absolutamente infumable. Todo esto es para tapar el fracaso escolar, y entonces se opta por bajar el nivel y aprobarlos a todos. Ahora mismo en Cataluña, cuando tienes el graduado de la ESO, puedes ir a bachillerato o puedes ir a los ciclos, que sería la antigua FP. Hay ciclos que están muy bien, pero este sistema también deja mucho que desear. ¿Cuál es el problema? Que al regalarles el título de la ESO, tienen una nota muy baja y, como no hay suficiente oferta de ciclos y se entra por nota, no entran al ciclo al que quieren ir y te los encuentras en bachillerato, y entonces tienes clases en las que, de los 35 alumnos, al menos un tercio no quiere estar allí. Esto no puede ser. Los alumnos disruptores que acosan y humillan son una minoría, pero son un 5%, y si salen impunes de todo lo que hacen, pues ancha es Castilla. Con este alumnado se tiene que hacer algo, y que sea reversible. Si hay 10 institutos o 10 coles de primaria, uno de estos podría estar destinado a este tipo de alumnado, con profesorado especializado, voluntario, que incluso cobre un poco más. Y el alumno que no quiera cumplir las normas, el que acosa, el que humilla, que vaya directamente allí. Ya verías que rápido terminaría el bullying, que es un problema grave hoy en día. Que se vayan un tiempo ahí para que aprendan a convivir. No tiene que ser definitivo, pero que haya unas normas específicas, unos controles, y cuando estén ya más tranquilos, cuando hayan entendido de lo que va esto, que vuelvan al aula ordinaria y no pasa nada. Pero si no hay consecuencias, todo el mundo se lo toma a pitorreo. Imagínate que te pasas de velocidad en la carretera o que vas borracho al volante, y que el policía, en vez de ponerte una multa, te diga: “¡Ay, lo has hecho mal! ¿Pero a que la próxima vez lo harás bien porque es que estás muy arrepentido?”. Y tú le vas a decir: “Sí, sí, perdone”. Evidentemente esto no va a funcionar. Lo que tiene que haber es un sistema de multas, porque los humanos somos así. No porque queramos ser sádicos los profesores, sino porque de lo contrario esto es un caos, una anomia. ¿Y quién coge las riendas en una situación de anomia? El más bestia. Es la ley de la jungla. Si hay unos controles, si hay algo más estricto, habrá menos bullying, porque el bullying viene en gran parte de este descontrol.
—¿Los políticos se han cargado la educación pública porque no tienen ni idea de lo que hacen o es un intento deliberado de destruir el ascensor social? Es decir, ¿lo han hecho porque son idiotas o porque son malvados?
—Yo creo que son idiotas. No atribuyas a la maldad lo que puedes atribuir a la ignorancia. Hay una inercia neoliberal de desmantelamiento de los servicios públicos. En Cataluña, cuando empezaron las pruebas PISA, éramos de las comunidades autónomas líderes en educación, y ahora estamos a la cola. Hubo un momento, a principios de los 80, en que los alumnos de la pública salían mejor preparados que los que iban a la privada. Esto existió. Hoy en día ya no queda nada. Hoy los mejor preparados son los que tienen dinero para irse a la privada, que cuesta 1.000 euros al mes. El que va a la pública, si no tiene a alguien en casa que se preocupe de enseñarle, no tiene nada que hacer, no va a saber nada. Si en casa son culturalmente competentes, como dice Gregorio Luri, este alumno ya hace deberes cada día por el tipo de lenguaje que oye, porque los padres se preocupan de llevarlo al cine, porque hay amigos que vienen a cenar a casa que son abogados, por lo que sea. A lo mejor a este no hace falta que le pongas deberes, pero el que llega a casa y no hay nadie esperándolo no tiene una almohada cultural e intelectual. Este es el que tendría que hacer deberes. Pero con este buenismo de “¡ay, no, deberes no, pobrecillos, que los vas a traumatizar!”, no van a aprender nada. Y no les estás haciendo ningún favor sobreprotegiéndolos. La finalidad del profesorado de la escuela no es que el alumno sea feliz, esto es responsabilidad de cada cual. Nuestra finalidad es que tenga unas herramientas para que se pueda defender el día de mañana, para que pueda construir su proyecto vital, y a partir de aquí la felicidad ya vendrá o no, pero se tienen que dar estas herramientas, y no se están dando.
—Si tuvieses la facultad de cambiar el sistema educativo, ¿cuáles serían los principales cambios que introducirías?
—Primero, es absolutamente necesario, y no soy el primero que lo dice, que haya una ley de educación consensuada, transversal y que sea un paradigma a partir del cual los profesores podamos trabajar. Así es como avanza la ciencia: hay un paradigma y después claro que hay revoluciones, pero se trabaja a partir del paradigma. Esta ley debe durar como mínimo 20 años y debe tener un seguimiento, porque hemos pasado ya por nueve o diez leyes educativas y nadie se ha preocupado de evaluar las consecuencias de cada ley. Hay que hacer un seguimiento al cabo de los años y ver qué frutos está dando. Esto tiene que venir de la mano de evaluaciones externas para que haya datos fiables de cómo han repercutido estos cambios. Es el método científico para poder tomar decisiones en la línea correcta. También creo que se tiene que dar una educación de raigambre humanista que respete la dignidad del profesorado y del alumnado. Y una tradición humanista pasa por el legado de la ciencia y de la cultura, por volver a los clásicos para entender dónde estamos. No pasa por las pantallitas y la tecnología. La educación tiene que ser un refugio, un lugar de resistencia íntima incluso, que te den las herramientas para poder resistir en este mundo de buitres despiadado y deshumanizado. Ya basta de pantallitas y de toda esta mierda. Y que los alumnos escriban a mano, porque ya saben usar la tecnología perfectamente si se pasan el día con pantallitas. Así que las horas que estén en el instituto, como mínimo, que estén apartados de todo esto, y todo el mundo va a estar más tranquilo.
La entrada Damià Bardera: «La gran olvidada del sistema educativo es la razón» aparece primero en Zenda.