Calvos

No es fácil ser calvo. La autoestima se te cuela por el sumidero como los primeros pelos que imitaron la caída otoñal de las hojas sin intenciones de volver a brotar. O pilosa tempora! Ubi estis, obliti pili mei? Al igual que les pasa a las mujeres embarazadas, que sólo ven preñadas o a parejas... Leer más La entrada Calvos aparece primero en Zenda.

Feb 21, 2025 - 06:02
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Calvos

Soy calvo por la gracia de Dios. Aunque maldita la gracia que tuvo el Hacedor. Calvo desde los veintimuypocos. Calvo cuyo reflejo del sol en su cocorota deslumbra a los transeúntes. Mondo total.

No es fácil ser calvo. La autoestima se te cuela por el sumidero como los primeros pelos que imitaron la caída otoñal de las hojas sin intenciones de volver a brotar. O pilosa tempora! Ubi estis, obliti pili mei?

Al igual que les pasa a las mujeres embarazadas, que sólo ven preñadas o a parejas con carritos de bebés, ahora veo calvos por doquier. Pero creo que antaño, en mi adolescencia, no era así. No había tantos calvorotas o, al menos, yo no los veía tan abundantes. Las leyendas urbanas cuentan que ha aumentado tanto su número por las sustancias químicas que usamos para cuidar el pelo o que nos cuelan en algunos alimentos. A saber.

En mis tiempos sólo había dos calvos famosos: Telly Savalas, que alcanzó la gloria con su papel de Kojak, dando nombre a un chupachup que debe de seguir entre nosotros, y Yul Brynner. En cambio, hoy rara es la serie donde no salga un pelón. Por las calles se ven a espuertas.

"Quizás para mitigar la envidia de los que no podían costearlo, contaban que esos pelos se arrancaban de la zona periférica al culo y se injertaban en la cabeza"

Aceptar que tus pelos entonan el addio alla vita, no como un aria de Puccini sino como una tonada bufa, escuece. Por ello siempre ha habido quien luchara por remediar su calvez acudiendo a auxilios variopintos: alargar la zona pilosa tapando la desértica con ella, acudir a bisoñés o pelucas, cubrirse con sombreros o gorras,… Dicen que Julio César sufría alopecia. Coqueto y ambicioso como era, tenía bien sabido que los calvos no despertaban el entusiasmo de las multitudes. A los 18 ganó la corona mural por ser el primero en escalar las murallas de la ciudad lesbia de Mitilene. Esto le concedió el derecho a llevar en público una corona de laurel con la que disimular sus entradas.

Quienes tenían mayor peculio podían permitirse un transplante capilar. Quizás para mitigar la envidia de los que no podían costearlo, contaban que esos pelos se arrancaban de la zona periférica al culo y se injertaban en la cabeza. Así, se extendía el rumor de que las testas repobladas hedían a cloaca.

"Varios se ufanan de sus peinados y se los acarician con cierta voluptuosidad, mientras me recitan carpe diem; collige, adulescens, capillos tuos"

Hoy se han generalizado los viajes pilosos a lugares como Turquía, donde aseguran que las implantaciones son menos costosas. Llevo décadas entre zagales de los 12 a los 18 años. A esas edades todos lucen cabelleras en todo su esplendor. Algunos exhiben unos peinados decapados por haberlos visto en algún zanguango de los que juegan al fútbol. Cuando me meto con ellos, los muy cabritos me dicen que se lo digo por pelusa. Llegaron a regalarme un peine sin púas. Un curso me gastó la broma de que estaban organizando una rifa para costearme un viaje a Turquía con injerto capilar incluido. Les digo que se rían de mí ahora que pueden. En diez años veremos si conservan todos su pilosidades o han pasado a engrosar el sindicato de los lirondos: de los 40 zagalones que éramos de mi quinta en el instituto, sólo 4 mantienen todos sus cabellos. Los otros 36 los hemos perdido y, encima, hemos echado panza y repanza cervecera. Varios se ufanan de sus peinados y se los acarician con cierta voluptuosidad, mientras me recitan carpe diem; collige, adulescens, capillos tuos.

Los miro con sonrisa sardónica y les recito lo que leí en una lápida sepulcral donde aparecía una calavera dirigiéndose al viandante: Quod tu es, ego fui. Quod ego sum, tu eris. Calvus sum, calvus tu eris. “Lo que tú eres, yo lo fui; lo que yo soy, tú lo serás. Calvo estoy, calvo tú estarás”. A algunos se les hiela el rictus.

No mucho ha, en mi anterior centro de trabajo, tuve un alumno algo “especial”: padecía cierto trastorno del espectro autista. Contagiado del virus ultrarreaccionario que asola las aulas de enseñanza entre la mocedad, cada dos por tres interrumpía las clases gritando Heil, Hitler u otras consignas ultras. Advertido por el equipo de Orientación de sus particularidades, al principio no daba mayor importancia a sus “salidas”, cosa que en otro caso no hubiera consentido. Persistía en sus pseudo provocaciones hasta que las frené en seco cantándole a lo Julio Iglesias “¡Hey! No vayas presumiendo por ahí!”.

—¿Qué dices, profe?

—Eso le cantaba Carmencita Polo a Paquiño Franco cuando se ponía tierno.

—Tú estás grillao, profe. Pero, pero ¿a que con Franco se vivía mejor?

—Cuando se murió yo tenía 9 años y es verdad que conservaba toda mi melena. Además mis padres aún eran jóvenes y sanos. Se puede decir que sí, que puede que yo viviera mejor… Pero no estoy seguro de que los que eran como tú vivieran mejor también: a la primera de tus salidas el profesor te habría dado un sopapo que te dejaría escocida la cara. Si hubieras ido con el cuento a tu madre, ésta te habría dejado el culo en carne viva a zapatillazos por haber incordiado al maestro. Si aún hubieras tenido ganas e ibas al cuartel de la Guardia Civil a denunciar al maestro y a tu madre, el cabo al mando te habría dado la guantá del gitano, de las que ni falta cara ni sobra mano. O sea, que no creo que tú vivieras mejor.

—Pero tú tendrías pelo todavía, ¿no?

En la jungla urbana pululan tópicos que intentan compensar a aquellos que padecen algún defecto físico. De este modo, se dice que los cortos de talla cuentan con un badajo inversamente proporcional a su escasa altura: de los que repican a gloria. En cuanto a los calvos se apostilla que su virilidad compensa su flagrante alopecia.

En las celebraciones previas a las últimas Pascuas tuvimos una cena de empresa. Me fascinan esos eventos por los que te sangran cobrándote por un menú chabacano el triple que uno del día. Donde, para compensar el timo, se bebe a pajera abierta y bastantes acaban perdiendo los papeles y diciéndole al jefe o a las compañeras cosas que en estado de sobriedad jamás se atreverían.

"Harta del buitreo, la mujer se dirigió a un cornijal de la barra. Allí imperaba un hombre maduro, de los de lustrosa calva en ristre y antiparras en napia"

Tras el condumio acudimos a un pub erigido aprovechando los restos de la muralla árabe que circundaba mi ciudad. Allí confluyeron varios grupos ajenos el uno al otro. Una morena de las que enhiesta el pendón hasta del más frígido danzaba en la pista central. Se formó en torno suyo una bandada de buitres ávidos de clavar su pico en carnes tan jugosas. Menudeaban esos especímenes que cultivan abdominales y bíceps en el gimnasio, quienes parecen tener un orgasmo, por los grititos que dan, cada vez que levantan peso, todos luciendo una envidiable cabellera. La morenaza los castigaba con su indiferencia, mas ellos se empecinaban en mostrarle sus dotes danzarinas, sin percatarse de que eran patéticos émulos de Michael Jackson.

Harta del buitreo, la mujer se dirigió a un cornijal de la barra. Allí imperaba un hombre maduro, de los de lustrosa calva en ristre y antiparras en napia. La morena le dio tal morreo que su lengua llegó hasta el galillo del calvo. El hombre le puso la diestra en la nalga mientras la abrazaba con la siniestra. La recua de hienas los miraba pasmada, con la boca grotescamente abierta.

La cuadrilla de pelones, que no habíamos participado en el “cortejo”, rodeamos al maromo entre aplausos y lo sacamos a hombros por la puerta grande, mientras lucía en sus manos las orejas y el rabo que les había cortado a los que pretendieron levantarle la morena: había salvado el honor de la calvosidad entera.

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